En medio de la pandemia y el drama humanitario que sacude a América Latina, algunas democracias continúan con sus procesos electorales para definir los gobiernos que tendrán en los próximos años. Este 11 de abril dos países concurrirán a las urnas: Perú y Ecuador.
En el caso de Ecuador, este domingo se desarrolla la segunda vuelta electoral, que enfrenta a Andrés Arauz (izquierda) y a Guillermo Lasso (derecha), tras una primera vuelta en que Arauz –que cuenta con el apoyo decidido del expresidente Rafael Correa– logró una considerable victoria sobre su adversario: 32,2% contra el 19,7%. Con todo, en la práctica estamos frente a una nueva elección, y llama la atención que entre las numerosas encuestas que han aparecido en las últimas dos semanas existe un empate técnico en varias de ellas, que muestra el crecimiento de Lasso en estos últimos dos meses, si bien el candidato izquierdista sigue manteniendo la ventaja. Esto representaría un regreso de las políticas del Socialismo del siglo XXI al país, después de unos años en que Lenin Moreno, quien se retira con baja credibilidad y malos resultados, trató de distanciarse de esa tendencia dominante en la primera década de este siglo.
Perú tiene una situación mucho más compleja para estas elecciones, que disputarán la primera vuelta el mismo 11 de abril, fecha en que también habrá comicios para conformar la Asamblea de 130 miembros. En esta ocasión compiten nada menos que 18 candidatos presidenciales, aunque es evidente que solo algunos son competitivos mientras otros aparecen de inmediato fuera de competencia. Lo interesante es que las últimas encuestas –varias y diversas– muestran que no existe un candidato estrella disparado y señalan incluso un quíntuple empate técnico, entre quienes podrían pasar a segunda vuelta. Por ejemplo, la encuesta IPSOS sitúa en primer lugar a Keiko Fujimori con el 12,7%, seguido por Pedro Castillo, del izquierdista Perú Libre. Más abajo se sitúan Yohny Lescano, de centroizquierda y de Acción Popular (12,1%), Hernando de Soto, el economista liberal de Avanza País (11,4%) y Verónika Mendoza, joven dirigenta de izquierda de Juntos por el Perú (10,6%), quien por segunda vez disputa la Presidencia de la República.
Con esos datos, como se puede apreciar, es imposible predecir quiénes pasarán a la segunda vuelta. Sin embargo, sí queda claro que no existe hoy en Perú una fuerza política suficientemente fuerte para asegurar la estabilidad futura, lo que es muy grave en un doble sentido. Primero, porque permite prever dificultades de gobernabilidad, como por lo demás las ha tenido el país en los últimos cuatro años, en que ha tenido tres gobernantes y muchos problemas en el corazón del poder. No está de más recordar que entre los últimos gobernantes peruanos hay varios que han tenido problemas graves, juicios en contra, estadías en la cárcel e incluso un suicidio, como ocurrió en el dramático caso de Alan García. Segundo, porque las elecciones parlamentarias mostrarán la misma fragmentación, con numerosos partidos representados y muy escasa relevancia real de cada uno, lo que es otro factor de complejidad en el ejercicio del poder.
Durante la campaña electoral y los debates televisados han aparecido temas muy variados. En algunas ocasiones la pandemia del coronavirus se ha tomado la discusión, la pobreza y la necesidad de una mayor acción estatal o un crecimiento económico sostenido (según qué candidato se exprese). También irrumpió el tema –no creo que haya terminado esta discusión– del cambio de Constitución, que seguramente seguirá como promesa de solución de numerosos problemas y captará la atención de parte de la población y de grupos políticos más o menos relevantes.
Con todos estos antecedentes, las posibilidades están abiertas en Perú y Ecuador, y las señales para América Latina podrían terminar con fórmulas muy distintas: dos gobiernos de derecha, dos gobiernos de izquierda o bien uno y uno. Con esto, podría llegar un balón de oxígeno para el alicaído Socialismo del siglo XXI y para la dictadura de Nicolás Maduro, pero también podría darse el caso contrario y eventualmente podrían crecer las ideas de fortalecimiento de la empresa privada, crecimiento económico, fomento de la inversión y cuidado de los equilibrios macroeconómicos. En otras palabras, las elecciones de cada país impactan a América Latina en su conjunto y por lo mismo los resultados del domingo 11 de abril no se restringen únicamente a la elección de dos gobiernos nacionales.
Los desafíos en ambos casos son gigantescos, como por lo demás lo están siendo para los distintos gobiernos de la región. Hay una tendencia bastante extendida en todo el mundo que muestra que la oposición en cada país es particularmente sabia sobre lo que deberían hacer los gobiernos para tratar adecuadamente la pandemia del coronavirus, tanto en la prevención como en la atención hospitalaria, sin menoscabar la importancia que toman temas como las restricciones a las libertades que suponen las cuarentenas. Hay un desafío exigente de contar con vacunas en cantidad suficiente y en tiempo oportuno, en lo cual Chile ha sido particularmente exitoso (pero aun así tiene problemas graves de contagios). Las democracias se encuentran amenazadas y el populismo es una realidad que se ha instalado en países muy distintos del mundo entero. La gobernabilidad y la judicialización de la política no son problemas de mera teoría política, sino que han afectado en la práctica tanto a Ecuador como a Perú en el pasado. Por lo mismo, ambos países tienen que mirar con atención el nuevo escenario, con la necesaria sabiduría para reconocer que las elecciones son procesos esenciales en democracia, pero que ahí no se funda el progreso de los pueblos, que requieren un trabajo sistemático, permanente y sólido de la gente común, con el apoyo de los gobiernos y del Estado, y no al revés.