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OPINIÓN

Alejandro San Francisco España: repensar el año 1980

En momentos de crisis política conviene mirar nuevamente a la historia. La verdad es que es mejor hacerlo con habitualidad y no solo en tiempos de dificultades, sino también en las horas de mayor tranquilidad y prosperidad. Leer y estudiar historia significa el placer de conocer y comprender los sucesos del pasado, pero también implica la posibilidad de que ellos aporten algún elemento de análisis que pueda ser de utilidad para el presente. La noción de la historia como “maestra de la vida” representa precisamente ese sentido del conocimiento histórico.

Al respecto, me parece que a España le haría bien revisar nuevamente su proceso de transición, sin la pretensión de dictar cátedra sobre los éxitos pasados o de transmitir tardíamente sus méritos a las nuevas generaciones. Parece claro desde hace algún tiempo que el sentido profundo de la transición y la lógica de su acción política han pasado a mejor vida, tanto en el plano fáctico como simbólico. En los últimos diez años fallecieron Adolfo Suárez, el presidente de la transición, y Santiago Carrillo, el líder del Partido Comunista en aquellos años. Además, como sabemos, el rey Juan Carlos dejó el cargo, y fue sucedido por su hijo Felipe VI. La política también ha experimentado una notoria renovación generacional: el presidente Pedro Sánchez nació en 1972, mientras su vicepresidente Pablo Iglesias lo hizo en 1978; los líderes de la oposición Pablo Casado y Santi Abascal nacieron en 1981 y 1976 respectivamente. Estas fechas por sí solas muestran que mientras ellos veían la luz del mundo, España vivía momentos trascendentales de su historia: los últimos años de vida del general Francisco Franco, las primeras elecciones democráticas después de su muerte, la vigencia de la nueva Constitución y el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Sin embargo, hay un año que aparece medio olvidado, quizá por la ausencia de grandes hitos. Se trata de 1980, cuando la superficie parecía más calma, pero debajo se desarrollaban grandes movimientos subterráneos que se preparaban para cambiar la historia de la transición, la vida de Adolfo Suárez, la legitimidad popular del Rey, la relación de los militares con la política y la medición efectiva de la solidez democrática de España. Después de todo, ya habían pasado algunos años desde la muerte de Franco y el país había podido celebrar una serie de logros políticos y económicos, así como una consolidación internacional, pero también sufría problemas que pesaban en las discusiones cotidianas y en el panorama de los partidos: entre ellos destacaban la inflación, el paro y el renacimiento de las confrontaciones. En otras palabras, la vida real que seguía a las esperanzas democráticas y la amistad cívica que dominaron los primeros años del posfranquismo.

En estas últimas semanas he leído con especial interés el libro de Juan Francisco Fuentes, Adolfo Suárez. Biografía política (Barcelona, Planeta, 2011, Tercera edición). Obra bien escrita y atractiva, que recorre una vida y una época. El capítulo “Sol que se pone”, que trata precisamente sobre el periodo inmediatamente posterior a la aprobación de la Constitución, termina con una notable frase del presidente Suárez: “Nunca olvidaré el año ochenta”. No era para menos: si en los años anteriores había sido capaz de demostrar su talento político y personalidad seductora, su potencial electoral y numerosos logros, en 1980 la situación comenzó a revertirse y Suárez enfrentó problemas desde los más diversos ángulos.

No es necesario entrar en detalles, pero algunos temas permitirán hacerse una idea de la relevancia de esos doce meses. El 28 de mayo de 1980 se produjo la moción de censura del Partido Socialista Obrero Español contra el presidente Suárez. El fair play había culminado meses antes, en parte por los ataques del propio Suárez contra los socialistas en la campaña electoral de 1979. “El señor Suárez ya no soporta más democracia”, aseguró Alfonso Guerra en esa ocasión, en una acusación que parecía superar los límites; Felipe González ejerció un papel moderado y propositivo que fue bien evaluado. Finalmente, la candidatura de Felipe a la presidencia de Gobierno tuvo 152 votos, frente a 166 en contra, lo que mantenía al gobierno en funciones, pero con un claro mensaje hacia Suárez y su “desatención al Parlamento”. En esos doce meses el gobernante también vio como su partido Unión de Centro Democrático perdía unidad y se distanciaba de él, su mayor activo electoral.

A fines de año, la periodista Pilar Urbano publicó un artículo con un título elocuente pero equívoco: “Todos estamos conspirando” (ABC, 3 de diciembre de 1980, citado por Fuentes). Hablaba sobre reuniones políticas, que me parecen muy legítimas por cierto, donde muchos ex aliados del presidente Suárez –centristas y de derechas– buscaban alternativas para salir del problema de liderazgo y administración que percibían en el país. Sin embargo, paralelamente se desarrollaban otras reuniones, de origen castrense, que manifestaban su preocupación por el curso de la política española de un tiempo hasta entonces, cuando había irrumpido el desorden y el terrorismo, había problemas económicos y otros que llevaban a pensar en la necesidad de revertir la transición. Esto último, como parece obvio, ya no era legítimo dentro del orden constitucional que se había dado España.

La situación generada a fines de año queda bien resumida por Javier Cercas en Anatomía de un instante (Barcelona, Mondadori, 2009): las primeras eran “una serie de operaciones políticas contra Adolfo Suárez, pero no contra la democracia” (aunque agrega un curioso “o no en principio”), mientras la operación militar es “contra Adolfo Suárez y también contra la democracia”. Todo eso era en el otoño e invierno de 1980.

Finalmente, como podemos suponer, parte de esos problemas terminaron en la renuncia de Suárez y el 23F, así como la consolidación del rey Juan Carlos, temas que tienen un valor en sí mismos y que también conviene repensar en estos tiempos confusos, de olvidos y ausencia de historia. Es un deber del gobierno y la oposición españolas pensar qué momento histórico están viviendo en la actualidad, cuáles son los problemas que saltan a la vista y cuáles son esos otros que subyacen y que podrían emerger en cualquier momento. Parece ser una buena fórmula para preparar el 2021, que sin duda comenzará con las dolorosas y preocupantes secuelas de este inesperado 2020.