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OPINIÓN

Elecciones en EE.UU.: Un final dramático e impensado

El problema es que el conteo de votos se ha enturbiado, con una imagen negativa para las elecciones y para la propia democracia norteamericana, que después de varios días aún no logra entregar un resultado definitivo, lo que resulta francamente sorprendente.

Ni el mejor libro o serie de ficción habría podido prever el desenlace de la elección presidencial en los Estados Unidos este 2020. Los comicios que enfrentaron a Joe Biden contra el presidente Donald Trump, quien se presentaba a la reelección, tuvieron algunas curiosidades históricas que quedarán para siempre, partiendo por el escenario de la pandemia del coronavirus que acompañó este año a esa gran potencia en medio de su proceso electoral, alterando las primarias y la campaña en general. El primer debate presidencial entre Biden y Trump también será recordado por haber sido realmente lamentable, lleno de interrupciones y escaso en ideas, donde era difícil advertir a algún estadista detrás de la discusión. La situación parecía ilustrar uno de los aspectos más notorios de la campaña: pese a que Biden no era ni de lejos una gran figura política admirable o especialmente destacada, el deseo de sacar a Trump de la Casa Blanca era un incentivo suficiente para apoyarlo con determinación, como lo hizo Obama durante los últimos días, aparentemente con éxito.

Hasta pocas semanas antes de la elección muchas encuestas y medios de comunicación no se cansaban de repetir que Biden y su candidata a vicepresidenta Kamala Harris superaban por un amplio margen a Trump junto a Mike Pence, lo que hacía previsible el triunfo de los demócratas y volvía prácticamente imposible la reelección de actual gobernante republicano. Esto no deja de ser una curiosidad que deberá ser estudiada con más detención para intentar saber dónde radica el problema: si en el tipo de preguntas de los estudios de opinión, en la muestra o en algún otro factor que debería explicarse a la hora de dar los resultados, ya que si bien las encuestas no son predictivas, sí desempeñan un papel importante en el proceso electoral norteamericano.

La noche del martes 3 de noviembre el escenario fue radicalmente distinto, cuando la elección comenzó a aparecer estrecha en sus resultados y abierta en cuanto al posible ganador. Adicionalmente, se trataba de unos comicios especialmente emocionantes para quienes desde hace décadas seguimos cada elección presidencial en los Estados Unidos. A medida que se iban contando los votos de los distintos estados, la sorpresa comenzó a cundir entre los analistas y seguidores del proceso electoral en los Estados Unidos y en el mundo, porque en muchos lugares aparecían cifras y tendencias diferentes a las que se habían anticipado, e incluso por algunos momentos la reelección de Donald Trump parecía la tendencia con más posibilidades de triunfo.

La definición se presentaba problemática en dos aspectos. Una dificultad se daba por los resultados relativamente estrechos –en algunos lugares más que en otros– que se podrían presentar en aquellos estados que decidirían la contienda: Florida, Iowa, Arizona, Georgia, Michigan, Minnesota, North Carolina, Nevada, Ohio, Pennsylvania, Texas y Wisconsin. El segundo, complejo y que resulta increíble en estos tiempos, se refiere al asunto de los votos por correo, que no se contaron durante el martes 3 de noviembre en muchos estados y que al viernes 6 todavía mostraban resultados pendientes en algunos lugares, como Nevada, Penssylvania, Georgia y North Carolina.

Si la elección fuera como en otras sociedades con regímenes presidenciales, en las que triunfa quien obtiene más votos, el tema ya estaría resuelto: al finalizar el viernes 6 Biden sumaba más de 74 millones de sufragios (50,6%), una cifra sin duda impresionante, mientras Trump logró superar los 70 millones de votos (47,8%), un resultado también sorprendente para muchos que desprecian al gobernante norteamericano y que incluso se burlan de sus electores. Pero el modelo norteamericano define los resultados de acuerdo a los electores que posee cada estado, de manera que un resultado estrecho tiene emoción electoral, pero todos los delegados se los lleva quien obtiene la mayoría, dejando al segundo sin ningún representante. Por eso la clave era obtener la cifra mágica de 270 votos electorales y no la mayoría de los sufragios, como ocurre en otras partes.

Como consecuencia de las elecciones, la democracia norteamericana una vez más se ha puesto a prueba y han comenzado las críticas a algunas formas de votación y de conteo, han existido enfrentamientos entre la prensa y Donald Trump, acusaciones cruzadas de robo y fraude por parte del representante republicano o de no respetar el sistema y sus resultados según señalan los demócratas en contra del gobernante. En cualquier caso, la elección no termina de una forma limpia y clara como sería deseable, sino que aparece manchada, con dudas y recriminaciones. En este sentido, esta elección tiene similitudes con la del año 2000, y parece probable que se decida en tribunales.

Efectivamente, tras las elecciones –y con resultados aún pendientes en algunos estados–, el presidente Donald Trump decidió denunciar la existencia de fraude electoral, asegurando que se había ido a acostar el martes 3 prácticamente con la victoria, y al día siguiente las cosas habían cambiado precisamente en aquellos estados que podían decidir la contienda. El asunto podría haber tenido una resolución más simple, democrática y republicana a la vez, si el presidente Trump hubiera expresado sus dudas, exigiendo la necesidad de contar todos y cada uno de los votos, de revisar todo lo que fuera necesario para garantizar la transparencia del proceso, pero con una conclusión indispensable y exigible a cualquier demócrata que participe como candidato en una elección: si los resultados favorecían a Biden, el Presidente reconocería la victoria de su contrincante y lo respetaría como el nuevo gobernante legítimo de los Estados Unidos de Norteamérica. Tan simple y tan importante como eso.

El problema es que el conteo de votos se ha enturbiado, con una imagen negativa para las elecciones y para la propia democracia norteamericana, que después de varios días aún no logra entregar un resultado definitivo, lo que resulta francamente sorprendente. Quizá, para unos próximos comicios deberá repensarse la fórmula de votos por correo, pero sobre todo definir un plazo máximo para la entrega de los resultados, de manera de no repetir esta  inédita situación de tener tantos días de espera para recibir los resultados. Quizá varios estados en esta situación podrían estudiar algunos cambios, como lo hizo Florida después del 2000, al punto que desde entonces y a pesar de elecciones competitivas y con finales fotográficos, este populoso estado ha dejado atrás el fiasco de la elección Bush-Gore.

En cualquier caso, y como en otros momentos de su historia, es bastante seguro que la democracia norteamericana resultará fortalecida y que las bravatas del presidente Donald Trump deberán quedar solo en eso, al confirmarse la victoria de Joe Biden. Ya habrá tiempo para hacer análisis sobre distintos fenómenos, sobre la conformación del nuevo Congreso y las repercusiones que tendrá la nueva administración en el concierto internacional. Por el momento, debemos cerrar el capítulo de los comicios norteamericanos, que tienen un lugar bien ganado entre los espectáculos más atractivos de todo el orbe.