Uno de los fenómenos más interesantes de fines del siglo XX fue el proceso de democratización de España y su integración plena a la sociedad europea. A su vez, se trataba de una trayectoria inserta en un proceso internacional mayor que no solo tuvo connotaciones europeas, sino además latinoamericanas y de otras sociedades que también hicieron el tránsito de la dictadura a la democracia.
La muerte del general Francisco Franco en 1975 significó el comienzo de una transición a la democracia, y no la consolidación de un modelo como el que había sido previsto originalmente por el régimen. El sistema que se fue estableciendo, en forma progresiva y con logros y dificultades, fue conducido en gran medida por el presidente Adolfo Suárez y por el rey Juan Carlos. A su vez, la Constitución de 1978 fijó los marcos de una democracia parlamentaria y con el sistema de autonomías dentro de la unidad de España.
Como todo régimen político, la democracia española tuvo problemas económicos y sociales, también fue azotado por los ataques del terrorismo y sufrió el famoso 23F, intento fallido de golpe de Estado cuyo fracaso sirvió para consolidar el régimen. En cualquier caso, en términos generales las evaluaciones eran positivas, tanto al interior del país como en la comunidad internacional, que valoraba el desarrollo económico y político de España.
A comienzos de 1981, tras la renuncia de Adolfo Suárez asumió Leopoldo Calvo-Sotelo, quien gobernó hasta diciembre de 1982. Fue entonces cuando llegó a La Moncloa el joven, dinámico y carismático Felipe González (nacido en Sevilla en 1942), quien era el líder del Partido Socialista Obrero Español, y que había sido dos veces candidato a la jefatura de gobierno. Desde entonces se inició una larga etapa de predominio de su partido al mando del país, periodo que se encuentra tratado de forma bastante completa en la obra colectiva editada por Álvaro Soto y Abdón Mateos López (directores), Historia de la época socialista. España: 1982-1996 (Madrid, Silex, 2013).
Esa larga época, con un partido dominante y sin alternativas fuertes durante mucho tiempo, pareció fijar un liderazgo que se perpetuaba y definía el contenido de la democracia española posterior a la transición. En alguna medida resultaba contraintuitivo, considerando las tendencias mundiales, con la irrupción de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña, además del inicio de la Perestroika, de Mijaíl Gorbachov, en la Unión Soviética. Sin embargo, en España las derechas no eran una amenaza para los socialistas, bien porque todavía aparecían asociadas al franquismo, porque no levantaban un proyecto de futuro sólido, no existía un partido que fuera a la vez de tradiciones y moderno, o porque carecían de un líder capaz de alcanzar la victoria y que interpretara los anhelos de sectores derechistas y centristas.
Ese sería precisamente el desafío que asumiría un líder emergente de la centroderecha española: José María Aznar.
La fundación del PP
José María Aznar nació el 25 de febrero de 1953, en Madrid. Su trayectoria política hasta la llegada al poder se puede seguir, en primera persona, a través de las páginas de sus Memorias I (Madrid, Planeta, 2012), un libro realmente apasionante, bien escrito y con reflexiones políticas profundas y valiosas. Si bien en ocasiones realiza recuerdos personales y familiares, no cabe duda que se trata de un texto esencialmente político, que cubre desde el final de la transición hasta su llegada a La Moncloa. Fueron esos, precisamente, los años en que Aznar comenzó a ser una actor político de primera línea en España.
Aznar tuvo un temprano interés por la política, que canalizó en la década de 1980 a través del Partido Alianza Popular (AP), cuyo líder principal era Manuel Fraga. En 1987 fue elegido presidente del gobierno de la Comunidad de Castilla y León, cargo que ejerció durante dos años, por cuanto en enero de 1989 tomó una decisión que sería clave para la política española y para su propia vida: la fundación del Partido Popular. Se trataba de una fuerza política amplia, que integraba a grupos de centro y de derecha, ciertamente a la AP, a antiguos partidarios del franquismo, otros de centro, además de liberales y democratacristianos. En definitiva, como diría Aznar en muchas ocasiones, “todo lo que esté a la derecha de la izquierda”.
No está de más mencionar que ese mismo año surgió la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que hasta el día de hoy preside el propio Aznar, cuyo objetivo “es nutrir el pensamiento del centro liberal reformista con propuestas políticas que influyen en la toma de decisiones y repercuten en la opinión pública”. Esto ilustra el valor que daba Aznar a las ideas y la necesidad que tenía una centroderecha moderna de contar con un corpus intelectual valioso y denso para enfrentar al socialismo, de mayor raigambre histórica e intelectual.
Desde entonces José María Aznar se convirtió en el principal líder de la oposición a Felipe González, contra quien se enfrentó en tres ocasiones por la presidencia del gobierno: en 1989, en 1993 y finalmente en las decisivas elecciones de 1996. El proceso político lo resumió así Aznar en sus Memorias: pasar de ser oposición a ser alternativa, y luego de ser alternativa a ser gobierno. Entremedio habría aprendizaje y elecciones, debates y luchas políticas, frustraciones y esperanzas.
El 24 de mayo de 1993 se produjo el primer debate de la democracia española, en el que se enfrentaron las dos figuras dominantes de casi un cuarto de siglo: Felipe González y José María Aznar. José María Carrascal, en “Aznar vs González: así fue el primer debate televisado de la historia de España” (6 de diciembre de 2015), ironizaba al respecto: “Los debates presidenciales llegaron a España, como prácticamente todo, bastante más tarde que al resto de los países occidentales. Pero llegaron, que es lo importante”. La transmisión se realizó por Antena 3 TV, y de seguir el análisis de portada de ABC (25 de mayo de 1993), “Aznar le dobló el pulso a González”. El País, por su parte, tituló al día siguiente del debate: “Aznar asedió a González con la crisis, pero no dio alternativas para superarla”. Se trató de un foro largo, que se extendió entre las 22.30 y las 0.43 de la madrugada, tiempo durante el cual el líder popular enfatizó temas como el paro, la corrupción y el despilfarro –“España vive una crisis muy profunda”–, enfatizando que anhelaba “un cambio tranquilo y razonado”.
A la semana siguiente hubo un nuevo debate en Telecinco, ocasión en la que Aznar también pareció superar al presidente González, pero no de una manera tan clara que le permitiera obtener un triunfo definitivo. Finalmente, los resultados de las elecciones favorecieron al PSOE, que logró el 38,7% de los votos, eligiendo a 159 diputados; el PP, por su parte, llegó a 141 escaños, al obtener el 34,7% de los sufragios. Quizá más interesante que eso resulta la comparación con las elecciones previas, de 1989: los socialistas habían logrado en esta oportunidad el 39,6%, con 175 diputados, mientras los populares –con Aznar a la cabeza– llegaron al 25,7%, obteniendo 107 diputados. La cantidad de votos resulta más impresionante: los socialistas obtuvieron 8.115.568 en 1989 y subieron a 9.150.083 cuatro años después; los populares pasaron de 5.285.972 en 1989 a 8.201.463 sufragios en 1993. La tendencia era bastante clara.
En su artículo “El principal partido de oposición y el ‘gobierno largo’ del PSOE: de Fraga a Aznar”, Charles Powell sostiene que Aznar y su equipo habían enfrentado algunos grandes desafíos al mando del Partido Popular (el texto se encuentra en Álvaro Soto y Abdón Mateos, directores, Historia de la época socialista). El primer desafío estaba relacionado con la necesidad de suplir la falta de antecedentes políticos cercanos que pudieran ser “un referente atractivo para una futura política democrática”, de manera de atraer al voto conservador y moderado de España. El segundo desafío era intentar “hacer compatibles los valores democráticos de la Constitución de 1978 con un legítimo sentimiento español”. El tercer tema era el dilema de ejercer una oposición al gobierno de Felipe González que tuviera alguna contundencia, pero sin que ello implicara el rechazo de potenciales votantes de centro.
A todas estas tareas, es evidente que había que añadir otra que es propia de la competencia política democrática: había que organizar un Partido Popular preparado para disputar el poder en las ideas y en los votos, para ofrecer una alternativa de futuro para los españoles.
Las elecciones de 1996
El domingo 3 de marzo los españoles acudieron a votar en las que se transformarían en las últimas elecciones de Felipe González como jefe del gobierno, tras 14 años en La Moncloa.
Los sondeos entregaban la ventaja al Partido Popular sobre los socialistas. Esto mismo provocó una movilización electoral mayor de parte del PSOE, para evitar una posible victoria de sus adversarios. El momento más espectacular de la campaña, a juicio de Aznar, se produjo en el estadio Mestalla, de Valencia, donde asistieron 50 mil personas y otros siguieron la reunión por pantallas gigantes: “fue la concentración política y electoral más grande de la democracia española” (en Memorias).
Finalmente llegó el día de las elecciones. En la ocasión hubo una gran movilización de la sociedad española, que asistió a sufragar para mantener al socialismo en el gobierno o bien para procurar la alternancia en el poder. El resultado final fue particularmente estrecho: el Partido Popular logró 9.716.006 votos, que representaron el 38,7% del total; el PSOE obtuvo 9.425.678 sufragios, con el 37,6%; la Izquierda Unida llegó a 2.639.774 votos, con el 10,5%, en tanto otros partidos lograron 1.315.897 sufragios, representando el 5.2%.
Esta victoria permitió a los populares alcanzar 156 escaños en el Congreso de los Diputados, frente a solo 141 de los socialistas y 21 de la Izquierda Unida. El partido catalán Convergència y Unió obtuvo 16 diputados y el PNV llegó a 5 (en el País Vasco). El titular del diario El País no deja de ser interesante: “Aznar obtiene una mayoría insuficiente para gobernar en solitario”, agregando en la bajada que “CiU, con 16 escaños, sigue siendo clave para la gobernabilidad” (4 de marzo de 1996). Más clarificador por la portada de ABC al día siguiente de la jornada electoral: “Aznar derrotó a González”. El Periódico enfatizó lo estrecho de los comicios, al señalar: “Aznar gana por un pelo”.
Con esos datos, el Rey le encargó formar gobierno al líder del Partido Popular, que debía alcanzar el apoyo parlamentario necesario para encabezar una alternativa de poder en España. Para ello resultó clave el respaldo del partido catalán Convergència y Unió, de Jordi Pujol. A sus votos se sumaron otros votos locales: los del PNV y la Coalición Canaria, que permitía llegar a la mayoría. Sin perjuicio de ello, Pujol no quiso entrar al gobierno, con lo cual no asumía otros compromisos. El líder del PP sería gobernante de una nueva etapa en la vida de España.
Aznar Presidente
El 4 de mayo José María Aznar se convirtió en el cuarto Presidente de la democracia española. Así lo resumía El País (5 de mayo): “Aznar, líder del Partido Popular, logró ayer la confianza del Congreso y ser investido presidente del Gobierno, en primera votación, por mayoría absoluta, con 181 votos y el apoyo de su grupo, junto al de CiU, PNV y Coalición Canaria. En contra votaron los socialistas, Izquierda Unida y cuatro diputados del Grupo Mixto. El representante de Unión Valenciana fue el único que se abstuvo”. Así lo resumió el nuevo gobernante en sus Memorias: “Era la culminación de una larga travesía impulsada por la pasión política y el compromiso con España”.
Para entonces Aznar contaba con 43 años. Era un hombre que había mostrado una clara determinación de presentar una alternativa al gobierno socialista, si bien sin parecer una fórmula exclusivamente de derecha, sino más bien con capacidad para llegar a diferentes sectores ciudadanos. Al presentar su equipo de gobierno –en el que destacaban sus vicepresidentes Rodrigo Rato y Francisco Álvarez Casco– rápidamente anunció un programa “de centro, reformista y dialogante”. Previamente había jurado ante el rey Juan Carlos en la Zarzuela, en una ceremonia breve pero muy significativa.
Simbólicamente, el primer invitado a La Moncloa fue Manuel Fraga, lo que sin duda era un gesto de reconocimiento y aprecio, por su labor realizada en los años previos. Le recomendó a Aznar “que no descuidara al partido”. Después comenzaría un intenso trabajo que se extendería por ocho años, tras la reelección de José María Aznar en marzo de 2000, ocasión en la que aumentó la votación del PP y disminuyó la de los socialistas. Dejaría el cargo el 2004 –no quería gobernar más de dos periodos– en circunstancias extrañas, tras el potente vuelco electoral que se produjo después del atentado de Atocha, que provocó el regreso de los socialistas al poder, con José Luis Rodríguez Zapatero.
Haciendo un análisis retrospectivo, Aznar expresó que no había disfrutado los años de la oposición a Felipe González, con muchos momentos “difíciles” y otros tantos “desagradables”. “Cuando realmente disfruté fue ya en el Gobierno –aseguró en sus Memorias– , cuando por fin pude poner en marcha el proyecto de reformas, regeneración y modernización de España que veníamos preparando desde 1990”, para lo cual había resultado fundamental el apoyo de FAES. Un proyecto en el cual la libertad política y la libertad económica debían ser dos partes del mismo objetivo.
La tarea no era fácil y era muy ambiciosa: ubicar a España a la altura de los grandes países de Europa y lograr que se convirtiera en una de las mejores democracias del mundo. Objetivo sin duda apasionante y tarea permanente de la sociedad española.