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OPINIÓN

Alejandro San Francisco Paro de camioneros: problema político e imaginario histórico

El Paro de Octubre de 1972 representó una de las contradicciones más potentes que enfrentó la UP y quedó grabada para siempre en el recuerdo de los actores políticos, pero posteriormente ha traspasado generaciones.


El paro de los camioneros que se ha desarrollado esta última semana de agosto de 2020 ha provocado reacciones encendidas en las redes sociales, en el ámbito político y en los medios de prensa. La discusión y los problemas asociados al movimiento no parecen estar cien por ciento en el orden de los principios, sino que tienen una serie de manifestaciones prácticas y simbólicas que definen las adhesiones y rechazos, la solidaridad o la indiferencia, la justificación y la condena.

Me parece que hay dos elementos cruzados que explican la complejidad del problema de los camioneros y esta manifestación específica, que ha llegado a un grado extremo con la paralización. El primero es el ambiente de polarización que ha vivido Chile desde octubre de 2019, escenario propicio para definir claramente quiénes son los aliados y quiénes los adversarios, y para justificar determinadas acciones y condenar otras de acuerdo con las respectivas adhesiones políticas, en medio de múltiples atentados contra la propiedad y las personas que han ocurrido desde entonces, y que provocan temor, rabia y desazón.

Sin embargo, hay un segundo aspecto que parece estar en el sustrato de cualquier paro de los camioneros, que retrotrae inmediatamente al famoso Paro de Octubre de 1972, organizado por el gremio dirigido en esa época por León Vilarín. En esa ocasión la manifestación no solo mostró sus discrepancias con el gobierno de la Unidad Popular, sino que por momentos puso en jaque al Presidente Salvador Allende, precipitando al país a un momento de gran polarización, que llevó a muchos a imaginar –sea como ilusión o como amenaza– que podría significar el término anticipado de la experiencia socialista chilena.

Efectivamente, la imagen de los camioneros en el Paro de Octubre de 1972 representó una de las contradicciones más potentes que enfrentó la UP y quedó grabada para siempre en el recuerdo de los actores políticos, pero posteriormente ha traspasado generaciones. Lo que surgió como una protesta muy puntual, acotada y de carácter gremial, rápidamente se transformó en una lucha política abierta, en un clima particularmente odioso y beligerante. A los pocos días, Chile entero se definía por la lógica del Paro, los partidarios del gobierno trabajaban más para poder evitar o atenuar sus consecuencias negativas, mientras los opositores se sumaban a los camioneros como manifestación de una solidaridad que descansaba no solo en aspectos humanos, sino claramente en motivaciones políticas.

Las fuerzas de izquierda, sin entender el origen del movimiento, describieron la movilización como un “paro insurreccional” o “paro patronal”, conceptos que han quedado instalados en el imaginario de ese sector político en Chile. El argumento es que los camioneros habrían buscado terminar con el gobierno de Allende y no simplemente obtener algunas reivindicaciones gremiales. Los partidos de gobierno estaban convencidos del objetivo último que perseguían los transportistas y la oposición, que se había sumado a sus demandas, contando además con los siempre generosos e interesados aportes del “imperialismo norteamericano”.

Si analizamos “El Pliego de Chile”, documento al cual suscribieron numerosos gremios de entonces, es posible apreciar claramente que sus demandas excedían ampliamente los marcos propios de los camioneros y se explayaban sobre una serie de problemas que enfrentaba el país en esos momentos, en lo que podría considerarse una crítica integral al régimen de la UP. Por ello, al romper las negociaciones, el Presidente Allende expresó que dicho documento “contiene apreciaciones de orden político y pretende la limitación de las facultades presidenciales” (El Siglo, “Allende no acepta pliego politiquero”, 28 de octubre de 1972). En un país  politizado en exceso y en pleno proceso revolucionario era imposible circunscribir un conflicto de esta naturaleza a su expresión meramente gremial. Otros problemas se sumaban a un ambiente poco propicio para los acuerdos: las cadenas radiales del Ejecutivo y el estado de emergencia eran dos manifestaciones muy claras del tenor que había tomado la lucha política, en medio de las amenazas recíprocas de los sectores en lucha.

En Chile, para entonces, había solo dos bandos claramente identificados. Los expresidentes Jorge Alessandri y Gabriel González Videla visitaron a León Vilarín en la cárcel, cuando el líder del gremio fue detenido. A través de Canal 13 de televisión, el expresidente Eduardo Frei Montalva sostuvo que, “sin exagerar en las palabras”, la razón profunda que originaba el movimiento y la solidaridad nacional era “la desesperación y la angustia de un pueblo que ve comprometidas las bases sobre las cuales sustenta su vida, presente y su futuro”. Algunos problemas que denunció Frei en esa ocasión fueron la escasez y la inflación, así como afirmó que “la mentira y la calumnia” se habían convertido en instrumentos políticos para destruir a las personas (reproducido en Política y Espíritu, N° 337, octubre de 1972). El Partido Nacional llegó a pensar incluso en la posibilidad de acusar constitucionalmente al Presidente de la República, así como comenzó a cuestionar la legitimidad del gobierno, tema que se haría recurrente en el año siguiente. En su libro El Paro Nacional (Santiago, Editorial del Pacífico, 1972), el falangista Claudio Orrego Vicuña afirmó que fue “un hito decisivo en la lucha del pueblo chileno contra los esfuerzos totalitarios de la Unidad Popular para imponer su conducción hegemónica en el país”.

Entremedio hubo sesiones especiales en el Congreso, debates en la prensa, acusaciones cruzadas y preparación para una eventual ruptura más dramática. Finalmente, el Paro culminó cuando el Presidente Salvador Allende convocó a miembros de las Fuerzas Armadas a ser parte de su gabinete, en una fórmula que después no tendría vuelta atrás. El general Carlos Prats asumió como ministro del Interior, lo que alteraba la propuesta original del gobierno de la UP, generando discusiones y discrepancias al interior de los partidos oficialistas, que no veían con buenos ojos el cambio de giro. Sin embargo, Allende decidió cruzar ese Rubicón ante los peligros ciertos que advertía en la crisis institucional chilena.

Aunque la realidad política en esta última década es distinta a la del proceso de construcción del socialismo, durante el segundo gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet fue posible observar otro paro de camioneros que rápidamente provocó reacciones e imágenes, que hicieron renacer los vínculos históricos con el Paro de Octubre de 1972, si bien la demanda puntual el 2015 era “terminar con el flagelo de la delincuencia y el terrorismo que vive nuestro país”. Esa imagen ha resurgido este 2020 bajo la misma doble lógica: de lucha por seguridad, derecho a trabajar en paz y lucha contra la violencia por parte de los camioneros, pero donde emerge de inmediato el recuerdo histórico y las pesadillas que afectan a la izquierda con los paros de camioneros. Esto es entendible parcialmente, porque está instalado en el imaginario nacional el significado real o simbólico del Paro de Octubre de 1972, sus claras consecuencias políticas, el cambio de rumbo que significó para la Unidad Popular y la rápida dicotomía que provocó en los actores de la época: la “lucha por la libertad contra el marxismo” o “a favor de la insurrección contra la democracia”, según si apoyaban o denunciaban el movimiento de los camioneros.

Eso, seguramente, es lo que provoca las nostalgias y temores que continúan vigentes. Mientras tanto, lamentablemente, están lejos de solucionarse los problemas de fondo, los ataques y la violencia que provocan las manifestaciones de los camioneros, aunque estas nos parezcan excesivas y desbordadas.

El Paro de Octubre de 1972 representó una de las contradicciones más potentes que enfrentó la UP y quedó grabada para siempre en el recuerdo de los actores políticos, pero posteriormente ha traspasado generaciones.

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