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OPINIÓN

Churchill, una biografía extraordinaria

Este 2020, como muchos sugirieron a medida que avanzaba la pandemia del coronavirus y las cuarentenas, se presentaba un momento especial, con más tiempo para la lectura, para ver buenas películas o tomar algunos cursos a través de las plataformas que permitían aprender a distancia. Esto no significaba desconocer la dura realidad, ni sustraernos a los difíciles momentos que nos afectaron a los países y las familias, pero sí contribuyó a que muchos tuvieran un encierro más llevadero. Después de todo, para quienes hemos conocido el placer de la lectura, vivir en la compañía de los libros siempre es una experiencia apasionante y que vale la pena seguir disfrutando.

En lo personal, además de las lecturas “obligatorias”, es decir aquellas que debía hacer por razones profesionales, me concentré principalmente en leer biografías, en especial sobre líderes del siglo XX, que influyeron en algunos de los hitos más relevantes de la trayectoria de estas décadas tan dramáticas como apasionantes. Entre ellas puedo mencionar, por ejemplo, biografías sobre J. F. Kennedy, Trotski, el Che Guevara, Gorvachov, Ho Chi Minh, Gramsci, Mao o Charles de Gaulle. Si tuviera que elegir un solo libro –el que más me apasionó, me mantuvo más entretenido y del cual aprendí más– no tengo duda que el primer lugar lo ocupa la magnífica obra de Andrew Roberts, Churchill. La biografía (Barcelona, Crítica, 2019). En buena medida por el personaje, pero ciertamente también por el libro mismo, un modelo para su género. Estamos frente a una investigación monumental, que se tradujo en una obra de 1470 páginas, que traza la vida de una de las figuras más importantes del siglo, no solo en Inglaterra, sino en el mundo entero.

Pese a ser una obra larga y que en ocasiones parecía interminable, en realidad es un libro que se lee en forma rápida, con un interés permanente que no decae. A través de los 34 capítulos y la conclusión se entrecruzan grandes acontecimientos –como la Primera y la Segunda Guerra Mundial– con la vida de un Churchill, quien va creciendo políticamente, hasta convertirse en una figura indispensable en Gran Bretaña. En la primera etapa de su vida el futuro líder británico no fue un buen estudiante, mientras su padre Randolph era una destacada figura política de la Inglaterra victoriana, a cuya sombra crecía pero a quien también admiraba profundamente. Sin embargo, Churchill fue labrando su trayectoria a fuerza de talento, esfuerzo y decisión, además de un estudio sistemático y un aprovechamiento de sus indudables talentos.

Las fuentes utilizadas por Andrew Roberts son amplias, y están basadas principalmente en el legado del propio Churchill: discursos parlamentarios, artículos de prensa, alocuciones radiales, entrevistas ynumerosas cartas. Adicionalmente, como sabemos, el líder político británico fue un gran escritor, que fue corresponsal de guerra (inició su carrera pública como militar y desafiaba la muerte con valentía), escribió biografías y otros libros, registró su propia visión sobre la Segunda Guerra Mundial en unos libros muy bien escritos, aunque autorreferentes, e incluso recibió el Premio Nobel ¡de Literatura! Paralelamente, el autor de Churchill. La biografía ocupa numerosas fuentes y bibliografía no churchillianas, si bien principalmente británicas. Todo ello permite trazar un cuadro general muy completo sobre el personaje y su tiempo histórico, tarea titánica considerando una vida tan intensa y prolífica, que se extendió casi por un siglo, entre 1874 y 1965.

Un aspecto que destaca en la formación de Winston Churchill y a lo largo de su trayectoria fue su pasión por la historia, reflejado en la lectura de numerosos libros y en la correspondiente reflexión, para integrar el pasado humano con su proyecto político, como le comentó a un estudiante estadounidense en 1953: “Estudia historia, estudia historia… La historia atesora todos los secretos de la gobernación del estado”. Hacia 1929 le llamaba la atención que se olvidara el pasado humano y consideraba una inconsciencia no ponderar la trayectoria humana para el tiempo que le correspondía vivir, “por si acaso terminara revelándose útil como guía para superar las actuales dificultades”. En esta línea, se interesó antes y mejor que muchos por conocer el comunismo después de la Revolución Bolchevique, así como leyó MeinKampf, la obra de Adolf Hitler, personaje que muchos despreciaron sin intentar aproximarse a sus ideas.

Churchill tenía un orgullo inmenso por el Imperio Británico y por sus tradiciones, así como una convicción profunda sobre la vocación y obligaciones de los pueblos de habla inglesa, las democracias de los Estados Unidos y de Inglaterra. Pensaba en sus obligaciones para con Inglaterra y sentía el deber de servir a su patria con filial devoción. Eso aparece en numerosas páginas de esta biografía, como un símbolo y un deber, que debía ser cumplido a pesar de las adversidades, que Churchill experimentó en las más diversas ocasiones. En parte, por su personalidad, muy bien trazada, sin excesos de admiración que impidan una visión más real del personaje estudiado. Churchill era tan brillante y astuto que generaba asombro y fascinaba a sus partidarios y cercanos, pero igualmente sufría rechazos por sus posiciones y la forma de defenderlas, su ironía, exceso de seguridad y falta de apertura. Sus discursos parlamentarios eran brillantes y generaban expectación y comentarios; estuvo en las mayores alturas del poder y fue desechado de algunas combinaciones políticas; ganó y perdió elecciones. Su momento culminante llegó con la Segunda Guerra Mundial, cuando tuvo el valor y la convicción para enfrentarse al totalitarismo nazi cuando pocos pensaban que era posible derrotar a Hitler y cuando muchos en Inglaterra habían sido partidarios del apaciguamiento. Fue en ese contexto cuando escribió para siempre su nombre en la historia, si bien había muchos otros hitos que podrían haber llevado a Churchill a lugares altos de la vida política internacional del siglo XX. Poco después del conflicto denunció la formación del “telón de acero” (o “cortina de hierro”, concepto que haría historia), que dividía al mundo libre de los países que pasaban a estar dominados bajo regímenes comunistas.

En una de las páginas finales del libro, Andrew Roberts reproduce una carta escrita por Churchill a un amigo en 1891, cuando apenas tenía 17 años. En ese texto profetizaba lo que sería su labor en la defensa de Inglaterra, en los duros momentos de la Segunda Guerra Mundial: a fines del siglo XIX sostenía que habría grandes luchas, guerras que no alcanzaba a imaginar, “y te aseguro además que Londres correrá grave peligro –la capital será atacada, y yo me significaré muy notablemente en su defensa–. Veo a mayor distancia que tú. Veo el futuro. Ocurrirán cosas que expondrán a este país a una tremenda invasión, no sé por qué medios, pero te aseguro que yo estaré al mando de las defensas de Londres y que salvaré a la ciudad y a Inglaterra del desastre… Repito: Londres peligrará y en la elevada posición que habré de ocupar, recaerá sobre mí la responsabilidad de salvar a la capital y liberar al imperio”. Esa profecía se cumpliría durante la Segunda Guerra Mundial, lo que torna aún más emotivo el final de la biografía, así como otras circunstancias personales y familiares de Churchill en sus últimos veinte años de vida también van generando interés y emociones al lector: desde su derrota electoral en julio de 1945, tras el triunfo en la guerra, hasta su fallecimiento el 24 de enero de 1965 (su padre también había muerto un 24 de enero y Churchill había advertido que moriría el mismo día que su padre).

Las biografías tienen un problema propio del género, que conviene advertir para evitar malos entendidos: ellas se concentran casi exclusivamente en la vida de un personaje, y cada idea o acontecimiento giran en torno al biografiado. De esta manera, parece como si cada suceso hubiera ocurrido por la acción, omisión o con la participación de la figura principal, de esos grandes héroes en los que Carlyle fijaba el factor principal y casi exclusivo del suceder histórico. Roberts, cuyo eje de análisis permanente es obviamente Churchill, tiene una cultura y una formación que permite ir comprendiendo los procesos con una apertura mayor, en la propia circunstancia a través de la cual actúa el personaje, en una interacción necesaria con las ideas y vida de su época, lo que hace más inteligible la historia.

Churchill. La biografía, es un libro extraordinario, que puede ser leído con interés por quienes gustas de la historia, así como también por políticos –muy especialmente por ellos– y periodistas, por profesores de historia y, en general, por quienes deseen aproximarse al conocimiento del siglo XX a través de una figura superlativa y cuya vida es especialmente atractiva y apasionante.