La Semana Santa de 2021 ha sido nuevamente curiosa, en parte como fue la del 2020. Ha existido más silencio que el habitual, sin manifestaciones públicas de fe, sin Via Crucis, sin ceremonias propias de la ocasión y con las gentes recluidas en sus casas.
La Iglesia Católica ha debido conformarse con algunas ceremonias a la distancia, a través de sistemas de transmisión que, si bien han sido útiles durante la pandemia, también han despersonalizado el ejercicio del culto, han contribuido a un cierto enfriamiento de la fe y han limitado la participación en los actos litúrgicos. Dentro de los muros del Vaticano, este Viernes Santo el papa Francisco encabezó –prácticamente en soledad– la procesión del Via Crucis. Además comunicó algunos pensamientos a través de su cuenta de Twitter: “En la cruz, Dios reina solo con la fuerza desarmada y desarmante del amor. Dios sorprende nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle: ‘Realmente eres Hijo de Dios. Tú eres mi Dios’. #Viernes Santo”.
Estas fechas de Semana Santa son propicias para repensar la presencia de Dios y la fe en el mundo y, específicamente, en la sociedad chilena. Desde luego, es evidente que desde hace bastante tiempo se ha producido una clara secularización en Chile; la matriz cultural del país es liberal y socialista –en sus muy diversas manifestaciones en ambos casos–, y no cristiana; además la Iglesia Católica ha sufrido un desprestigio importante en los últimos años; la influencia social e intelectual de la religión es cada vez más estrecha; por último, resulta evidente que los creyentes o quienes se declaran católicos han disminuido de manera constante en los últimos años.
En 1969, hace poco más de medio siglo, Joseph Ratzinger –el futuro papa Benedicto XVI– pronunció una serie de conferencias que conservan gran actualidad y merecen ser leídas y reflexionadas. Fueron publicadas posteriormente en forma de libro, con el título Fe & futuro (Bilbao, Desclée de Brouwer, 2007). En el prólogo, el prestigioso teólogo alemán expresa que el tema de las conferencias, la fe y el futuro, “aparece hoy por todas partes”, lo cual se debe “tanto al hecho de que la crisis contemporánea ha provocado una sacudida en la fe como a la fascinación que nos produce el futuro en un momento en que vemos cómo crecen las posibilidades del ser humano, positiva y negativamente, de modo imprevisible”. Sin duda, se vivía –aunque en forma y contexto diferente– un esquema análogo al que experimentan las sociedades en el presente y, por lo mismo, se trata de un libro de permanente actualidad. Nada reemplaza la lectura de la obra, por lo que solo esbozaremos algunas ideas centrales para la comprensión del tema en la hora presente.
El libro integra cinco conferencias: “Creer y saber”, “Fe y existencia”, “Fe y filosofía”, “El futuro del mundo pasa por la esperanza del ser humano” y “¿Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000?”. El título del libro tiene que ver con un tema de fondo: ¿Tiene la fe cristiana algún futuro o será superada por el progreso intelectual? Después de todo, es la contradicción que había planteado en buena medida la Ilustración y que Augusto Comte había definido en la descripción de las tres etapas de la historia, como explica el propio Ratzinger en “Creer y saber”. Parte del problema de comprensión estaría en suponer que la fe es una “forma disminuida de ciencia natural”, un “saber provisional”, y olvidar la esencia de la forma fundamental de la fe cristiana, que no es “creo en algo”, sino “creo en Ti”, es la confianza de que “Dios se ha mostrado en Cristo”: “creo en ti, Jesús de Nazaret; confío en que en ti se ha mostrado el sentimiento divino por el cual puedo vivir mi vida seguro y tranquilo, paciente y animoso. Mientras esté presente este centro, el ser humano está en la fe, aunque muchos de los enunciados concretos de esta le resulten oscuros y por el momento no practicables”.
Es verdad que este Dios y este Cristo se presentan en un mundo que tiene realidades que dificultan la comprensión humana: ¿por qué hay mal en el mundo? ¿por qué hay dolor y sufrimientos? ¿qué esperar de las desgracias repetidas de la Humanidad? ¿hasta cuándo seguirán las guerras, la miseria y las enfermedades acosando a los seres humanos? El Dios cristiano –explica Ratzinger– no vino al mundo para poner todo en orden de una manera milagrosa, “sino como Hijo del hombre, para con-sufrir desde dentro la pasión del ser humano”. Y de ahí se deriva, precisamente, la tarea de cada cristiano: “con-sufrir la pasión del ser humano desde dentro, ampliar el espacio del ser humano desde dentro, ampliar el espacio del ser humano, para que haya más cabida para la presencia de Dios en él”.
En la última conferencia, Ratzinger analiza el futuro de la Iglesia Católica –en el año 2000, que bien podría ser el 2021– que prevé con claroscuros que son dignos de una segunda mirada. Si bien será una institución más pequeña y los católicos serán menos, el futuro de la Iglesia vendría “solo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe” y no de quienes “dan recetas”, de quienes se adaptan al mundo actual, de quienes toman el camino más cómodo o critican a los demás y se creen la “medida infalible”. En otras palabras, y como siempre, el futuro quedará marcado por “el sello de los santos”.
El futuro Papa se atrevió a vaticinar en 1969: “De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad”. Sin perjuicio de todo esto, deberá encontrar de nuevo aquello que es esencial y es el centro de la fe y de su acción: “la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el hijo de Dios hecho ser humano, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin”, no en la política, ni en el poder, los números o las cosas de este mundo. Entre otras cosas, reconociendo en la fe y la oración su verdadero centro y experimentando de nuevo los sacramentos como celebración y no un mero problema de estructura litúrgica.
En la página final del libro, Ratzinger expresa que “a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas”. Sin embargo, aseguraba que permanecería en el largo plazo la Iglesia de la fe, aunque ya no fuera “nunca más la fuerza dominante en la sociedad” en la medida que lo había sido hasta hacía poco tiempo. Pero volvería a florecer y se haría presente a los seres humanos “como la patria que les da vida y la esperanza más allá de la muerte”.
Sin duda, eso es lo que se manifiesta con fuerza y alegría en este domingo de Resurrección.