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OPINIÓN

Jaime Guzmán, político y constituyente (♱ 1 de abril de 1991)

Jaime Guzmán fue uno de los políticos más importantes y decisivos en la segunda mitad del siglo XX chileno. Era particularmente polifacético, como demostró desde sus años de estudiante en el Colegio Sagrados Corazones y en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile.

Tenía una capacidad especial de liderazgo –ciertamente acotada dentro de la esfera de sus ideas– que le llevó a ser un creador de múltiples iniciativas y organizaciones en el mundo universitario, político y cultural: así quedó demostrado con el Movimiento Gremial de la propia Universidad Católica, la revista Realidad, la Unión Demócrata Independiente (UDI), e incluso Renovación Nacional (RN).

Guzmán nació el 28 de junio de 1946 y desarrolló un pensamiento precoz, fundamentado en la doctrina católica y que expresó en el ámbito estudiantil primero y luego en la política. La primera etapa de su vida y la evolución de sus convicciones están muy bien desarrolladas en el excelente trabajo de José Manuel Castro, Jaime Guzmán. Ideas y política 1946-1973. Volumen I. Corporativismo, gremialismo, anticomunismo (Santiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2016).

Sin embargo, no cabe duda que fue más conocido e influyente en la etapa posterior de su vida, cuando se transformó en asesor del gobierno después del 11 de septiembre de 1973 y miembro de la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución. Como resume Carlos Huneeus, “organizó un grupo de poder altamente cohesionado y de gran mística, que tuvo su mayor ascendiente en 1980, aunque después su influencia continuó siendo muy relevante” (en El régimen de Pinochet, Taurus, 2016). Los últimos años de su vida los consagró a la política activa, dentro de la UDI, con un breve paso por Renovación Nacional; fue candidato a senador y, tras el restablecimiento de la democracia, asumió como miembro de la Cámara Alta en el gobierno de Patricio Aylwin.

El 1 de abril de 1991 el senador Guzmán fue asesinado a la salida del Campus Oriente de la Universidad Católica, con lo cual terminaba una vida breve pero intensa, que dejaba una huella que permanecería en diferentes ámbitos, como constatarían sus partidarios y detractores.

Jaime Guzmán, constituyente

Durante el gobierno de la Unidad Popular, Jaime Guzmán se había distinguido como activo dirigente opositor, con presencia en el ámbito gremial y en la televisión, a través del programa “A esta hora se improvisa”, del Canal 13 de la Universidad Católica de Chile. Paralelamente realizaba clases de Derecho Constitucional, en la misma casa de estudios, mientras seguía vinculado con el gremialismo, al que había dado vida en 1967, en el contexto de la Reforma y cambios relevantes en la institución.

Inmediatamente después del 11 de septiembre Guzmán fue convocado a formar parte del grupo que estudiaría la nueva carta fundamental, según le contó poco después a su madre Carmen Errázuriz en una carta. El Acta N° 1 de la Junta Militar, del 13 de septiembre, registra lo siguiente: “Se encuentra en estudio la promulgación de una nueva Constitución Política del Estado, trabajo que está dirigido por el Profesor Universitario Dn. Jaime Guzmán”.

La tarea sería llevada más adelante por la Comisión Ortúzar –como se la llamó por su presidente Enrique Ortúzar– estaba integrada por Sergio Diez, Enrique Evans, Alejandro Silva Bascuñán, Jorge Ovalle, Gustavo Lorca y Alicia Romo. Posteriormente renunciaron Silva Bascuñán, Evans y Ovalle, quienes fueron reemplazados por Luz Bulnes, Raúl Bertelsen y Juan de Dios Carmona.

Por cierto, resulta una exageración hablar de “la Constitución de Guzmán”, o situarlo como “el” gran constituyente de la Carta de 1980. Sin embargo, una revisión del proceso y de las discusiones al interior de la Comisión, permite comprender que el joven abogado tuvo una gran influencia en algunas materias, especialmente aquellas que formarían parte de las “Bases de la Institucionalidad” (Capítulo I), y del Capítulo III, especialmente en lo relativo a algunos derechos constitucionales. En ellas se puede apreciar la difusión y explicación de algunos conceptos, como el Estado al servicio de la persona humana, la autonomía de los cuerpos intermedios de la sociedad y la importancia del principio de subsidiariedad.

Paralelamente, Guzmán asignaba especial importancia a lo que se denomina el itinerario institucional, que incluía la redacción de la Constitución, el periodo de transición y la democracia plena. Expresaba sus visiones en la prensa, en textos más completos en la revista Realidad y también a través del propio general Augusto Pinochet, con quien colaboraba en la redacción de algunos discursos, como fue el caso de Chacarillas, en el cual en 1977 el gobernante anunció la evolución que seguiría Chile en los años siguientes.

En su artículo “El camino político”, Guzmán expresó una idea que integraba el proyecto político con el desarrollo económico: “Juega un papel irreemplazable el compromiso efectivo que la ciudadanía sienta hacia el sistema político que impere. Y solo pueden experimentar dicho compromiso con la democracia quienes reciben algún beneficio sustantivo de su vigencia, ya que nada significará esta jamás para quienes solo les brinda miseria, atraso e ignorancia. Por ello, un grado suficientemente alto de desarrollo económico, social y cultural como para suscitar dicho compromiso, emerge como uno de los factores esenciales de una democracia seria y estable” (Realidad, N° 7, diciembre de 1979).

En otro largo artículo, “La definición constitucional”, analizó conceptualmente el proyecto de nueva Constitución, que estaba pronta a ser sometida a plebiscito. En dicho artículo valoraba la opción democrática de la carta fundamental –con aspectos como la generación popular de autoridades y el pluralismo político (si bien limitado)–, precisando que se había descartado tanto la opción corporativista como la fórmula elitista. El mayor compromiso del texto constitucional era con la libertad, el fortalecimiento de los derechos de las personas y un sistema económico libre. En el plano político había un refuerzo del Poder Ejecutivo, incluso con la facultad presidencial de disolver la Cámara de Diputados por una vez durante su periodo. Asimismo, valoraba la existencia de otras instituciones, como el establecimiento de un Banco Central autónomo, la relevancia del Tribunal Constitucional y la formulación del Consejo de Seguridad Nacional, que integraba “responsable y orgánicamente a las Fuerzas Armadas y Carabineros a la vida cívica del país” (en Realidad, N° 23, agosto de 1980).

Si bien Guzmán destacaba la perspectiva de una democracia moderna y renovada, había ciertos elementos polémicos, que él explicó y valoró en diversas circunstancias. Uno de ellos fue el establecimiento de los senadores institucionales –o designados, como se les llamó– a los que asignaba un papel moderador y que incorporaban la sabiduría de instituciones importantes en la trayectoria nacional. Otro tema, más complejo pero que era parte central del ideario guzmaniano, estaba considerado en el artículo 8° de la Constitución de 1980: “Todo acto de persona o grupo destinado a propagar doctrinas que atenten contra la familia, propugnen la violencia o una concepción de la sociedad, del Estado o del orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases, es ilícito y contrario al ordenamiento institucional de la República. Las organizaciones y los movimientos o partidos políticos que por sus fines o por la actividad de sus adherentes tiendan a esos objetivos, son inconstitucionales”. En la práctica, implicaba la proscripción política del Partido Comunista y de otras fuerzas que adherían al marxismo leninismo, como se probaría más adelante.

En su momento diversos sectores acusaron que este texto perseguía ideas y, por lo mismo, no era propio de una democracia. Jaime Guzmán, por el contrario, defendió su inclusión en la carta fundamental, en un interesante debate con el democratacristiano Francisco Cumplido y el académico Gottfried Dietze (“Pluralismo y proscripción de partidos antidemocráticos”, Estudios Públicos, N° 13, 1983).

Para entonces ya había pasado casi una década del 11 de septiembre, y comenzaba a producirse una apertura política, que el propio Guzmán aprovecharía para dar vida a su proyecto político que debía existir más allá de la transición.

Política y transición

Jaime Guzmán tuvo una temprana vocación política y la desarrolló, literalmente, hasta su muerte. Su temprana admiración por la España franquista y por el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange Española, se manifestaron en Chile de una manera diferente en su niñez y juventud.

En un primer momento se vinculó al Partido Conservador, en la Universidad Católica dio vida al Movimiento Gremial con el objetivo preciso de separar a los grupos intermedios de la sociedad de los partidos políticos. Sin perjuicio de ello, en 1970 participó en la campaña presidencial de Jorge Alessandri –a quien consideraba la personalidad moral más importante de la política chilena en el siglo XX–, cuya derrota no lo alejó de la política. Por el contrario, entre 1970 y 1973 desarrolló una intensa actividad opositora contra el gobierno de la Unidad Popular. Es posible, como sostiene Renato Cristi, que Guzmán sea uno de los “intelectuales orgánicos” más importantes de la historia política de Chile en el siglo XX (en El pensamiento político de Jaime Guzmán. Una biografía intelectual, Santiago, LOM, 2011). Sin embargo, en lo esencial fue un político práctico, si bien uno de ligas mayores –como Ricardo Lagos, con quien tuvo notables debates televisivos–, que reflexionaba sobre su actividad y sobre Chile.

Después del 11 de septiembre, se concentró en sus actividades de colaboración con el gobierno, pero entendía que se trataba de un régimen pasajero, por lo cual era necesario pensar en una iniciativa política que proyectara las bases de la transformación económico-social y política que había experimentado Chile. En esta línea hubo dos tareas principales: la primera fue la organización de una red de funcionarios y seguidores dentro del régimen militar, a través de las municipalidades y de la Secretaría General de la Juventud; la segunda fue la elaboración de un proyecto político propio, que nació en septiembre de 1983: la UDI.

Esa nueva derecha había comenzado a emerger a fines de la década de 1960, bajo el liderazgo del propio Guzmán, como ha mostrado Verónica Valdivia en Nacionales y gremialistas. El ‘parto’ de la nueva derecha política chilena, 1964-1973 (Santiago, LOM, 2008). Con la idea de renovar a la derecha, el partido fue definido como popular, de inspiración cristiana y partidario de una sociedad libre. Como proyecto, era un movimiento joven –la inmensa mayoría de sus dirigentes no superaba los 30 o 35 años–, que respaldaba al gobierno y creía en el modelo de transición y también en las bases permanentes del desarrollo chileno, fijadas durante esa década de gobierno. La primera directiva estaba conformada por el propio Guzmán, el exministro Sergio Fernández, Guillermo Elton, Javier Leturia, Luis Cordero y Pablo Longueira.

En 1987 se produjo la “unidad” de la derecha, en un solo partido, que reunió a la Unión Nacional de Andrés Allamand, el Frente Nacional Trabajo de Sergio Onofre Jarpa y la UDI. El primer presidente de la colectividad fue Ricardo Rivadeneira y cada una de las agrupaciones ocupó una de las vicepresidencias. A pesar de llamado unitario inicial y de las perspectivas positivas por la pronta democratización del país, en esa primera etapa la experiencia fue negativa para RN y para Guzmán, quien terminó alejándose de la colectividad –con gran parte de sus antiguos correligionarios– después de ser llevado al Tribunal Supremo del partido. Tras ello se conformaron las dos derechas que pervivieron durante largo tiempo tras el régimen militar, con Renovación Nacional y la UDI como partidos principales.

Más allá de las distintas etapas del ideario político guzmaniano y su aplicación en distintas circunstancias, hay ciertas nociones que permanecen en el tiempo. La principal es su propia vocación como político católico, que buscó transmitir no tan solo en un corpus de ideas sino además a partir de su propio testimonio. Durante su campaña senatorial de 1989, expresó en una entrevista a Raquel Correa: “Nunca me he sentido en una carrera política. Mi vocación es el apostolado cristiano. Las formas de llevarlo a cabo han sido hasta ahora, principalmente la docencia y la política. Pienso en seguir en ellas sin perjuicio de que el apostolado cristiano pueda ampliarse a muchas otras variantes adicionales” (El Mercurio, 19 de noviembre).

Otra de las constantes de su ideario es su oposición al comunismo. Antes, durante y después del gobierno de Salvador Allende manifestó su rechazo del comunismo y, en efecto, consideraba que lo más negativo de la Unidad Popular era “la doctrina marxista que la inspira. Es antinatural y su resultado inevitable es el totalitarismo en política y la pobreza generalizada en lo económico”. Ante la pregunta si se consideraba anticomunista, respondía: “Lo soy en forma completamente desapasionada. El comunismo es la negación de todos los valores fundamentales en los cuales creo. Al declararme anticomunista lo que hago es negar una negación. Y eso en filosofía y en matemáticas es un concepto positivo”.

El asesinato

El regreso de la democracia generó grandes expectativas en Chile. Después de años de polarización, parecía haber llegado un momento de mayor paz social, asociadas a la idea de restauración de la democracia y a las posibilidades de la economía. De estas ideas participaban tanto los partidarios como los detractores del nuevo gobierno, liderado por el democratacristiano Patricio Aylwin, de la Concertación de Partidos por la Democracia.

En el caso particular de Guzmán, participó en las elecciones parlamentarias de 1989, como candidato a senador por Santiago Poniente, en una lucha intensa y complicada frente a dos figuras de la centroizquierda: el DC Andrés Zaldívar y el socialista Ricardo Lagos. El compañero de lista del candidato UDI era el abogado Miguel Otero, de Renovación Nacional. Como muchos advirtieron en su momento, se trataba de una elección emblemática, lucha decisiva para definir no solo los senadores, sino también los liderazgos que existirían en la nueva democracia. Tras obtener un 17,2% de las preferencias consiguió un cupo en el Senado de la República, último escenario de su vida política.

El debate en torno al terrorismo y la violencia política que provenía desde las décadas anteriores se instaló rápidamente tras el reinicio de la democracia chilena. En particular, sería la discusión en torno al indulto presidencial de terroristas –primera reforma constitucional en ser debatida tras el retorno de la democracia– y la oposición de la UDI a esta medida la que terminaría por situar a Jaime Guzmán como el primero en la lista de enemigos de los grupos terroristas activos hasta ese momento en Chile. El 23 de marzo de 1991, en su discurso “Voto que No” que pasaría a la historia, Guzmán daría las razones de la posición del partido:

“Estamos convencidos de que la ciudadanía observa, con desconcierto y estupor, que en este preciso momento el Congreso Pleno se reúna para ratificar –como la primera Reforma Constitucional que aprueba– una enmienda que permite el indulto presidencial de terroristas.

Nuestro partido ha contribuido a aprobar en este Parlamento muchas iniciativas tendientes a alcanzar la reconciliación entre los chilenos. El país puede estar cierto de que continuaremos haciéndolo, teniendo siempre presente que tan noble objetivo requiere de una apropiada ecuación entre la generosidad y el realismo.

La Reconciliación Nacional exige especial acierto, tino y equilibrio en los instrumentos que se diseñen para lograrla. Consideramos que esta enmienda de la Carta Fundamental no cumple con esos requisitos, porque ningún paso tenderá efectivamente a dicha reconciliación, si él pone en peligro la seguridad de las personas o la paz social.

Señor Presidente, votamos en contra de esta Reforma Constitucional, porque somos contrarios a que personas condenadas por delitos terroristas puedan ser indultadas por la sola voluntad del Presidente de la República, quien quiera que éste sea.

Votamos en contra de esta reforma constitucional porque, tanto en la campaña electoral de 1989 como hoy, discrepamos del programa de la Concertación en materia de indultos. No podríamos sentirnos actuando de modo consecuente con ello si concurriéramos, ahora, a ampliar el ámbito del indulto presidencial.

Votamos en contra de esta reforma constitucional porque nos parece que ella envuelve una pésima e incomprensible señal para el país, en momentos en que el recrudecimiento terrorista y de la delincuencia común reclama una actitud particularmente firme, y sin equívocos, de todas las autoridades públicas ante tan seria amenaza.

Voto que no”.

Como sabemos, el proyecto finalmente fue aprobado, y a los pocos días –el 1 de abril de 1991– el senador, el profesor Jaime Guzmán, fue asesinado a la salid del Campus Oriente de la Universidad Católica. El crimen fue perpetrado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que consideró el atentado como un ajusticiamiento y cuyos líderes reivindicaron el hecho incluso décadas después. Tiempo antes, Guzmán había calificado al Frente “una entidad organizada para desarrollar la lucha armada en nuestro país, incluyendo la práctica sistemática del terrorismo y la violencia. Así lo han proclamado sus integrantes y así lo han cumplido, con asesinatos y otros atentados que han llenado de horror la conciencia civilizada del país”. Pronto él mismo sería víctima de una de las acciones más visibles e históricas de esa agrupación.

¿Qué posición habría adoptado Jaime Guzmán en los años siguientes? ¿Habría cambiado su opinión sobre el gobierno militar o algunos de sus aspectos? ¿La UDI habría tenido la misma evolución que experimentó, que la llevó a ser el partido más grande de Chile, pero también a perder parte de su orientación doctrinaria? ¿Habría facilitado o dificultado la unidad de la centroderecha? Se podrían hacer esas y otras tantas preguntas, y la primera respuesta es muy simple: no lo podemos saber. Cualquier análisis cae en la historia virtual o en la ficción, en una proyección personal a partir de la trayectoria de Guzmán.

En cualquier caso, sí sabemos que parte del pensamiento guzmaniano tenía raíces profundas, en tanto otros aspectos respondían a realidades contingentes. En materia constitucional, por ejemplo, así lo prueban las reformas de 1989, a las que concurrió a aprobar junto con la UDI, si bien no compartía todas y cada una de las reformas ni exactamente el tenor de algunos cambios. Pero hay factores necesariamente históricos que no son parte del corazón del proyecto de Guzmán, aunque estaban en la Constitución original, si bien no es el único líder político que ve al Chile actual como muy distinto y distante del que hubiera deseado: también es muy diferente del proyecto de la Revolución en Libertad de Eduardo Frei Montalva o la “Vía Chilena al Socialismo” de Salvador Allende.

Con una diferencia esencial. El Chile que está terminando es, en alguna medida importante, el de la Constitución de Guzmán –si nos permitimos llamarla así–, el de la hegemonía económica liberal, el principio de subsidiariedad y otras tantas nociones que parecían asentadas en la sociedad chilena. Esto implica, también, una segunda derivada, cual es la “muerte espiritual del ideario guzmaniano”, del que hemos hablado en otra oportunidad, que no depende tanto de lo que pase en Chile como de lo que puedan hacer y efectivamente hagan quienes sean sus herederos políticos e intelectuales, o valoren su aporte en la vida pública nacional, en particular de la Fundación que lleva su nombre. En cualquier caso, el futuro está abierto y, como señalaba en 1987 el fundador del gremialismo, habían dejado en parte “su impronta en la historia de Chile” por el trabajo perseverante incluso “en las horas más adversas e inciertas”.