Volver

OPINIÓN

1920-2020: cambios de época en Chile

El 24 de diciembre de 1920, el famoso León de Tarapacá, Arturo Alessandri Palma, asumió como Presidente de la República, después de una larga trayectoria como diputado y senador. Orador notable, apasionado, populista y dispuesto a la lucha, Alessandri reunía dos características aparentemente contradictorias: por una parte, había sido un hombre del régimen parlamentario, pero en la disputada elección de 1920 se había presentado como un candidato presidencial diferente, con deseos de realizar reformas que superaran el letargo y permitieran iniciar con fuerzas una nueva etapa en la vida nacional.

La tarea no era fácil, en modo alguno. Varias décadas de parlamentarismo habían determinado formas de actuar y prácticas políticas que ya estaban instaladas en la clase dirigente, poco abierta a los cambios. Alessandri aparecía como un líder rebelde, contestatario, incluso peligroso, ciertamente atractivo para las masas y para otras personas que veían en él a un hombre decidido a propiciar cambios necesarios en diversos ámbitos, como anunció en el discurso-programa de su candidatura. Ahí señalaba la necesidad de hacer cambios constitucionales y de perfeccionar el régimen de gobierno, hacer reformas sociales y legales, asegurando que Chile vivía “uno de los momentos más difíciles de su historia”, después de años “en medio de la anarquía y del desgobierno”. Frente a las claras perspectivas de inmovilismo, Alessandri advertía que sería una amenaza: “Quiero ser amenaza para los espíritus reaccionarios, para los que resisten toda reforma justa y necesaria”, culminando con una histórica admonición: “Yo quiero ser amenaza para los que se alzan contra los principios de justicia y de derecho; quiero ser amenaza para todos aquellos que permanecen ciegos, sordos y mudos ante las evoluciones del momento histórico presente, sin apreciar las exigencias actuales para la grandeza de este país; quiero ser una amenaza para los que no saben amarlo y no son capaces de hacer ningún sacrificio por servirlo”.

Ha pasado un siglo desde entonces, y Chile ha transitado los más diversos problemas y desafíos; ha obtenido logros importantes, pero también siguen existiendo deudas; el desarrollo económico y social alcanzado a comienzos del siglo XXI parecía inimaginable solo unas décadas atrás, pero con problemas nuevos que han generado tensiones políticas y rupturas muy complejas. En el caso de 1920, por circunstancias que no es del caso desarrollar, el gobierno de Alessandri concluyó con una crisis mayor, que incluyó el ruido de sables y la clausura del Congreso en 1924, el breve exilio y el regreso del propio Alessandri, otro golpe de Estado en enero de 1925 y finalmente la nueva Constitución de ese mismo año. Casi todo ello no estaba ni de lejos en la agenda política de 1915 o incluso de 1920.

Este 2020 Chile está viviendo un nuevo cambio de época. Como suele ocurrir en estas coyunturas, la época que termina se ve bastante clara y se analiza con entera definición, mientras el país que viene aparece difuso y contradictorio, con más aspiraciones que certezas, promesas ampulosas y casi nunca sustentadas. A ello se suman algunas características que requieren un análisis mayor: quizá la más interesante es que existe una demanda aparente por más Estado, mientras se consolida el individualismo en las más diversas áreas.

El proceso constituyente, en el cual se han puesto tantas fichas, representa apenas uno de los tantos desafíos que tiene Chile en la actualidad, muchos de los cuales son de carácter cultural más que meramente legales o políticos. Entre ellos podemos mencionar, en primer lugar, la necesidad de articular adecuadamente el respeto por la persona y su libertad con un genuino compromiso social y una verdadera cultura de la solidaridad. Otro aspecto fundamental incluye pensar la familia y la población, con problemas como las bajas tasas de natalidad, la cantidad de niños que nace fuera de matrimonio y los adultos mayores abandonados a su suerte. El tema siempre pendiente de la educación seguirá siendo relevante, porque a pesar de las muchas reformas administrativas todavía Chile no logra enfrentar integralmente la realidad de la sala de clases y los aprendizajes, en especial en los sectores más vulnerables. Se podría mencionar también la situación de la pobreza y el trabajo, que obliga a recuperar el crecimiento económico y las oportunidades, que contribuya a que nadie se quede atrás en el camino del progreso.

Hay otro aspecto crucial, que aparece y desaparece de los análisis, pero sin el cual no existirá realmente un mejoramiento real del país: es la necesidad de recuperar la calidad de la política, venida a menos por distintas razones, pero que sigue siendo una actividad central. Las evaluaciones ciudadanas del Presidente de la República, del Congreso Nacional y de la labor de los partidos políticos han sido continuamente negativas en diferentes encuestas, lo que por cierto va horadando la democracia y generando problemas adicionales a los complejos desafíos que tiene Chile hoy.

El país vivió protestas importantes el 2019, también grandes movilizaciones, así como una ola de indeseable violencia. Este 2020 Chile ha sido afectado principalmente por la pandemia del coronavirus, mientras la crisis política adoptó un camino institucional a través del proceso constituyente en marcha y que tiene resultado abierto. Sobre esta iniciativa caben tanto las esperanzas como las amenazas, desde el deseo verdadero por deliberar y llegar a una mejor carta fundamental hasta las amenazas abiertas o veladas para rodear el órgano constituyente con movilizaciones sociales y presiones que permitan orientar y obligar las agendas en una u otra dirección.

No queda claro cuál criterio primará, tampoco si emergerán liderazgos originales o se potenciarán algunos que ya existen. Tampoco conocemos la articulación que existirá entre las declaraciones más o menos genéricas de una constitución y las consecuencias más operativas de las leyes o las políticas públicas. Y, sobre todo, será necesario comprender que las grandes soluciones y condiciones para el progreso de una sociedad no descansan en la letra de un texto constitucional ni en las promesas de políticos iluminados ni tampoco en la labor de los partidos o de un organismo estatal. En realidad, el progreso social se proyecta a partir de la vida social y las organizaciones intermedias, de la sociedad civil y de la iniciativa particular, con creatividad y mucho trabajo. Lo demás es incomprensión, cuando no engaño o promesas vacías.