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OPINIÓN

Izquierdas, derechas y trincheras

Chile ha vivido una clara polarización desde el 18 de octubre de 2019, que ha tenido momentos de gran violencia y odiosidad, pero que conviene analizar en su justa dimensión. Primero, porque se ha producido una canalización política e institucional de la crisis, a través del proceso constituyente. Segundo, porque hay muchas elecciones en marcha, y no todos permiten apelar exclusivamente al voto duro, sino que es preciso aspirar a recibir también apoyos mayoritarios (en elecciones de gobernadores y alcaldes, por ejemplo). Tercero, porque en muchos planos la polarización es más política que social, de twitter, cómo se dice, mientras los chilenos -lentamente y con dificultades- han ido regresando a sus actividades habituales, más preocupados de la situación económica y social que de la coyuntura partidista.

El tema ha cobrado relevancia a comienzos de diciembre de este complejo 2020, por la renuncia de dos diputados a Revolución Democrática: Pablo Vidal y Natalia Castillo, quienes han acusado al partido porque en su proyecto “se consolida un polo de izquierda clásico”, en vez de preferir un esquema más amplio, “un proceso transformador de centro-izquierda, junto a visiones socialdemócratas, socialistas, progresistas, liberales, verdes y feministas”. La presidenta de RD Catalina Pérez, ha declarado posteriormente que “no estaría cómoda en una lista que apostase a ser testimonial, a ser trinchera o minoría “, sintetizando su reflexión: “No son tiempos de izquierdización de la política ni de trincheras”. La dirigenta no precisa cuándo sí debería izquierdizarse y atrincherarse el partido o cuándo lo ha hecho. Este sábado 5 se confirmó que el Partido Liberal -que había denunciado el viraje a la izquierda del conglomerado- se ha retirado del Frente Amplio.

En la misma línea, pero en el frente contrario, la alcaldesa Evelyn Matthei ha expresado que “aspirar a un tercio de la Convención Constitucional es atrincherarse. Eso sería un error”. La precandidata presidencial de la UDI agregó que es necesario conversar muchas cosas, “que la inmensa mayoría de los chilenos son muy sensatos y no están con los extremos”, rechazando que la centroderecha adopte “una actitud de atrincheramiento”.

El tema de las alianzas y de los proyectos políticos -de gobierno y oposición, de izquierdas y derechas- es muy profundo, y requiere que los partidos lo asuman con inteligencia y una adecuada articulación entre los principios declarados y la práctica. Por otra parte, es importante definir claramente si los partidos formarán una alianza de carácter político o una meramente electoral, y desde ahí organizar el trabajo.

En todos los casos, hay algunas cosas que parecen estar claras.

En primer lugar, es evidente que mantenerse en un extremo del arco político puede asegurar fortalecer el voto duro, eventualmente elegir un diputado o un constituyente, pero hace prácticamente imposible lograr mayorías. Segundo, está demostrado que mientras más pequeño es un partido o alianza, más posibilidades tiene de mostrar un proyecto unitario y coherente, y mientras más amplio es un partido o coalición, serán más claras sus contradicciones internas, la falta de línea y la imprecisión doctrinaria. En tercer lugar, la historia reciente ha demostrado que las elecciones presidenciales en general se definen en segundas vueltas, en las que no bastan los partidarios convencidos, sino que también otros que eligen al más cercano, al mal menor y a quien procura evitar el triunfo del adversario. Finalmente, la realidad muestra que pese a los purismos, en la política parlamentaria se requieren acuerdos y transacciones, que un logro habitualmente está compensado con una pérdida, precisamente porque es muy difícil -cuando no imposible- obtener una mayoría clara, doctrinalmente perfecta y con proyección futura.

La actividad política es muy dinámica y muy compleja, por lo cual requiere tener ideas, convicciones y programas bien pensados, así como estar dispuestos a llevarlos con decisión al debate público. También se necesitan estructuras adecuadas para enfrentar los múltiples desafíos del presente: esto incluye partidos políticos, coaliciones, sociedad civil, centros de estudios y otras estructuras que faciliten el trabajo. Finalmente, en toda transformación histórica se requieren personas, líderes que convoquen y orienten, que muestren un proyecto colectivo con una adecuada diversidad social y generacional, con hombres y mujeres, de distintas edades y oficios.

La opción de atrincherarse o abrirse es de táctica política y es muy importante. Pero debe estar subordinada a una definición mayor, de proyecto político, de definición clara sobre lo que se estima lo mejor para Chile y la calidad de vida de su gente. Para eso no basta hacer alianzas más o menos amplias, más o menos izquierdistas o derechistas, sino que es necesario darle un sentido profundo  a cualquiera sea la organización política que se adopte. Es necesario saber por qué una persona está dispuesta a pasar los sinsabores de la política, conocer qué está dispuesta a negociar y qué cree que son convicciones que no se transan en la feria. Es preciso ser parte de proyectos más o menos abiertos, pero que no pueden ser tan estrechos que parezcan una secta de elegidos ni tan amplia donde quepa cualquier iniciativa, apoyo a proyectos inconstitucionales o negación de lo que se suponían que eran las convicciones mínimas compartidas.

Finalmente, es preciso hacer un par de reflexiones adicionales, que no se refieren a pactos ni atrincheramiento, sino a otras condiciones políticas que dificultan el trabajo de izquierdas y derechas. En el caso de Revolución Democrática, el problema mayor podría no ser su política de alianzas, sino su estilo mesiánico y autorreferente, perpetuamente crítico de los impuros (ciertamente la derecha y la Concertación), pero sin que sus propios próceres sean la encarnación de la pureza, aunque sea porque ella sencillamente no existe en este mundo. En la hora de la verdad, es necesario crecer, formar alianzas, llegar a acuerdos. Lo mismo podría afectar a otras agrupaciones de izquierda: el Partido Comunista ha hecho un llamado recientemente a unir a todos quienes se oponen al neoliberalismo, lo cual muestra un pragmatismo claro, frente a un pasado que reunía a la izquierda, cuyo proyecto histórico era construir el socialismo. Otro problema atávico de las izquierdas es su permanente fraccionamiento, su capacidad casi infinita de dividirse y subdividirse, en dos, cinco, diez movimientos o micropartidos, cuestión que ha quedado clara en la experiencia breve y convulsionada de RD.

El caso de la derecha tiene al menos dos complejidades, que no se refieren a un acuerdo político más o menos amplio (con o sin el Partido Republicano, por ejemplo), sino a dos cosas distintas. La primera es el elitismo económico y social de su dirigencia política, que ha repetido en sus dos administraciones y en buena medida en los partidos, y se repite como si hubiera herencias, derechos adquiridos o se trasladara a la política la lógica de los clubes y colegios. La segunda es la incapacidad de elaborar un proyecto político común, sencillo, claro y entendible, que motive al gobierno, partido y partidarios, que no se distinga solo por el temor a la izquierda sino por una visión de país atractiva y convocante, propositiva y no reaccionaria. Son tareas grandes y que deben asumirse con convicción.

Queda un último aspecto que no se puede omitir: es el grave deterioro de la política, del debate parlamentario e incluso del estado de derecho. En este proceso de descomposición y autodemolición institucional han tenido parte izquierdas y derechas, gobierno y oposición, los sectores más atrincherados y los centristas, con distintos niveles de responsabilidad. Hacia el futuro serán cada vez más irrelevante las opciones que tomen los partidos, las alianzas que formen y quién lidere los municipios o legisle, si paralelamente no cambia radicalmente la forma de hacer política, con sus posibilidades y limitaciones. En tiempos confusos y complejos es difícil ver el horizonte y las voces más cuerdas suelen ocultarse en medio del griterío, mientas los estadistas parecen personajes de libros ante el crecimiento de populistas de distintas denominaciones. Estos procesos históricos suelen tener oportunidades de cambio, pero si no se enfrentan con claridad la crisis de la política puede tornarse irreversible, para mal de quienes la provocaron y de la sociedad en su conjunto.