Ha pasado medio siglo desde el fallecimiento del estadista, por lo que vale la pena recrear su figura y tiempo histórico, algunos de sus logros y el liderazgo que le correspondió ejercer en momentos decisivos del mundo contemporáneo.
El 9 de noviembre de 1970 falleció Charles de Gaulle, una de las figuras más importantes del siglo XX, tanto en su Francia natal como en el mundo entero. Con él se marchaba toda una etapa política y militar de un siglo duro y contradictorio, caracterizado por las guerras internacionales y el desarrollo de los totalitarismos, pero en un contexto donde también avanzaba la democratización de las sociedades, el progreso económico-social y la libertad de los antiguos pueblos colonizados.
De Gaulle estuvo presente, de una u otra manera, prácticamente en todos aquellos procesos como figura clave de un país beligerante, luchando contra el totalitarismo, procurando levantar la democracia francesa después de la guerra y enfrentando la descolonización de Argelia, los cambios de la década de 1960 y la rebeldía del mayo francés, entre otros acontecimientos que fueron parte de su vida y de la historia del siglo.
Había nacido el 22 de noviembre de 1890 y fue uno de los cinco hijos de un matrimonio católico, cuyo papá profesor había apoyado a Dreyfus –en el famoso y polémico caso de fines del siglo XIX– pensando especialmente en el prestigio del Ejército. El pequeño Charles fue un gran lector, y se interesó especialmente desde temprano en la historia de Francia, formando parte de una familia que se había opuesto en su momento a la Revolución Francesa de 1789. A los 15 años escribió un ensayo notable por su tema y proyección, aunque ficticio: se refería a un general de Gaulle que emergía victorioso sobre Alemania ¡en una guerra en 1930!
Contamos con una excelente biografía reciente, de Julian Jackson, titulada A certain idea of France. The life of Charles de Gaulle (Londres, Allen Lane, 2018), obra completa, inteligente y bien documentada. El futuro líder ingresó al Ejército en 1908 y mostró un gran interés en la estrategia militar, a partir del estudio de las guerras de Francia con Alemania en el siglo XIX. Como militar destacó por su conducta, carácter y resistencia; sirvió en Francia, bajo Pétain, de quien reconocería: “Me enseñó el arte del mando”. El joven de Gaulle participó en la Primera Guerra Mundial, cuando recibió una bala en la rodilla y otra en la mano en el Somme; fue prisionero alemán por 18 meses, en Baviera, ocasión en que aprovechó de leer periódicos alemanes.
La primera etapa de la larga vida de Charles de Gaulle, podríamos considerarlo así, fue una preparación persistente, sistemática y decidida para el año 1940, un momento crucial de la trayectoria de Francia en el siglo XX y de la propia vida de quien se convertiría en uno de sus principales líderes de todos los tiempos. Desde el año anterior, tras la invasión de Alemania a Polonia, las fuerzas de Hitler no paraban de avanzar sobre Europa, con una capacidad militar que parecía no iba a encontrar quién lo detuviera en su camino de dominación. En abril de 1940 se produjo la batalla de Francia, que los nacionalsocialistas enfrentaron con decisión, mientras los franceses aparecieron divididos, mal preparados e incluso entreguistas, sin capacidad para enfrentar a sus poderosos enemigos de la Segunda Guerra Mundial. En ese ambiente, el mariscal Pétain lideraba las fuerzas que veían con buenos ojos la posibilidad de una capitulación, a la que se llegó el 22 de junio de 1940, mediante un acuerdo con el dictador alemán, mientras otros –entre los que se encontraba De Gaulle– no aceptaban esa fórmula que consideraban lesiva para los intereses de Francia.
Cuando Winston Churchill exhortó a sus aliados franceses a seguir en la lucha a mediados de 1940, encontró escaso eco. Una de las excepciones fue Charles de Gaulle: “Es el hombre del destino”, afirmó el Primer Ministro de Gran Bretaña, con palabras que resultarían proféticas (en Andrew Roberts, Churchill. La biografía, Barcelona, Crítica, 2019). Desde entonces, para los aliados De Gaulle pasó a ser el hombre de Francia, y junto a ellos lucharía para derrotar a Hitler en la terrible guerra que enfrentaba Europa.
De Gaulle en la Segunda Guerra Mundial
Durante los años de la guerra, De Gaulle se trasladó a Inglaterra, donde vivió su exilio y comenzó a preparar la lucha por la liberación de Francia.
El 18 de junio pronunció su primer discurso, fundacional y decisivo, que pocos escucharon en su momento pero que se convirtió en un documento histórico emotivo y valioso. En esa alocución radial reconocía la derrota de las fuerzas francesas, advirtiendo que se había formado gobierno en su país, que se había puesto en contacto con Alemania para acordar un cese del combate: “Pero, ¿está dicha la última palabra? ¿Está perdida la esperanza? ¿La derrota es definitiva?”, se preguntaba retóricamente: “¡No! Francia no está sola. Tiene un gran Imperio y puede hacer bloque con el Imperio británico que controla el mar y continúa en la lucha. Puede, como Inglaterra, utilizar sin límites la inmensa industria de los Estados Unidos” (el texto, titulado “La llamada”, está reproducido en Manuel Alvarez de la Rosa, De Gaulle, un retrato de Francia, Tenerife, Ediciones Idea, 2006). Como sostiene Jackson en A certain idea of France, fue un discurso que tuvo un diagnóstico, una predicción, una llamada y un mensaje, que permitió que su futuro y su “legitimidad” derivaran precisamente de aquel momento.
Fueron años difíciles, pero apasionantes y con historia de la grande. Comenzaron con su condena a muerte por parte del gobierno de Pétain. Durante esa época de Gaulle debió asumir varios desafíos propios del líder en que se convirtió entre 1940 y el final de la guerra: le correspondió organizar y unificar la resistencia; preparar el reclutamiento; debió velar por la posición que tendría su país entre los aliados; asumió la recuperación territorial de Francia en 1944 y finalmente lideró el gobierno provisional que se formó tras la victoria.
Una de sus tareas más permanentes y apreciadas eran los discursos radiales que pronunciaba a través de la BBC. A través de ellos fue mostrando a sus compatriotas una idea de Francia y de la necesidad de enfrentar al enemigo alemán a pesar de las adversidades. Entre las actividades más importantes del militar francés se encontraba mantener la relación con los líderes de las potencias: Churchill en primer lugar, y luego Franklin D. Roosevelt (a quien Harry Truman reemplazaría casi al terminar la guerra) y Stalin, el temible pero “necesario” dictador comunista. Las consideraciones positivas hacia el líder francés se mezclaban con recelos frente a su excesivo celo francés y el deseo de asemejarse a los jefes de Estado durante la guerra y la posguerra.
Además de las actividades específicas y de las tareas que le correspondió desarrollar durante aquellos años, De Gaulle mostró algunas características personales que ya había anticipado en la Primera Guerra Mundial y durante el periodo entreguerras, y que lo distinguirían por el resto de su vida. De partida, consolidó un liderazgo personal bastante nítido, que lo acompañaría el resto de su vida; mostró gran determinación, como lo había manifestado con sus intentos de fuga cuando estuvo en prisión y en la decisión de abandonar Francia en 1940, para resistir el dominio de Hitler. Además, era un hombre culto, que pronunciaba conferencias sobre asuntos militares y escribía sobre temas relevantes que no todos comprendían en la Francia de entonces, como fue su libro Hacia un ejército profesional (1934). Su determinación era acompañada de una figura imponente: medía 1,95 m, que llamaba la atención de inmediato. Con el tiempo desarrollaría una gran seguridad de juicio y gusto por el poder, militar y político. Consultado sobre su visión de las cosas, señalaba: “Tengo una cierta idea de Francia”, que se refería sin duda a su historia, los desafíos del presente y el sentido de futuro, todos entrelazados en la idea de la grandeza, o grandeur, como se hablaba en su tiempo.
Felizmente para sus intereses y los de Francia, ese liderazgo fue coronado con la victoria en la Segunda Guerra Mundial y la recuperación de la antigua potencia europea.
El Presidente. Elecciones y gobierno
En 1958 el general Charles de Gaulle regresó en gloria y majestad al gobierno, al que había renunciado en 1946, tras el término de la Segunda Guerra Mundial.
Durante sus años fuera del poder rigió la IV República en Francia. Se trataba de un régimen de carácter parlamentario, que tuvo numerosos problemas operativos y que fue perdiendo respaldo con el paso del tiempo. Fue una etapa caracterizada por un gran desorden político, que se manifestó en la conformación de 24 gobiernos en el periodo, en el cual también tuvo lugar el desarrollo de las guerras coloniales, que culminarían con el fin del imperio. En el plano personal, De Gaulle aprovechó ese tiempo para dedicarse a escribir memorias sobre la Segunda Guerra Mundial, inquietud que compartía con el gran Winston Churchill.
Su retorno al Eliseo como Primer Ministro marcó un claro contraste con el periodo anterior, y uno de sus legados más importantes fue la creación de la V República, que recibió un amplio apoyo ciudadano y que rige hasta hoy. Bajo la nueva Constitución de 1958 asumió como Presidente de la República Francesa, cargo que ostentó hasta abril de 1969. Para entonces, los ejes del ideario político gaullista eran, principalmente, la necesidad de fortalecer las instituciones políticas del país, el valor de la independencia nacional y la justicia social. El objetivo: “la búsqueda de la grandeza”, como denomina Jackson al capítulo que cubre el periodo 1959-1963 de la vida del general De Gaulle.
Durante los años de gobierno, De Gaulle enfrentó muchos desafíos importantes, que redundaron en cambios cruciales para Francia, así como para Europa y el mundo. En 1962 se consolidó finalmente la independencia de Argelia; Francia desarrolló un programa nuclear propio, tema fundamental durante la Guerra Fría; en 1963 Francia reinició las relaciones diplomáticas con Alemania –lo que desempeñaría un papel fundamental en la unidad europea– algo impensable solo unos años atrás, y que el Tratado del Eliseo revertiría para el bien de ambas potencias y de Europa.
En las dos elecciones que enfrentó de Gaulle, el héroe francés demostró su gran capacidad electoral. En 1959 logró la Presidencia con el 78% de los votos, mientras en 1965 obtuvo el 54% en segunda vuelta, derrotando al socialista François Mitterrand, quien había logrado reunir a la izquierda francesa tras su candidatura.
Un excurso: De Gaulle en Chile (1964) y Eduardo Frei Montalva en Francia (1965)
Durante gran parte de la vida republicana los presidentes chilenos no realizaban viajes al extranjero, y los gobernantes de otras naciones tampoco visitaban el territorio nacional. Durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, por ejemplo, visitaron Chile el argentino Juan Domingo Perón (1953) y el boliviano Víctor Paz Estenssoro (1955).
Sin embargo, en los gobiernos de Jorge Alessandri (1958-1964), Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y Salvador Allende (1970-1973) la situación cambiaría de manera notable, y Chile se convertiría en un actor de importancia creciente en la política internacional. Una de las figuras que llegó a Chile fue, precisamente, el imponente general Charles de Gaulle, quien visitó el país cuando concluía el gobierno de Jorge Alessandri, poco después del triunfo de Eduardo Frei en los comicios del 4 de septiembre de 1964. El 29 de ese mismo mes de Gaulle arribó a Arica, donde lo esperaba el ministro Julio Philippi, y el 1 de octubre llegó a Valparaíso, donde fue recibido por el presidente Alessandri y una multitud que lo ovacionaba.
En un interesante artículo, Joaquín Fermandois explica la visita que el general Charles de Gaulle hizo a Chile en 1964 y el viaje que realizó el presidente Eduardo Frei Montalva a Francia al año siguiente forman parte de “la época de las visitas” (reproducido en Fragmentos acerca del fin del mundo. Artículos y ensayos sobre Chile, Santiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2015). Señala que De Gaulle llegó al país vestido con su uniforme de general de brigada y fue recibido como un “mito viviente”, debió soportar además una agenda intensa, que incluía visitas oficiales, cenas de gala y un breve viaje para la conmemoración de los 150 años de la batalla de Rancagua. Una fotografía de revista Ercilla (N° 1.533, 7 de octubre de 1964) registra una imagen del general De Gaulle junto al presidente Alessandri y dos miembros de un grupo folclórico que hizo una presentación en homenaje al gobernante francés.
Particularmente interesante fue el viaje de Frei a Francia en 1965, en un momento en que el gobernante demócrata cristiano disfrutaba de un gran prestigio internacional, cuya exaltación se expresó también en su visita a Inglaterra y al Vaticano. En París, el gobernante chileno expresó: “Siento orgullo de ser el primer Presidente que llega en visita oficial a Francia en representación de Chile, cuyo parlamento es uno de los más antiguos del mundo, pues a través de 150 años de elecciones libres y de vida nunca interrumpida, desmiente esa imagen simplista de Latinoamérica, de la cual con prontitud se recoge cualquier información sobre sus convulsiones superficiales, pero no siempre se comprende la vida profunda y a veces dramática de sus pueblos” (reproducido en Cristián Gazmuri, Patricia Arancibia y Álvaro Góngora, Eduardo Frei Montalva (1911-982), Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1996).
En esa oportunidad, el general De Gaulle realizó una importante reflexión ante Frei –que no sería profética– sobre el significado del gobernante DC en Chile y su sentido democrático y transformador: “Apreciamos profundamente el esfuerzo emprendido por el gobierno chileno en materia de desarrollo económico y social, de estabilidad política y en las relaciones internacionales… Nosotros concedemos un interés especial a su empresa, porque usted quiere tomar con sus manos su propio destino y conducirlo de una manera moderna y humana. Así puede usted escapar a la opresión del marxismo-leninismo y a aquella del capitalismo y de los militares. El éxito de este esfuerzo es esencial para el equilibrio mundial. Su fracaso sería desastroso; no haría otra cosa sino mantener una confusión permanente en América Latina y constituir un peligro para la paz” (citado en Joaquín Fermandois, “La época de las visitas”). Como concluye Fermandois, “pocas veces se ha halagado a un líder chileno con visos de sinceridad y a partir de pergaminos de la Gran Historia”, en tanto Frei miraba al general De Gaulle, y a Francia en general, con un interés político y económico. El 23 de julio de 1965 el gobernante regresó triunfalmente a Chile, cuando la Revolución en Libertad se encontraba en plena marcha y en su mejor momento (El Mercurio, “Homenaje popular”, 25 de julio de 1965).
Últimos años y el legado gaullista
En 1968 Charles de Gaulle enfrentó un momento extraordinario en la vida de Francia en la segunda mitad del siglo XX, cuando los jóvenes estudiantes de París se rebelaron contra el orden social, y contra sus padres y profesores, en una de las protestas más simbólicas en el mundo de los años 60.
El mayo francés fue un momento épico y revolucionario, cuando los universitarios liderados por Daniel Cohn-Bendit levantaron barricadas y repitieron consignas para protestar, pedir cambios y desafiar la realidad vigente. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “La imaginación al poder”, “Prohibido prohibir” y otros tantos graffiti simbolizaban el espíritu de la época, en claro contraste con aquella que representaba de Gaulle, que parecía estar viviendo su ocaso. Como resume Tony Judt, era una “lucha estilizada en la que las fuerzas de la vida, la energía y la libertad se contraponían al adormecimiento y el embotamiento de los hombres del pasado” (en Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Taurus, 2012). A los pocos días se sumaron los trabajadores y París llegó a estar prácticamente paralizado, lo que mostraba la gravedad de la situación. Sin embargo, como en otros momentos de la historia, emergió entonces el estadista Charles de Gaulle, que tenía recursos y apoyo popular para responder al tremendo desafío que se le presentaba.
Por esos días viajó a Alemania a confirmar la lealtad de las tropas francesas. Los sucesos terminaron con una doble reacción del general de Gaulle: primero dejó de asistir al Consejo de Ministros del 29 de mayo, mientras las protestas gritaban “Adiós De Gaulle”. Al día siguiente sus partidarios organizaron una gran manifestación a la que asistieron más de 300 mil personas a los Campos Elíseos, para manifestar su lealtad al Presidente y a la República. Ese mismo 30 de mayo el general regresó a Francia, y se dirigió al país por radio, como en los viejos tiempos: anunció que no renunciaría y convocó a elecciones legislativas que se efectuaron el 23 y 30 de junio. El pueblo debía decidir entre el gobierno y la anarquía, parecía ser el mensaje. En los comicios, los partidos Comunista y Socialista disminuyeron de manera importante su representación, en tanto los gaullistas fueron los grandes triunfadores de la jornada. Todo parecía marchar bien. Sin embargo, al año siguiente De Gaulle convocó a un referéndum sobre las regiones de Francia, para pedir apoyo y tener mayor legitimidad, pero fue derrotado por el voto popular, lo cual condujo a su dimisión y a su retiro de la política.
Como en otras ocasiones, comenzó a escribir sus recuerdos de gobierno, con el sugerente título Memorias de esperanza (Madrid, Taurus, 1970, 2 tomos, La renovación 1958-1962 y El esfuerzo 1962-…), pero alcanzó a escribir solo una parte, dejando inconclusa prácticamente toda la década de 1960. Al finalizar el primero de esos tomos, el general hace una reflexión que manifiesta su visión política y autoestima en la exposición de sus ideas y el desarrollo de su proyecto: “En la cuesta que estaba subiendo Francia, mi constante misión era guiarla hacia lo alto, mientras que todas las voces la llamaban sin cesar para que bajase. Al optar otra vez por escucharme, se libró del marasmo y acababa de superar la etapa de la renovación. Pero, a partir de ahí, lo mismo que ayer, no tenía otra meta que enseñarle que la cumbre, ni otro camino que el esfuerzo”. Era el ideario gaullista en estado puro.
El legado del general de Charles de Gaulle se manifiesta en diversas áreas relevantes, que es difícil resumir en pocas líneas, pero que podrían sintetizarse en algunos temas fundamentales. El primero, sin duda alguna, fue su papel y liderazgo decisivo en la Segunda Guerra Mundial, que lo levantó como símbolo de la esperanza frente a la derrota y que lo catapultó para siempre en un lugar preponderante en la política francesa. Con ello logró recuperar la posición internacional de Francia, aunque nunca volvería a ser el mismo de otras épocas. Su mayor legado político fue la V República, símbolo de estabilidad durante casi sesenta años, muy valioso para un país que ha ensayado diferentes regímenes desde el fin de la monarquía en adelante. Por otra parte, durante mucho tiempo la política llegó a definirse por el gaullismo y el antigaullismo, en tanto pareció abrirse en la Francia del general una alternativa entre el mundo comunista y el norteamericano que disputaban la Guerra Fría, con un país que regresaba para ser influyente en el contexto internacional.
François Mitterand, líder socialista y figura de la política francesa de la segunda mitad del siglo XX, resumió muy bien la relevancia del general De Gaulle en la historia de su país: en los momentos duros de Francia, “fue el más grande” (en Memorias interrumpidas, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1996). Quizá por eso, más que un gobernante, De Gaulle fue un símbolo: parte de su legado es lo que hizo, pero la esencia es lo que él fue. A la larga, el gaullismo se ha convertido en una verdadera cultura política, que cubre un importante arco político de fines del siglo XX y comienzos del XXI, cuando muchos líderes políticos y proyectos reconocen que su ideario nació precisamente de la figura, ejemplo e ideas de Charles de Gaulle.
En 1965 había muerto Winston Churchill y dos años después falleció Konrad Adenauer. Por lo mismo, con la muerte del general Charles de Gaulle el 9 de noviembre de 1970, no solo se marchó uno de los franceses más importantes de todos los tiempos –superior a Napoleón según una encuesta de 2010– sino que también se acabó una época en la compleja y dramática historia europea del siglo XX.