Volver

OPINIÓN

América Latina ante un complejo 2020

Alejandro San Francisco, Director de Formación Instituto Res publica 

Es clave terminar la segunda década del siglo XXI con una nota de esperanza, de lo contrario el continente latinoamericano vivirá nuevamente años difíciles, en los cuales sufrirán especialmente los sectores más pobres, receptores habituales de promesas electorales o revolucionarias que tardan en llegar o simplemente no llegan.


América Latina ha cerrado el 2019 experimentando situaciones variadas y difíciles: en ocasiones pusieron en duda algunos sistemas democráticos de la región y en otras permitieron el regreso de fantasmas que en el pasado fueron la regla en un continente donde la democracia era más bien una excepción.

¿Qué pasó el 2019? Algunos hitos pueden ilustrar la situación de una manera más elocuente. El 1 de enero comenzó el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil, el mismo día que la dictadura de Cuba completaba sesenta años desde el triunfo de la Revolución de Fidel Castro y el Che Guevara, en 1959. En abril conocimos la dramática noticia de la muerte del ex presidente Alan García, que se suicidó en Perú, para evitar ser detenido por un juicio de corrupción por el caso Odebrecht. Tiempo después el gobierno de Martín Vizcarra -quien había sucedido a Pedro Pablo Kuczynski, elegido el 2016 y que dejó el gobierno dos años después- decidió disolver el Congreso Nacional, en una situación crítica pero dentro del marco constitucional. Su vecina Bolivia, que se preparaba para las elecciones, terminó su proceso de manera impensada, con la renuncia de Evo Morales, quien se aprestaba a una reelección a pesar de haber perdido el plebiscito que consultaba sobre esta posibilidad. Morales dejó el gobierno tras acusaciones de fraude electoral y después de una curiosa intervención militar que podría ser calificada como un golpe blando, que llevará al país altiplánico a nuevos comicios para elegir Presidente, precisamente este 2020.

Otro tema que emergió con fuerza el año que acaba de terminar fueron las protestas sociales, que se dieron con especial masividad en la última parte del año. En un principio causó preocupación la situación de Ecuador, pero finalmente el problema logró ser sorteado por la acción del gobierno de Lenin Moreno y de grupos indígenas. El caso se tornó mucho más grave en Chile, tras el estallido del 18 de octubre, que significó en las semanas siguientes una creciente ola de protestas y violencia, con saqueos y destrucción, gran participación popular y un llamado a iniciar un proceso constituyente que podría cambiar parcialmente la organización política y algunas normas fundamentales del país, que hasta hace poco brillaba por su estabilidad y por sus logros económicos y sociales. Colombia también se vio afectado por movilizaciones, aunque no tuvieron la gravedad ni la persistencia de otros países.

Por otra parte, resulta necesario mostrar dos casos que lograron resolver sus diferencias por medio de las elecciones y la democracia, como fueron Argentina y Uruguay. En el primer país triunfó Alberto Fernández -acompañado por Cristina Fernández- sobre Mauricio Macri, revirtiendo la posibilidad de continuar con un gobierno alternativo al peronismo. En Uruguay el Frente Amplio fue desplazado después de quince años en el poder, tras la victoria de Luis Lacalle Pou, por un estrecho margen y donde el pequeño país dio nuevamente un gran ejemplo de su tradición democrática.

Finalmente, corresponde mencionar a México, que iniciaba una tendencia nueva dentro de las izquierdas del continente, pero que no ha podido consolidar un proyecto político bajo Andrés Manuel López Obrador, quien se ha vinculado en general a los grupos tradicionales de la izquierda, recibiendo incluso a Evo Morales en un primer momento. Un país de gran sufrimiento sigue siendo Nicaragua, abatido por el régimen sandinista de Daniel Ortega y que ve difícil una salida democrática. Por último, no puede dejar de mencionarse a Venezuela, cuya crisis integral ha seguido profundizándose, pero sin que ello signifique una reducción del periodo de Nicolás Maduro en el poder o que la revolución bolivariana se encuentre seriamente amenazada. El resultado para su pueblo es la miseria generalizada y una emigración de millones de venezolanos, de características pocas veces vista, propia de tiempos de guerra.

Con todos estos antecedentes, es posible percibir un 2020 lleno de desafíos. Trabajar de manera inteligente y resolver a tiempo los problemas es la mejor manera de avanzar por un camino institucional y de evitar las derivas populistas, violentistas o con destinos inciertos que se levantan cada cierto tiempo en la región. El gobierno de Argentina ya ha comenzado con numerosas dificultades económicas, y no se ve que tenga muy claro cómo resolver las enormes dificultades que tiene, sino que ha recurrido rápidamente a las repetidas fórmulas de mayores impuestos. El 1 de marzo asumirá Lacalle Pou en Uruguay, con el desafío de proyectar una gestión más allá de su administración y no ser un mero paréntesis de derecha entre administraciones tradicionales de la izquierda de ese país.

A los gobiernos de Ecuador, Colombia y Chile todavía les queda la mitad de su mandato, por lo que deberán hacer un esfuerzo especial para superar el discurso crítico hacia sus gestiones, con medidas creativas y un efectivo desarrollo económico, como se espera de ellos. Venezuela seguirá estando en el primer lugar de las preocupaciones, pero quizá sin un gobierno a la defensiva como en la primera parte del año, sino más bien al ataque, como lo hizo tras la realización del Foro de Sao Paulo, con determinación y con la voluntad de generar una opinión pública internacional en su favor. Bolsonaro seguirá recibiendo ataques, por sus medidas y su estilo belicoso, por lo cual tendrá que mostrar resultados efectivos en materias como la economía y la lucha contra la delincuencia, que fueron ejes de su campaña.

El problema de fondo parece ser una clara falta de proyecto político en la mayoría de los países y gobiernos, concentrados más bien en programas de gobierno o en definiciones ideológicas, según sea el caso. Pero América Latina es un continente especialmente preparado para recibir una alternativa que conjugue una necesaria consolidación democrática -tanto en lo cultural como en lo institucional-, un crecimiento económico efectivo, que parece haber sido abandonado en el discurso y en la praxis política, así como un progreso social sin el cual la democracia y una economía próspera pierden gran parte de su relevancia. Estas tres tareas exigen estados particularmente preparados para hacer labores de gobierno eficientes y con resultados, en vez de burocracias anquilosadas y estados sobredimensionados y caros. A su vez, por vivir una nueva época las sociedades requieren cambios relevantes en materia política, porque hoy la disyuntiva no es dictadura o democracia, como hace cuatro décadas, sino que se plantean dentro de una democracia que ha ido perdiendo adherentes.

Es clave terminar la segunda década del siglo XXI con una nota de esperanza, de lo contrario el continente latinoamericano vivirá nuevamente años difíciles, en los cuales sufrirán especialmente los sectores más pobres, receptores habituales de promesas electorales o revolucionarias que tardan en llegar o simplemente no llegan. En el caso de Chile esto será especialmente relevante y visible, parte de los debates electorales y políticos, en medio de una marea constituyente que se ha iniciado con violencia y temores, aunque también con esperanzas en variados sectores. Sin embargo, no basta contar con procesos y mecanismos, sino que es preciso volver a crecer económicamente (hemos tenido meses lamentables); es necesario que la democracia sea cada vez más sólida y no se convierta en una máquina de división política e irresponsabilidad; finalmente, es preciso atacar los problemas sociales de manera radical, decidida, sin ambigüedades ni retrasos, como parece ocurrir en la actualidad. Una sociedad decente y dinámica es la que permite que sus habitantes vivan mejor, puedan desplegar sus talentos y servir a los demás en libertad. Nada de eso está garantizado y, por lo mismo, se requiere trabajar para conservar las formas de vida civilizadas y para mejorar nuestra forma de vida en sociedad.