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OPINIÓN

Jarpa, 100 años de un actor decisivo de la política chilena

Ensayo El Líbero, 8 marzo, 2021.

Por Alejandro San Francisco, Director de Formación. 

Sergio Onofre Jarpa murió el 19 de abril de 2020, cuando se acercaba a cumplir un siglo de vida. Su partida provocó diversas reacciones entre sus partidarios y detractores. Los primeros valoraron su compromiso político y su aporte a la transición democrática, mientras que los segundos lo criticaron por “golpista” y por haber servido a una dictadura. En ambos casos, estamos frente a una de las figuras políticas más importantes de la derecha y de la política chilena en general en la segunda mitad del siglo XX.

Con prescindencia de los afectos personales y los legítimos juicios partidarios, al cumplirse este 8 de marzo de 2021 un siglo desde el nacimiento de Sergio Onofre Jarpa, vale la pena observarlo y analizarlo desde una perspectiva histórica. Paralelamente, es necesario intentar comprender la compleja época en la que le correspondió luchar y servir, gobernar y ser opositor, marcar diferencias y generar acuerdos. Después de todo, fue la época de la ruptura y la reconstrucción de la democracia chilena, en las cuales Jarpa fue un actor decisivo.

La hora del Partido Nacional

En las elecciones parlamentarias de 1965 la derecha tradicional chilena obtuvo sus peores resultados electorales en la historia, que llevaron prácticamente al fin de los partidos Liberal y Conservador. El primero de ellos logró el 7,5% de los votos, obteniendo apenas 6 diputados, mientras el segundo llegó al 5,3%, lo que le permitió elegir 3 diputados. La Democracia Cristiana y la Revolución en Libertad de Eduardo Frei Montalva parecían representar el futuro, en tanto los ideales revolucionarios parecían haberse instalado en los más diversos aspectos de la vida del país. El magro resultado significó la necesidad de pensar nuevas fórmulas, que dieron vida al Partido Nacional en 1966, liderado por Víctor García Garzena en una primera etapa. La nueva agrupación integraba a antiguos liberales y conservadores, además de los nacionalistas de Jorge Prat y numerosos independientes: fueron la nueva derecha chilena, dispuesta a jugar a la ofensiva, con ideas propias y decisión de enfrentar el momento histórico (ver Verónica Valdivia, Nacionales y gremialistas. El ‘parto’ de la nueva derecha política chilena, 1964-1973, Santiago, LOM Ediciones, 2008).

Con el paso del tiempo, Sergio Onofre Jarpa se convirtió en el principal líder de la derecha, cuando asumió la presidencia del Partido Nacional en 1968. Sin ser un doctrinario, logró articular algunas ideas fundamentales, que dieron vida al pensamiento jarpista y del partido: la afirmación nacional para superar la decadencia, el anticomunismo que cruzaba transversalmente a la derecha y a otros sectores, que se sumaba a nociones como el aprovechamiento de las ventajas geopolíticas de Chile y sus logros históricos. Algunas de estas ideas están expresadas en su libro Creo en Chile, (Santiago, Sociedad Impresora Chile Ltda., 1973), que incluye entrevistas, discursos y artículos del dirigente nacional. Con un estilo propio, enérgico y decidido, Jarpa asumió una postura opositora contra el gobierno de Eduardo Frei Montalva, que iniciaba una fase descendente, en tanto se preparaba para los futuros desafíos electorales: las parlamentarias de 1969 y la presidencial de 1970.

En esa primera elección logró un buen resultado, obteniendo al 20% de los votos, que permitió a los nacionales elegir 34 diputados, en unos comicios que mostraron también el declive de la Democracia Cristiana. Como sostuvo en esa oportunidad Gonzalo Eguiguren, secretario general del PN, Jarpa había sido “el artífice” del triunfo, pues le había dado “un sentido nacionalista y lo ha hecho interpretar el fervor alessandrista”, que serían claves en el futuro (El Mercurio, “Panorama de la elección a través de los jefes políticos”, 3 de marzo de 1969). Al año siguiente habría elecciones presidenciales, y la derecha se unió en torno a la figura de Jorge Alessandri Rodríguez, expresidente y hombre independiente de los partidos. En la primera reunión con el comité de campaña, Jarpa expresó con claridad que el Partido Nacional debía tener una participación “como se merece”, según aseguraba Eduardo Boetsch en su libro Recordando con Alessandri (Santiago, Universidad Andrés Bello, 1996). Una de las manifestaciones de la presencia nacional se dio en el plano programático en el documento La Nueva República (Santiago, 1970).

La victoria de la Unidad Popular llevó a los nacionales a una postura de oposición decidida y permanente. En el caso de Jarpa, además de seguir a la cabeza del Partido, participó personalmente en dos elecciones. En 1971 fue candidato a regidor por Santiago, en unos comicios municipales en los que la UP obtuvo sus mejores resultados en los tres años de gobierno, al llegar casi al 50% de los votos. Dos años más tarde, en marzo de 1973, Jarpa compitió por un escaño senatorial por Santiago, en unas elecciones épicas en las que descolló Eduardo Frei Montalva, mientras los partidos Socialista y Comunista presentaron a algunas de sus figuras más relevantes: Carlos Altamirano y Volodia Teitelboim. La campaña del líder del Partido Nacional –quien fue elegido para el cargo– se dirigió especialmente a las mujeres, destacando la firmeza que mostraban los nacionales en su oposición al marxismo: “El gobierno ha condenado a las dueñas de casa a la humillación de las colas para conseguir algún alimento”, señalaba Jarpa en un mensaje radial, añadiendo que “el Partido Nacional no acepta este vejamen para las dueñas de casa”. “Jarpa, una sola línea”, terminaba diciendo el locutor en esa oportunidad.

Entre 1972 y 1973 el Partido Nacional, en diversas ocasiones, denunció que el gobierno había sobrepasado los límites constitucionales. El 3 de agosto de 1972 un documento que también firmó Renán Fuentealba y otros dirigentes de partidos opositores, sostuvo que la meta del gobierno era “establecer en Chile una dictadura totalitaria” (reproducido en Política y Espíritu, N° 335, agosto de 1972. El texto también está firmado además por Luis Bossay, presidente del Partido Izquierda Radical; Julio Durán, presidente del Partido Democracia Radical, y Apolonides Parra, presidente del Partido Democrático Nacional).

En la práctica, el Partido Nacional formó una coalición electoral con la Democracia Cristiana para las elecciones parlamentarias de 1973, la Confederación Democrática (CODE). Fuentealba compartía la iniciativa, pero no quería que se proyectara más allá de las elecciones, y reconocería años después –medio en broma, medio en serio– que en esa campaña “la cosa más terrible era tener que ir a las giras y estar en la misma tribuna con Sergio Onofre Jarpa” (entrevista con el autor, La Serena, 21 de noviembre de 2014). Para entonces la izquierda tenía en Jarpa a uno de sus principales adversarios, como denunciaban sus medios de comunicación y dirigentes políticos.

Con todo, en los últimos meses de la Unidad Popular siguió existiendo trabajo conjunto entre ambos partidos, cuando Patricio Aylwin asumió como presidente del PDC, y juntos apoyaron la Declaración de la Cámara de Diputados sobre el Grave Quebrantamiento del Orden Constitucional y Legal de la República, del 22 de agosto de 1973, que el presidente Allende calificó como un llamado al golpe de Estado. Cuando este se produjo el 11 de septiembre, el Partido Nacional respaldó la intervención militar y manifestó “su apoyo irrestricto a toda acción encaminada a superar la crisis moral y material que vive Chile, y volver a los chilenos la seguridad para vivir y trabajar en paz, haciendo posible el progreso y desarrollo social y económico en un clima de unidad nacional” (El Mercurio, “Partido Nacional llama a respaldar a Junta Militar”, 13 de septiembre de 1973).

El ministro Jarpa y la transición

Pocos meses después de haber asumido el régimen militar, Jarpa expresó su posición sobre las perspectivas de Chile, asegurando que era necesario “reorganizar las instituciones del Estado” e iniciar la reconstrucción del país: “Ya habrá elecciones, cuando el nuevo Estado esté organizado y consolidado; cuando se hayan clarificado y purificado los conceptos y el sentido de la conducción política, y se haya dictado una nueva Constitución” (S. O. Jarpa, “¿Cuánto Tiempo Debe Gobernar la Junta Militar?”, Tribuna, 24 de noviembre de 1973).

En los años siguientes ejerció funciones diplomáticas, como embajador en Colombia y en Argentina, donde estuvo en los difíciles días de la posible guerra con el país vecino y durante gran parte del proceso de mediación papal. Según expresó años después, tuvo dos grandes misiones durante su tarea: “primero, evitar la guerra; segundo, por ningún motivo ceder soberanía” (en Patricia Arancibia Clavel, Claudia Arancibia Clavel e Isabel de la Maza, Jarpa. Confesiones políticas, Santiago, La Tercera Mondadori, 2002). Él cumplió –también su país, los argentinos y el Papa– una tarea exitosa, que terminó de manera pacífica a pesar de las amenazas que siempre rodearon a las negociaciones y a la propia mediación.

A mediados de 1983, cuando el gobierno enfrentaba una dura situación política y social, Jarpa fue convocado por el general Pinochet para asumir como ministro del Interior, cargo que asumió el 10 de agosto. Era, sin duda, una tarea difícil: liderar el gabinete en una dictadura que transitaba a la democracia, que vivía una institucionalización progresiva, pero que se veía amenazada por la crisis económica y las protestas sociales, las discordancias al interior del propio régimen y un escenario novedoso cuyo futuro se presentaba abierto. Fue un año, como señala Pablo Rubio, de “apertura del régimen, resurgimiento del sistema de partidos y la reaparición del movimiento social” (en Los civiles de Pinochet. La derecha chilena en el régimen militar chileno 1983-1990, Santiago, DIBAM/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2013).

En ese contexto, correspondió a Jarpa liderar la apertura democrática con éxito relativo, en un contexto de crecientes protestas contra el régimen, que dieron lugar a movilizaciones, hechos de violencia y represión, que cobraron algunas muertes. Esta novedosa conducción política incluyó reuniones con grupos opositores –de la Alianza Democrática, que reunía a la DC y los socialistas, entre otros– y con la Iglesia Católica, donde recién había asumido Juan Francisco Fresno como arzobispo de Santiago. Las conversaciones no tuvieron los frutos esperados por las partes, en buena medida porque la oposición exigió la renuncia de Pinochet como primer paso para buscar acuerdos, por lo que finalmente el diálogo terminó sin frutos visibles.

Paralelamente, en ese tiempo comenzó la reactivación de la actividad política, no solo en los grupos opositores, sino también en aquellos más cercanos al gobierno. De esta manera, en 1983 se formó la Unión Demócrata Independiente (UDI), cuyo líder natural era Jaime Guzmán, y la Unión Nacional, cuya figura más relevante era Andrés Allamand. El 12 de febrero de 1985 Jarpa dejó el ministerio del Interior, pero no la actividad política: en diciembre de ese año, en Peñuelas (Cuarta Región), dio nacimiento al Frente Nacional del Trabajo (que integraban, entre otros, los exministros de Frei Montalva, Juan de Dios Carmona y William Thayer), con un discurso que retomaba las ideas fuerza que lo habían distinguido durante un par de décadas, un respaldo decidido al “gobierno de las Fuerzas Armadas” –como le llamaba habitualmente–, y la convicción de que era necesario comprometerse en las decisiones que vendrían en 1988 y 1989, de acuerdo a lo establecido en la Constitución Política. Este proyecto jarpista duró poco, por el llamado a la unidad de la centroderecha, que culminó con la formación de Renovación Nacional, que unió a la UDI, al MUN y al FNT, aunque pronto se produjo una división de la colectividad, que determinó la salida de Jaime Guzmán y los gremialistas de la colectividad, con lo cual quedaron dos agrupaciones establecidas para la transición a la democracia: Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente. Jarpa permanecería en la primera colectividad y pronto llegaría a ser su Presidente.

En las elecciones de 1989 Sergio Onofre Jarpa fue elegido senador por la VII Región Sur, con la primera mayoría en la zona, ratificando su liderazgo, popularidad y confirmando su presencia en el primer Senado de la democracia, del que también formaban parte figuras como Jaime Guzmán, Gabriel Valdés, Sergio Romero, Andrés Zaldívar, Sebastián Piñera, Ricardo Núñez, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Bruno Siebert, además de un grupo de senadores institucionales o designados. En 1993, Sergio Onofre Jarpa no se presentó a la reelección, con lo que ponía fin a una larga trayectoria política.

Sin perjuicio de ello, tuvo una última incursión, en 1997, con ocasión de las elecciones parlamentarias de ese año. En esa ocasión formó el movimiento Chile Futuro, que tenía como objetivo apoyar la institucionalidad consagrada en la Constitución de 1980, y a los candidatos que se comprometieran con ella, lo que en la práctica lo llevó a respaldar a una mayoría de postulantes de la UDI, con singular éxito, si consideramos los resultados finales de esos comicios. Tiempo después dio una larga entrevista sobre su vida política a la historiadora Patricia Arancibia, a Claudia Arancibia y a Isabel de la Maza, que fue publicada en forma de libro de casi 500 páginas. Después se trasladó a su campo en Pencahue, donde siempre había querido pasar sus últimos años.

El fin de una época

Por esas casualidades de la historia, Sergio Onofre Jarpa murió el mismo día que Patricio Aylwin, cuatro años después del expresidente. No es lo único que los unió: juntos se opusieron al proyecto de la Unidad Popular en 1973 y estuvieron detrás del Acuerdo de la Cámara de Diputados sobre el Grave Quebrantamiento del Orden Constitucional y Legal de la República, del 22 de agosto, que sería decisivo en el desenlace de la crisis. “Tiene el sello de don Patricio”, argumentaba Jarpa cuando los nacionales le decían que el documento había quedado más blando de lo que hubieran preferido. Una década después el líder de la derecha ingresaba a colaborar con el gobierno de Pinochet, mientras el dirigente DC reflexionaba sobre la necesidad de aceptar la institucionalidad de la dictadura –como un hecho, porque no le gustaba– y desde ahí recuperar la democracia.

La noche del 5 de octubre de 1988 ambos se volvieron a encontrar en un set de Canal 13, para participar en el programa De cara al país, en la tensa noche tras el plebiscito presidencial, por el temor que muchos tenían de que el gobierno no reconociera la victoria opositora. Al llegar Jarpa, le dijo a Aylwin: “Te felicito, ganaron”, lo que repitió ante las cámaras. Así lo hizo, con nobleza, por el bien de Chile y de la democracia. “Solo entonces me sentí tranquilo”, señalaría Aylwin en su libro El reencuentro de los demócratas. De la dictadura a la democracia (Santiago, Fondo de Cultura Económica, 2018). Años después, Aylwin reconocería también que el aporte de Jarpa había sido fundamental en los comienzos de la democracia, especialmente en la aprobación de las reformas laboral y tributaria.

Era una imagen muy lejana a la que se pudo ver en otros programas de televisión durante la Unidad Popular, cuando el presidente del Partido Nacional enfrentaba con vehemencia a los líderes de la izquierda. “Eran otros tiempos”, me señaló cuando lo entrevisté en 2014: estaba con un ánimo distinto, ya retirado de la política activa, lejano a las luchas del pasado y con orgullo por la democracia que se había desarrollado en Chile después de 1990.

La partida de Jarpa contribuyó a cerrar una época: en los últimos 15 años murieron el general Augusto Pinochet, Gabriel Valdés, Luis Corvalán y Carlos Altamirano; también el propio Patricio Aylwin. Son nombres que rápidamente nos llevan de inmediato a mirar varias décadas en blanco y negro, perdiendo con ello los múltiples colores de la historia y también los tonos grises.

El Chile de 1970, de 1985, del 2010 y de hoy es el mismo y es también muy distinto: conocerlo, comprenderlo e intentar explicarlo son tareas tan apasionantes como necesarias, y que se vuelven a poner de actualidad cuando se despiden algunos de sus principales actores.