Alejandro San Francisco, Director de Formación Instituto Res Publica
Cuando el odio se ha incubado en las inteligencias y los corazones, y quienes lo profesan tienen un poder suficiente para ejercer acciones contra quienes odian, estamos frente a un cambio radical en la historia. Volver sobre los temas del Tercer Reich, la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto o Auschwitz siempre tiene una gran marca de dolor y de sinsentido, pero también nos permiten acercarnos a un momento crucial de la historia del siglo XX, desde donde ha florecido gran literatura, historias que vale la pena conocer y tantas otras formas de acercarnos a lo más profundo del ser humano con todas sus grandezas y miserias.
Cada 27 de enero es el día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, en recuerdo de quienes sufrieron el genocidio nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La fecha tiene un significado histórico: fue precisamente un 27 de enero de 1945 cuando las tropas del Ejército Rojo descubrieron uno de los secretos mejor guardados del Tercer Reich: el campo de trabajo (esclavo), de concentración y de exterminio de Auschwitz.
El proceso había comenzado tiempo antes, a medida que las fuerzas militares de Adolf Hitler fueron acumulando derrotas por el Este, y con ello la guerra se fue trasladando progresivamente hacia la resolución definitiva, que se produciría en Berlín, donde resistía el ahora solitario, indignado y confundido líder alemán. Esto había permitido, precisamente al Ejército de la Unión Soviética -a medida que avanzaba hacia el oeste-, ir descubriendo progresivamente lugares donde los judíos habían sido asesinados durante la dominación alemana de los territorios de Europa central y oriental, tanto en los campos de exterminio (Auschwitz, Treblinka, Sobibor), como en los territorios ocupados en Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia y Estonia. Todo esto aparece narrado en una investigación contemporánea escrita por Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, El libro negro (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011), texto prohibido por la dictadura comunista soviética, ya que la Dirección de Propaganda había “detectado la presencia en él de graves errores políticos”. Finalmente la obra llegó a publicarse, y contiene más de mil páginas sobre el tema, muchas de ellas dedicadas precisamente a Auschwitz.
El tema también fue parte de los debates del Juicio de Núremberg, realizado con posterioridad a la derrota nacionalsocialista, para juzgar la conjura contra Europa y la provocación de la guerra, el terrorismo y exterminio contra los pueblos conquistados, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad. Núremberg fijó una visión sobre lo que fue el régimen y sobre los resultados del exterminio dirigido especialmente contra los judíos, donde Auschwitz se levanta como el lugar que ostenta una penosa primacía.
Debemos entender la “solución final” pensada por las autoridades del Reich como una verdadera escalera donde el odio va en ascenso hasta llegar a la meta: comienza con frases y pensamientos antisemitas, esparcidos en Mi Lucha; luego se difunden en las entrevistas de Hitler o en las reuniones más o menos públicas; sigue una propaganda odiosa y masiva a través de medios como el Der Stürmer; para seguir con una serie de discriminaciones, persecuciones y uso de fuerza arbitraria desde el poder: creación de campos de concentración, leyes de Núremberg, violencia desatada (la Noche de los Cristales Rotos es un emblema en este sentido). Así llegó Alemania hasta la Segunda Guerra Mundial, escenario propicio para pasar a resolver el problema judío que preocupaba al fanatismo nacionalsocialista.
Cuando el odio se ha incubado en las inteligencias y los corazones, y quienes lo profesan tienen un poder suficiente para ejercer acciones contra quienes odian, estamos frente a un cambio radical en la historia. Esto llevó en 1941 a Heinrich Himmler a expresar sin ambigüedades, a modo de justificación y con completa transparencia: “Los judíos son los enemigos eternos del pueblo alemán y deben ser exterminados. A partir de ahora, y mientras dure la guerra, todos los judíos a los que podamos echar mano deben ser aniquilados, sin excepción alguna. Si no logramos destruir ahora las bases biológicas de la judería, serán los propios judíos quienes, después, aniquilarán al pueblo alemán” (citado en Rudolf Höss, Yo, comandante de Auschhwitz, Barcelona, Ediciones B, 2009). El líder de las SS utilizaba el antisemitismo como una forma de autojustificación y también como un medio para activar el entusiasmo de sus subordinados.
Se trataba de una tarea dura y difícil, no solo por los problemas morales involucrados. Superados los escrúpulos, el tema era cómo realizar la tarea, bajo el eufemismo de la “solución final”, para lo cual se requería un “vínculo entre modernidad y violencia. Uno es la burocracia y la planificación; el otro tiene que ver con la ciencia y la tecnología. Ambos son inequívocos en el paradigma nazi” (Ian Kershaw, Hitler, los alemanes y la solución final, Madrid, La Esfera de los Libros, 2009). En este ámbito, Auschwitz -lugar que comenzó a construirse en 1940- sería un campo especial para el desarrollo de una violencia mortal, unido a los medios adecuados para procurar el mayor daño (es decir, más muertes masivas) y en el tiempo más corto que fuera posible.
La confesión de Rudolf Höss es elocuente y estremecedora, más todavía viniendo de quien encabezaba el campo de exterminio en los años finales de la guerra: “Dirigí Auschwitz hasta diciembre de 1943, y estimo en unos dos millones y medio como mínimo la cifra de víctimas ejecutadas y exterminadas por inhalación de gas y en los hornos. Al menos otro medio millón murió de hambre y enfermedades, elevando el total de muertos hasta tres millones” (en Yo, comandante de Auschhwitz). La misma explicación dio Höss en el Juicio de Núremberg, cuando comenzó a extenderse de manera más clara el mal causado, sus circunstancias y quiénes habían sido los jerarcas del sistema de exterminio.
Las investigaciones varían parcialmente en los números y discuten las motivaciones específicas de los escuadrones que debían dar muerte a los judíos. Otros enfatizan las etapas y los modos específicos que existieron para ejecutar a los judíos y avanzar en la solución. Incluso algunas obras relativamente recientes -sin discutir lo esencial del genocidio- advierten que hay elementos que conviene revisar y repensar con más detención, como el conocimiento efectivo que habría existido entre las autoridades del Tercer Reich sobre el contenido específico de la “solución final” o las diferencias entre el destino previsto para los judíos del este y los del oeste. Al respecto, Florent Brayard explica en su investigación sobre la existencia de un “complot” para exterminar a los judíos, dirigido y coordinado por algunos jerarcas del régimen -Hitler y Himmler, entre ellos-, en un círculo bastante más restringido de lo que suele afirmarse. Nada altera, sin embargo, dos cosas. La primera, es que “Auschwitz efectivamente es lugar en el que se concretó el carácter sistemático del asesinato”, y la segunda es la necesidad de “condenar, porque esta reprobación de principio constituye el propio fundamento de la civilización occidental de posguerra” (ver Auschwitz: investigación sobre un complot nazi, Barcelona, Arpa, 2019).
Volver sobre los temas del Tercer Reich, la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto o Auschwitz siempre tiene una gran marca de dolor y de sinsentido, pero también nos permiten acercarnos a un momento crucial de la historia del siglo XX, desde donde ha florecido gran literatura, historias que vale la pena conocer y tantas otras formas de acercarnos a lo más profundo del ser humano con todas sus grandezas y miserias. Por eso, vale la pena volver a Auschwitz, no solo cada 27 de enero.