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OPINIÓN

Churchill: El discurso de la Cortina de Hierro

Winston Churchill (1874-1965) fue una de las figuras políticas más importantes del siglo XX, no solo en Gran Bretaña, sino en el mundo entero. Además de ser un estadista relevante, también fue una persona que pensó sobre su actividad y el tiempo histórico que le correspondió vivir, escribió muchos libros sobre personajes y acontecimientos, desarrolló un pensamiento político propio –si bien no original– basado en las ideas de la democracia política y la economía libre. Hace 75 años, el 5 de marzo de 1946 pronunció uno de los discursos más importantes de su vida política, cuando enunció el concepto de la “cortina de hierro”, discurso también conocido como “Los Pilares de la paz”.

Su momento estelar lo vivió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue Primer Ministro de Inglaterra y le correspondió liderar a su país a la victoria contra la Alemania de Adolf Hitler. Sus aliados en esa hazaña fueron Estados Unidos, primero gobernado por Franklin D. Roosevelt y luego por Harry Truman, y la Unión Soviética que dirigía Stalin, tras la ruptura de la alianza entre el dictador comunista y Hitler. De esta manera, los tres grandes de la victoria fueron Churchill, Truman (tras el fallecimiento de Roosevelt) y Stalin. Sin embargo, la hora de la paz no significó el fin de los problemas, sino que una nueva era que pocos previeron, en la que significó la irrupción de un problema postergado.

En el ámbito local, en julio de 1945 Churchill perdió las elecciones en Gran Bretaña contra Clement Attlee, quien pasó a desarrollar un experimento de Estado de Bienestar. Por otra parte, en el ámbito internacional Estados Unidos y la Unión Soviética habían emergido como las dos grandes potencias del mundo de la posguerra. En ese escenario, Winston decidió dedicarse a escribir y dar conferencias, aunque sin abandonar la actividad política práctica como uno de los líderes del Partido Conservador. Uno de los discursos más importantes de esa época fue el mencionado sobre la Cortina de Hierro, en Westminster College, Fulton, Missouri, el 5 de marzo de 1946.

En esa ocasión Churchill realizó un análisis del mundo tras la Segunda Guerra, interpelando con especial énfasis a sus aliados norteamericanos para lograr el objetivo de preservar el mundo libre: “Hoy los Estados Unidos se encuentran en el pináculo de la torre del poder. Es un momento solemne para la Democracia americana. Porque esa primacía de poder está acompañada de una impresionante responsabilidad de futuro”, aseguraba el antes famoso Primer Ministro británico. En la oportunidad se refirió a uno de los peligros que amenazaban “la finca, la casa y a la gente corriente; es decir, la tiranía. No podemos estar ciegos ante el hecho de que las libertades de que goza cada uno de los ciudadanos de todo el Imperio Británico no existen en número considerable de países, algunos de los cuales son grandes potencias. En estos Estados se controla a la gente corriente mediante diferentes tipos de gobiernos policiales que lo abarcan todo”

Luego viene la parte más famosa de su discurso: “Sin embargo, es mi obligación, porque estoy seguro que desean que les diga las cosas como las veo, exponerles algunos hechos sobre la posición actual de Europa. Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente una cortina de hierro. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa central y Oriental. Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía, todas estas famosas ciudades y sus poblaciones y los países en torno a ellas se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética, y todos están sometidos, de una manera u otra, no sólo a la influencia soviética, sino a una altísima y, en muchos casos, creciente medida de control por parte de Moscú, muy fuertes, y en algunos casos, cada vez más estrictas. Únicamente Atenas es libre de elegir su futro en unas elecciones bajo la supervisión de ingleses, americanos y franceses. El gobierno polaco, dominado por Rusia, ha sido empujado a hacer incursiones enormes e injustas en Alemania, y hoy se está produciendo la expulsión en masa de millones de alemanes a una escala inimaginable y de extrema gravedad”. Churchill agregaba que “los Partidos Comunistas que eran muy reducidos en los Estados Orientales de Europa, han sido situados en lugares preeminentes, se les ha otorgado un poder muy superior a lo que representan y procuran hacerse con un control totalitario en todas partes. Los gobiernos policiales prevalecen en casi todos los casos y, de momento, salvo en Checoslovaquia no existe una auténtica democracia”.

No era primera vez que Churchill advertía de un peligro análogo, como él mismo se encargó de recordar: “La última vez vi que se aproximaba todo esto y lo proclamé a mis compatriotas y al mundo, pero nadie prestó atención. Hasta 1933 e incluso 1935 se hubiera podido salvar a Alemania del terrible destino en que ha caído y todos nos podríamos haber evitado todas las calamidades que Hitler permitió que cayeran sobre la Humanidad. Nunca en a historia hubo una guerra tan fácil de prevenir mediante una acción oportuna como la guerra que acaba de asolar grandes zonas del globo… pero nadie quiso escuchar, y el terrible torbellino nos engulló a uno después de otro. Es evidente que no debemos permitir que vuelva a ocurrir”. En esta ocasión también señaló que la guerra no era inminente.

Las reacciones fueron inmediatas, mayoritariamente contrarias en el Congreso de los Estados Unidos, en el mundo político y en la prensa del país. Algunos lo tacharon de “reaccionario belicista” y de ser incapaz de valorar los sacrificios realizados por Rusia durante el último conflicto bélico. Como resume un biógrafo del estadista, “incluso en nuestros días sigue habiendo historiadores revisionistas que culpan a Churchill de dar inicio a la guerra fría con este discurso sobre el telón de acero”, omitiendo la tensión de facto que ya estaba ocurriendo (ver Andrew Roberts, Churchill. La biografía, Barcelona, Crítica, 2019). La respuesta del propio Stalin reaccionó contra lo que calificaba teorías racistas de Churchill –similares a las de Hitler–, que suponía que sólo los anglosajones debían regir al mundo (en realidad el británico se había referido  a las democracias anglosajonas y no habló de una raza específica). Por otro lado, reivindicaba que durante la Segunda Guerra Mundial los comunistas habían sido los más “confiables, atrevidos y abnegados” luchadores contra el fascismo y por la libertad de los pueblos (citado en Jussi M. Hanhimäki y Odd Arne Westad, The Cold War. A History in Documents and Eyewitness Accounts, Oxford, Oxford University Press, 2004).

A pesar de la polémica, el concepto quedó instalado. De hecho, desde entonces hasta 1953 –año de la muerte de Stalin– efectivamente se instalaron en Europa Oriental una serie de dictaduras comunistas, como explica el excelente libro de Anne Applebaum, El Telón de Acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956, Barcelona, Debate, 2014). Ellas nacieron en la posguerra sobre la base de lo que se suponía había sido la liberación de los pueblos respecto del nazismo, pero en realidad había significado una nueva opresión bajo el régimen comunista. Por ello, en la práctica, Churchill mostró una vez más su capacidad de comprensión del tiempo, o “intuición histórica”, que le permitía advertir procesos que otros olvidaban, omitían o preferían no ver. Con ello recuerda la importancia de evaluar los problemas en su real dimensión y complejidad, sin amilanarse ni simplificar los procesos. Habían pasado solo unos meses tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y comenzaba una larga y peligrosa Guerra Fría, cuya dinámica estuvo marcada por el enfrentamiento entre el comunismo y las democracias occidentales, separados por una Cortina de Hierro, por ideologías y luchas de poder que Churchill advirtió en ese lejano 5 de marzo de 1946.