Hay fechas en la historia que parecen condensar toda una época, resumen trayectorias y proyectan un futuro que –para sus actores más relevantes– siempre será mejor que el tiempo que se despide.
Para España, no cabe duda que 1931 fue uno de aquellos años ancla del siglo XX, cuando en pocos meses parecieron condensarse años e incluso décadas de pensamiento, acción política, ilusiones y deseos de cambio; numerosas figuras dejaron su nombre inscrito en la historia. Por otra parte, como en otros procesos análogos, rápidamente irrumpió una verdadera revolución conceptual, una disputa por el significado de algunos conceptos políticos fundamentales que pasaron a ser parte del debate, la resemantización y los significados contradictorios: monarquía, república, pueblo y revolución son solo algunos ejemplos que ilustran muy bien el cambio político y sus consecuencias. Por ello, vale la pena volver a 1931.
En lo concreto, como se podrá ir recordando durante estos meses –al cumplirse 90 años de aquellos sucesos hoy lejanos pero cruciales–, en 1931 España experimentó un cambio político que se vivió a fines del siglo XVIII en Francia con su Revolución y en Estados Unidos y los pueblos hispanoamericanos con su Independencia: el paso de la monarquía a la república, con todas sus esperanzas y mitología, con las contradicciones entre el “espacio de experiencia” representado por la monarquía y el “horizonte de expectativa” que se abría, si seguimos la fórmula de Koselleck.
En concreto, la formación de la Segunda República se produjo en abril, con un sistema llamado a durar mucho tiempo y a dar numerosos frutos: su consecuencia primera fue la partida del rey Alfonso XIII y la instalación de la Segunda República, a mediados de abril. El 28 de junio se realizaron las elecciones para las Cortes Constituyentes y casi tres semanas después, el 14 de julio –en la fecha simbólica de la Revolución Francesa– comenzaron las sesiones de ese parlamento de 470 miembros, cuya tarea central era realizar una nueva Constitución para España. Finalmente, esta Carta Fundamental fue aprobada el 9 de diciembre, estableciendo una “República de trabajadores”.
Como resulta evidente, el asunto no tiene solo un interés puntual, sino que se extiende al periodo breve –y ciertamente traumático–, de la Segunda República, hasta 1936; luego tuvo lugar la Guerra Civil, con todas sus dramáticas consecuencias. Como es obvio, no existe relación inmediata entre una cosa y otra: la caída de la monarquía podría haber conducido a la república que existió efectivamente o bien a otra posible y deseada por muchos, pero que por múltiples razones no pudo desarrollarse; por otra parte, la guerra fratricida no era ineluctable; la situación de la Iglesia Católica no tendría por qué haber sido la que vivió, como tampoco las divisiones y odios acumulados eran la consecuencia necesaria de que España tuviera una República y no un régimen monárquico. En otras palabras, la historia que conocemos pudo haber conocido un camino distinto, pero el hecho es que no lo hizo.
El tema es de la mayor importancia histórica, en primer lugar para conocer e intentar comprender adecuadamente el proceso político de 1931 con sus diversas dimensiones, sin simplificaciones torpes ni fanatismos que a nada conducen. Pero hay otro tema que no es de naturaleza histórica, sino que forma parte de la contingencia política: no cabe duda que al menos desde esta última década, la puesta en discusión de la transición y el régimen de 1978 también ha vuelto a poner en la palestra la posibilidad de discutir la monarquía y avanzar hacia una eventual fórmula republicana, cuestión que parecía inviable en los años más fecundos y felices de la democracia española. Hoy la situación ha cambiado y, por lo mismo, presenta un futuro nuevamente abierto.
De hecho, incluso el vicepresidente del gobierno de España, el líder de Podemos Pablo Iglesias, ha planteado el tema en diversas ocasiones, ahora desde el poder político y dentro de los cánones constitucionales vigentes. Solamente en este 2021 ha expresado que “vamos a trabajar para que haya una república en España, aunque moleste” (3 de marzo), y poco antes había afirmado que “la república de España va a llegar, es cuestión de tiempo” (28 de enero). Y así lo ha señalado en múltiples ocasiones, siempre en la misma línea de producir un cambio histórico y político decisivo, una segunda transición y –por lo que se puede advertir– una tercera república.
Por estas dos razones al menos –histórica y política– es necesario y conveniente volver a 1931. No para recrear las pasiones y divisiones del pasado o del presente, sino por una responsabilidad cívica ineludible. Después de todo, esa trayectoria es parte del presente, como los debates de hoy definirán el futuro de España. Suficiente razón para estar atentos.