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OPINIÓN

Izquierda: melancolía y futuro

Las izquierdas suelen dominar mejor que las derechas los tres tiempos históricos: el pasado, el presente y el futuro. Sus doctrinas, en general, parten de una perspectiva histórica, como explica Marx al comenzar el Manifiesto Comunista (1948), mientras las derechas -salvo algunas excepciones-, suelen ser más pragmáticas y viven un eterno presente, marcado por el análisis económico y un pragmatismo que a veces funciona y otras veces muestra lagunas muy difíciles de llenar. Son culturas políticas distintas, con sus pro y sus contra.

En el número 1 de la publicación británica New Left Review (enero-febrero del 2000), el historiador Perry Anderson realizó un lúcido análisis de la situación coyuntural de la izquierda -principalmente europea y británica- en las segunda mitad del siglo XX. Había sido una larga etapa en la cual habían saboreado victorias importantes, pero también habían sufrido numerosas derrotas políticas, especialmente lapidaria la de 1989.

De esta manera, entre 1960 y el 2000, el mundo había cambiado radicalmente para la izquierda: “El bloque soviético ha desaparecido. El socialismo ha dejado de ser un ideal extendido. El marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda. Incluso el laborismo se ha disuelto en su mayor parte. Decir que estos cambios son enormes sería suficiente”. A esto se sumaba una constatación sobre la última década del siglo XX: “En pocas palabras, puede definirse como la consolidación prácticamente irrebatible, unida a su difusión universal, del neoliberalismo. Lo cual no entraba del todo dentro de lo previsto”. Anderson concluía, de manera lapidaria: “El único punto de partida para una izquierda realista en nuestros días es una lúcida constatación de una derrota histórica”.

Efectivamente, la caída del Muro de Berlín y del comunismo en la Unión Soviética y Europa del Este fue un golpe tremendo para el mundo de las izquierdas. Aquellos que estaban destinados por la historia para construir el futuro de la humanidad de un momento a otro eran desplazados por los mismos pueblos que decían interpretar. El legado comunista, después de décadas de experimentos, no había sido la construcción de una sociedad más justa, sino la cruda manifestación del poder del partido dominante, los dictadores de turno y los aparatos represivos correspondientes.

Como suele ocurrir en estas historias, en el camino existieron muchas personas que legítimamente consagraron su juventud o sus vidas a ese proyecto, por una mezcla de idealismo o fanatismo, sin la sevicia que caracterizó muchas veces a quienes ostentaban el poder: incluso sufrieron persecuciones o la muerte en el camino hacia la felicidad en la tierra. Por eso, la derrota de 1989 y de los años siguientes fue total y sumió a los camaradas de los diferentes lugares del mundo en el silencio (a veces vergonzante), en el análisis sobre los posibles errores o en la preparación de algunos para las tareas futuras. No faltaron quienes, en algún lugar remoto, mantuvieron las armas para una revolución que podría llegar aunque probablemente solo existía en sus cabezas y sus afiebrada fidelidad a la causa.

Uno de los factores que constituyeron el modo de ser y actuar de las izquierdas en gran parte del mundo en aquellos años fue la sensación de frustración y la melancolía posterior a la derrota histórica. Eso forma parte del estudio, brillante y extraordinariamente bien documentado, de Enzo Traverso, Melancolía de izquierda. Después de las utopías (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019). El historiador italiano procura abordar la cultura de la izquierda “como una combinación de teorías y experiencias, ideas y sentimientos, pasiones y utopías”, considerando esa especie de paradoja marcada por un siglo XX que se abrió con la irrupción victoriosa del comunismo soviético y un siglo XXI que comienza con el derrumbe de esa utopía. Sin embargo, el autor advierte que la melancolía de izquierda “no significa el abandono de la idea del socialismo o de la esperanza de un futuro mejor; significa repensar el socialismo en un tiempo en que su memoria está perdida, oculta y olvidada y necesita ser redimida”.

Durante algunas décadas “el socialismo perdido” ha sido reemplazado por “el capitalismo aceptado”, como señala Traverso, pero el futuro no debe ser necesariamente así. Para ello, la izquierda tiene a su haber una ventaja de la cual carecía en 1989: para entonces, tras décadas de régimen totalitario, se juzgaba la experiencia histórica de los socialismos reales por sus resultados y no por las utopías, como había acontecido en 1917, cuando se presentaba como una verdadera “ilusión”, una esperanza, una representación del futuro mejor que tendría la humanidad (François Furet, El pasado de una ilusión, México, Fondo de Cultura Económica, 1996). Hoy es exactamente al revés: parece que cualquier error, injusticia, desigualdad o abuso es obra del liberalismo -o neoliberalismo, como le llaman sus detractores- reinante. Por lo mismo, las izquierdas tienen una posibilidad histórica importante, especialmente en Europa: representan nuevamente la posibilidad de una sociedad mejor. En América Latina la situación es más compleja, por el fracaso del Socialismo del siglo XXI y por las numerosas experiencias de gobiernos de izquierda en las últimas tres décadas, aunque todavía haya espacios de exploración.

En parte por eso, este 2020 el panorama político de las izquierdas presenta renovadas esperanzas políticas, presentes por el gobierno de coalición en España, con la presencia tradicional del Partido Socialista Obrero Español y la renovada inclusión de Unidas Podemos. A ello se suman las expectativas generadas por la candidatura de Bernie Sanders en Estados Unidos, especialmente después de sus primeras victorias en las elecciones primarias del Partido Demócrata.

En América Latina la situación es más compleja, por cuanto el regreso al poder de los peronistas en Argentina pone en el primer plano la evaluación de los resultados del gobierno de los Fernández y no las críticas fáciles desde la oposición. En Bolivia las elecciones de mayo próximo probarán la posibilidad de que la izquierda se mantenga en el poder con él Movimiento al Socialismo pero sin Evo Morales. Mientras tanto en Chile existe una clara disputa ideológica y de poder frente al gobierno de Sebastián Piñera, incluso con la discusión sobre una eventual nueva constitución, si bien las condenas al “neoliberalismo” y al orden vigente resultan más claras que las propuestas específicas de cambio.

En cualquier caso, parece evidente que en esta última década el consenso ideológico liberal en la economía y la política -lo que Fukuyama anunció como el “fin de la historia” en su famoso artículo en The National Interest en 1989- ha dado paso a una disputa por la hegemonía intelectual, con consecuencias prácticas que ya se advierten en la lucha por el poder. La melancolía de los años 90 (o la Tercera Vía que representó  una alternativa de gobierno en esos años) ha dado paso a nuevas formas de organización política y social, que ponen en jaque a las derechas y al orden vigente, de una forma cuyos resultados todavía resulta muy prematuro intentar adivinar.

Sin embargo, nunca hay que celebrar antes de tiempo. Después de todo, los fracasos del siglo XX algo deberían haber enseñado a las izquierdas, al menos a aquellos que se interesaban por la historia y que es capaz de entender las complejidades del mundo actual, que no es reducible a ideologías que todo lo explican con facilidad y que, por lo mismo, son incapaces de entender la política y la realidad.