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OPINIÓN

El fin de la Segunda Guerra Mundial

Alejandro San Francisco, Director de Formación Instituto Res publica

En 1945 el totalitarismo nacionalsocialista pasaba a ser parte de la historia, pero el totalitarismo comunista ingresaba a su momento de mayor esplendor y poder, con nuevos países y millones de personas bajo su influencia.


Este 2020 se cumplen los 75 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, uno de los acontecimientos más dramáticos, sangrientos y con mayor pérdida de vidas humanas en toda la historia de la humanidad.

El conflicto se inició en 1939 producto de la decisión bélica de Adolf Hitler, pero también por el ominoso pacto nazi-comunista, firmado por Ribbentrop y Molotov en agosto de ese año. Hay muchas otras circunstancias que explican que en apenas una generación Europa haya repetido la destrucción y violencia que había significado la Primera Guerra Mundial.

La Segunda Guerra estalló el 1 de septiembre de 1939, con la invasión de las fuerzas alemanas a Polonia. Con el paso de los meses el poder germano parecía incontestable, sus ejércitos lograban sucesivas victorias y la svástica se extendía por Europa, provocando la alegría nacionalsocialista y una ola de temor que se apoderaba de los vencidos. El Führer podía ufanarse entonces de su grandeza y de la construcción del Tercer Reich. Pero la historia mostró un camino diferente, en parte por los propios errores de Hitler, cuando decidió atacar a la Unión Soviética, olvidando su conveniente amistad con Stalin y el pacto firmado por ambos dictadores en el preludio de la guerra. Con esa decisión, Alemania quedó entremedio de sus enemigos, que tuvieron poderosos frentes orientales y occidentales en contra, con potencias como la misma Unión Soviética de una parte, y los Estados Unidos y Gran Bretaña de la otra. Había comenzado el fin del sueño hitleriano.

El gran conflicto será siempre recordado por sus batallas y luchas, los planes y la realidad, los cambios en la correlación de fuerzas y los poderes que se enfrentaban, por sus grandes líderes y los millones de muertos, por la bomba atómica y las cámaras de gas. Para un conocimiento acabado del complejo panorama bélico de entonces resulta especialmente valioso -entre la abundante bibliografía existente- el monumental libro de Antony Beevor, La Segunda Guerra Mundial (Barcelona, Pasado & Presente, 2015). 

Sin embargo, hay otro tema que resulta inseparable de la guerra y que marca su desarrollo y su clausura, como fue el Holocausto, el proyecto hitleriano de terminar para siempre con los judíos, en lo que podría considerarse su mayor obsesión. El asesinato masivo de los judíos no fue una circunstancia imprevisible, una de las veleidades de la guerra, sino que estaba en el corazón del proyecto nacional socialista. Lo anunció el propio Hitler -con tanta transparencia como falta de escrúpulos- a comienzos de 1939: “He sido muchas veces en mi vida un profeta y la mayoría se burló. En la época de mi lucha por el poder el pueblo judío fue el primero en acoger sólo con risas mis profecías de que algún día ocuparía la jefatura del Estado y de todo el pueblo de Alemania y de que después, entre otras cosas, solucionaría el problema judío. Creo que aquella risa sardónica de los judíos de Alemania se les ha debido atragantar. Hoy quiero ser un profeta de nuevo: si la judería financiera internacional dentro y fuera de Europa consiguiera precipitar a las naciones una vez más a una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y, por ende, la victoria de la judería, ¡sino la aniquilación de la raza judía de Europa!” (citado en Ian Kershaw, Hitler. Una biografía, Barcelona, Península, 2010).

Entre enero y mayo de 1945 la Guerra Mundial entró en su fase final. La ofensiva del Ejército Rojo por el este y de los aliados por el oeste fueron minando las bases de resistencia del Reich, que llevaron a Hitler a recluirse en el búnker donde pasó sus últimas jornadas, magistralmente representadas en la película La caída (2004, con gran actuación de Bruno Ganz). Son meses que vale la pena recordar y conocer, intentar comprender a pesar de su irracionalidad, volver a mirar para seguir “repitiendo” las sorpresas de aquellos tiempos: la liberación de Auschwitz el 27 de enero, la entrada a Berlín, la muerte de Mussolini, el testamento y suicidio de Hitler, la rendición alemana y el fin de la guerra en Europa.

A 75 años de esos acontecimientos es necesario repensar y volver a leer -historia, memorias, literatura-, a ver series, documentales y películas, a conversar y asistir a conferencias. La Segunda Guerra Mundial terminó aquel hoy lejano 1945, pero inmediatamente abrió el camino a un nuevo conflicto: la Guerra Fría. El problema era previsible, considerando que los aliados estaban unidos por su resistencia contra el nazismo, pero no tenían un proyecto común, ni para sus respectivos países ni para el mundo. Los liberadores del terror nazi por los territorios del este rápidamente se convirtieron en los nuevos dominadores, con crueldad y falta de libertades. Había terminado la guerra, pero eso no implicaba la llegada absoluta de la paz. El totalitarismo nacional socialista pasaba a ser parte de la historia, pero el totalitarismo comunista ingresaba a su momento de mayor esplendor y poder, con nuevos países y millones de personas bajo su influencia.

Son las paradojas de la historia.