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OPINIÓN

Alejandro San Francisco: Solidaridad: la hora de Polonia

El 17 de septiembre de 1980 nació el sindicato Solidaridad en Polonia. Casi un mes antes habían estallado las protestas en los astilleros de Gdansk, tras los aumentos de precios anunciados por el gobierno comunista de ese país. Han pasado cuarenta años, y sin duda vale la pena recordar ese acontecimiento histórico.


El problema que se vivía en esos años era mucho más de fondo que los precios de determinados productos, tanto para quienes detentaban el poder como para quienes organizaron la nueva iniciativa. Polonia, después de la Segunda Guerra Mundial, estuvo dominada por el comunismo, pasó a formar parte del Pacto de Varsovia y se ubicó entre los países marcados a fuego por la organización del poder según el modelo soviético, como ha explicado Anne Applebaum en su excelente El Telón de Acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956 (Madrid, Debate, 2014). De esta manera, la patria sojuzgada por Hitler continuó su vida bajo otro régimen totalitario, como era el comunista, que seguía vigente y aparentemente sólido hacia 1980.

Lech Walesa fue el gran líder de Solidaridad y pasó a ser rápidamente una figura de talla internacional: fue un personaje tolerado y luego perseguido por el poder, que apostó por  una vía pacífica de organización y protestas, técnico electricista y dirigente sindical, casado y con varios hijos, católico y sin una especial formación política, difícil de clasificar según las categorías habituales de la política de aquellos años de régimen totalitario en gran parte de Europa. Él mismo ha narrado parte de su trayectoria en The struggle and the triumph. An autobiography (New York, Arcade, 2016), donde explica que muchas veces actuó instintivamente y de manera flexible, y asegura –prescindiendo de su propia importancia– que dos hombres habían contribuido especialmente para que Polonia sobreviviera al comunismo: el cardenal Stefan Wyszynski (1903-1981) y el cardenal polaco Carol Woytila, quien había llegado a la Santa Sede en 1978 como el Papa Juan Pablo II.

El nacimiento de Solidaridad, y su posterior labor sindical y política, significó una transformación crucial en la vida de Polonia en la última década de gobierno comunista, donde su líder Edward Gierek mostró falta de talento y capacidad ante el nuevo escenario. La verdad es que las protestas ya tenían antecedentes, pero 1980 fue el año del estallido y la organización, la consolidación del proyecto y del camino que no tendría marcha atrás. A mediados de agosto Walesa ya había asumido el liderazgo de la movilización de los trabajadores. El resultado –tras luchas y detenciones– era inédito en el mundo tras la cortina de hierro: el gobierno polaco autorizó la organización e inscripción de sindicatos libres.

Esta nueva posibilidad jurídica permitió a Solidaridad agrupar a las múltiples iniciativas que se habían ido extendiendo por el territorio de Polonia, llegando a ser el primer sindicato independiente en algún país comunista y que llegó a contar con la impresionante cifra de diez millones de afiliados. En ningún caso se trató de una revolución radical, que hubiera procurado enfrentar a los trabajadores contra el régimen, pero sí significó una apertura decisiva que abría espacios, sin terminar con tanques soviéticos como en Hungría en 1956 o en Checoslovaquia en 1968.

Como suele ocurrir, la historia no evolucionó de una forma directa o previsible, sino que tuvo muchas trabas y alteraciones en el camino. De partida, en 1981 Wojciech Jaruzelski reemplazó a Gierek en la jefatura del gobierno polaco, lo que se suponía podría significar un liderazgo más capacitado para enfrentar el escenario político de apertura generado por la irrupción de Solidaridad. Lamentablemente para la dictadura gobernante, una vez más existió un error de cálculo, que no supo enfrentar de manera adecuada y exitosa la situación creada por el nacimiento de Solidaridad. Desde luego, las protestas prosiguieron y la administración –lejos de propiciar una apertura política– optó por la represión y la aplicación de la ley marcial, llevando a la cárcel a los dirigentes y a la proscripción de la organización sindical, manifestación de clara regresión del régimen, que significó pasar a la clandestinidad.

En 1983 Juan Pablo II visitó por segunda vez Polonia, en medio de la represión y la censura, con Walesa detenido y un escenario muy distinto al de su primera peregrinación en 1979. En efecto, para 1983, solo pudo reunirse en forma privada con Walesa, en una cabaña lejana. En su reunión con el general Jaruzelski, el Santo Padre le manifestó que Polonia era “un gran campo de concentración”, lo que ciertamente conmocionó al jerarca comunista, como expresa George Weigel en Juan Pablo II. El final y el principio (Barcelona, Planeta, 2010). El viaje, como en las otras oportunidades en que Woytila visitó su país natal, significó un legado de esperanzas para el pueblo. Adicionalmente, el 22 de julio de 1983 –un mes después de la visita papal– el régimen derogó la ley marcial, en parte como respuesta al viaje y también para dar una cierta sensación de normalidad.

Ese mismo año 1983 Walesa obtuvo el Premio Nobel de la Paz, por su personal sacrificio para que los trabajadores pudieran contar con organizaciones propias, procurando enfrentar los problemas a través de la negociación y la cooperación y sin recurrir a la violencia. Destacaba la relevancia de su labor para una campaña más amplia de difusión de la libertad y los derechos humanos. El líder de Solidaridad no pudo asistir a recibir el galardón Oslo, por lo que siguió la ceremonia desde la casa parroquial de la iglesia de Santa Brígida, ubicada en la zona del astillero de Lenin, en Gdansk, donde escuchó la transmisión que emitió la radio Europa Libre. Aprovechó la ocasión en el simbólico lugar para denunciar la existencia de presos políticos, mientras firmaba autógrafos.

Su discurso en Oslo fue leído por Bogdan Cywinski, líder de Solidaridad exiliado en Bruselas. En la ocasión Walesa enfatizó la necesidad de entendimiento y diálogo, de unir los dos valores básicos de la paz y la justicia, de la importancia de la solidaridad humana para enfrentar las experiencias más duras, que muchos debían pagar con la vida, la pérdida de la libertad, las humillaciones y sacrificios. Entendía que el premio era un reconocimiento al movimiento que le lideraba, y recordaba su niñez en medio de la reconstrucción entre las ruinas y las cenizas de la guerra, desde donde quizá sacó las fuerzas para levantar Solidaridad, “un movimiento poderoso por la liberación social y moral”. Recordó la visita de Juan Pablo II y fijó las bases para el diálogo y el futuro.

Tony Judt destaca que la acción de Solidaridad debe entenderse como “la última de una serie creciente de protestas obreras iniciadas en 1970 y dirigidas contra la represiva e incompetente gestión económica del partido” (Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Taurus, 2012). Sin embargo, eso no es contradictorio con otra clave de comprensión del significado histórico del movimiento de los trabajadores polacos: la organización nacida en 1980 representa quizá el comienzo del fin del comunismo en Europa, que concluiría simbólicamente con la caída del Muro de Berlín en 1989. El nacimiento de Solidaridad, el liderazgo de Walesa y su impacto local e internacional fijaron un marco de acción y determinaron el sentido pacífico pero decidido de lucha contra los regímenes comunistas, proceso que iría desarrollándose hasta la victoria, de manera incesante, aunque con muchas dificultades en el camino.