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OPINIÓN

Política desde la cárcel

Este lunes 15 de marzo La Red emitió una edición muy comentada de su programa “Mentiras Verdaderas”, cuyo personaje principal fue Mauricio Hernández Norambuena –el comandante Ramiro–, una de las figuras más conocidas y relevantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

Hernández Norambuena habló desde la cárcel, donde se encuentra cumpliendo condena por ser uno de los autores del asesinato del senador Jaime Guzmán, el 1 de abril de 1991. El programa, como se pudo ver, fue ampliamente favorable al dirigente acusado de terrorismo, secuestro y asesinato, por lo que no resulta extraño que causara un revuelo inusitado. En parte porque justificaba el crimen de Guzmán, reivindicaba su propia línea de la violencia armada y hacía de comentarista de la realidad social y política del Chile actual. Por otra parte, familiares y partidarios del senador asesinado reclaman la vía libre que el canal de televisión dio al miembro del FPMR, la falta de pluralismo en el tema, así como el peligro que entraña para la democracia la reivindicación de la violencia y la eventual vulneración de criterios de ética de los medios de comunicación o de normas penitenciaras.

El programa, por cierto, careció de contrapartes y en ese sentido fue más pobre de lo que podría esperarse de un tema interesante y polémico. En muchos momentos pareció más una apología del asesino de Jaime Guzmán y promotor de la violencia política que un análisis histórico o político riguroso. Sin perjuicio de ello, no es la primera vez ni será la última en la cual los dirigentes políticos procuren utilizar su estadía en la cárcel como medio para difundir sus ideas o consignas, para realizar algún llamado o generar apoyos a su causa (lo que ciertamente también despierta rechazos). La historia está llena de situaciones análogas y los resultados son valiosos para el historiador, aunque muestran también las limitaciones de los regímenes políticos y la personalidad de los dirigentes. Veamos tres casos del mayor interés en el mundo.

En noviembre de 1923, Adolf Hitler fue apresado tras su intento fallido de golpe de Estado, durante el putsch de la cervecería de Múnich. Después de eso estuvo casi un año en la cárcel, junto a su lugarteniente Rudolf Hess: no fueron meses perdidos para el líder del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Por el contrario, fue una época bien aprovechada para ordenar las ideas y redactar la cosmovisión del nazismo, que luego aparecería en forma de libro titulado Mi Lucha, que se convirtió años después en la verdadera biblia del régimen de Hitler, cuando el dictador alcanzó el poder en 1933. Ciertamente sus partidarios denunciaban persecución contra Hitler al enfrentar su prisión, pero también sirvió para fortalecer la convicción política de muchos y del propio Hitler, quien aprovechó la circunstancia para fortalecer su liderazgo y recibir apoyos.

Otro caso más notable aún es el de Antonio Gramsci, el intelectual y político del Partido Comunista Italiano, quien fue conducido a la cárcel en 1927, donde permaneció una década, prácticamente hasta su muerte en 1937. Una de las mayores obsesiones del pensador era contar con libros, que devoraba a pesar de la privación de libertad y sus problemas físicos. En 1929 comenzó a escribir, y de sus años de prisión podemos contar con dos excelentes fuentes para el conocimiento del comunismo europeo: los famosos Cuadernos de la Cárcel y las Cartas de la cárcel. Ambos contienen reflexiones muy ricas y valiosas para los historiadores y el público interesado, para la comprensión de una visión del comunismo y la proyección que tendría posteriormente en el mundo, no solo en Italia.

El tercer ejemplo ocurrió en América Latina, después del asalto al cuartel de la Moncada, el 26 de julio de 1953. En esa ocasión un grupo de jóvenes revolucionarios se levantó contra el régimen de Fulgencio Batista, pero la rebelión fue derrotada y muchos de los participantes del levantamiento murieron o terminaron en la cárcel: entre los sobrevivientes, pero apresado, destacaba el joven Fidel Castro. El futuro dictador de Cuba aprovechó esos meses para organizar su defensa en el juicio, y lo hizo de manera notable en un discurso que posteriormente fue publicado con el título La historia me absolverá. En el texto incluía principios de derecho de rebelión, condenaba a la dictadura de Batista y advertía que tendría que pasar días muy duros en la cárcel, pero se manifestaba convencido de la victoria final.

Se podrían agregar muchos otros casos en diferentes épocas y lugares, con personajes de ideologías diferentes y trayectorias vitales también distintas. Desde una perspectiva histórica, sus condenas y sus escritos son valiosos y nos permiten acercarnos a conocer y comprender determinados momentos, muchas veces dramáticos, de la historia de la humanidad. Ciertamente las circunstancias son muy diferentes: no es lo mismo sufrir la arbitrariedad de las cárceles dictatoriales que ser condenado en democracia; tampoco son iguales las formas de narración, que pueden ir desde las memorias hasta cartas, pasando por la ficción literaria, los discursos de ocasión o bien la publicación de un texto doctrinal. Cada uno de los casos tiene su propia riqueza y valor, y se puede aprovechar en consecuencia.

Es verdad que los medios han cambiado. Los libros largos o más breves son poco leídos, si bien su riqueza continúa vigente. Hoy los medios de comunicación han cambiado radicalmente, y unos minutos en la televisión son mucho más valiosos que cientos de páginas bien o mal escritas. El impacto televisivo es inmediato, tiene el potencial de la masividad e incluye imágenes que siempre ayudan a entender los problemas. Mirado en el largo plazo, la posibilidad de contar con escritos desde la cárcel ha sido históricamente valioso, sin perjuicio de que la política, los tribunales y las legislaciones de los países respectivos –que tienen otra lógica– hayan permitido después la instalación de dictaduras como la de Hitler o la de Fidel Castro, las que podrían haberse evitado.

El caso chileno es diferente. Hernández Norambuena no es una figura política ni mucho menos, pero sí representa un signo de una época y una visión que cada cierto tiempo es reivindicada por personas y grupos, así como también es promovida por algunos medios de comunicación. De alguna manera, el programa del lunes 15 se convirtió en una de las “franjas políticas” más vistas y comentadas en medio del proceso electoral y constituyente que vive Chile. En una curiosa coincidencia histórica, el próximo 1 de abril se cumplen 30 años del asesinato de Jaime Guzmán y diez días después habrá elecciones para definir la Convención constituyente, que completará el fin de la Constitución que el propio líder gremialista contribuyó a levantar. Como para volver a la historia.