Las elecciones de la comunidad de Madrid celebradas el martes 4 de mayo, han provocado las más diversas reacciones no solo en España, sino en el resto del mundo. Se las ha calificado como elecciones históricas y sus resultados ciertamente tienen numerosos y valiosos elementos de análisis.
En primer lugar, por los resultados mismos. El triunfo, por amplio margen, correspondió al Partido Popular, liderado en estos comicios por Isabel Díaz Ayuso, quien logró 1.620.213 sufragios, que representan el 44,7% del total, lo que le permitió elegir 65 diputados para la Asamblea de Madrid. Con esto, superó ampliamente a Ángel Gabilondo, del Partido Socialista Obrero Español, quien parecía su principal contendor y solo alcanzó el 16,85% y 24 diputados, siendo superado incluso por Más Madrid, que llegó al 16.97% y también eligió 24 escaños, bajo la candidatura de Mónica García. Vox, representado por Rocío Monasterio, alcanzó el 13,1% y obtuvo 13 escaños; más abajo se ubicó Pablo Iglesias, con solo el 7,1% y 10 diputados. Finalmente, Ciudadanos se ubicó en el último lugar entre las grandes fuerzas políticas, al llegar solamente al 3,57%, sin poder obtener representación, al igual que otras fuerzas políticas menores. Como sabemos, se requerían 69 escaños para asegurar la mayoría en la Asamblea.
Ese evidente que la victoria del Partido Popular y la derrota del PSOE –y por extensión del gobierno de Pedro Sánchez– son significativas precisamente porque no limitan su importancia al ámbito local, sino que la extienden a España entera. En este sentido, las dicotomías que fue planteando Isabel Díaz Ayuso a través de la campaña fueron muy ilustrativas e inteligentes: libertad o socialismo primero, libertad o comunismo después, para terminar con libertad o sanchismo. Obviamente estas distinciones son discutibles desde una perspectiva filosófica, pero eran sensatas y simples como planteamiento electoral; además no se trataba de una simple intuición, sino que tenía su base en la intervención oficialista en las elecciones de Madrid y en el tono concreto que adquirió la campaña. Por otro lado, marcaba un punto que parecía evidente a la luz de la última composición de gobierno Sánchez-Iglesias, como era la izquierdación oficialista, que fue parte del debate político en Madrid.
Uno de los momentos decisivos de las elecciones se había producido precisamente cuando el vicepresidente del gobierno, Pablo Iglesias, decidió renunciar a su cargo para postular a dirigir la comunidad de Madrid. Fue una decisión arriesgada y también incomprensible para muchos, que se presentó como una alternativa para luchar contra el “fascismo” –concepto muy utilizado por Iglesias, de manera acrítica y que por lo mismo se ha tornado poco útil– y recuperar la capital española para la izquierda. Sin embargo, se trató de una medida inconsulta, no negociada con las demás izquierdas y que a la larga resultó apresurada y poco convincente. El resultado final fue el pálido 7,2%, siendo superado por VOX, partido que el propio líder de Unidas Podemos presentó como su contraparte; además no tuvo capacidad para superar a sus exaliados de la formación Más Madrid. El resultado ha sido lamentable y culminó con las declaraciones sentidas y terminales de Iglesias: “Dejo todos mis cargos. Dejo la política entendida como política de partido e institucional”, argumentando que cuando “uno deja de ser útil tiene que saber retirarse”. Aseguró haberse convertido en un “chivo expiatorio”, y si bien reconoció haber fracasado, se manifestó orgulloso “de haber liderado un proyecto político que cambió la historia de nuestro país, que terminó con el bipartidismo”.
Sin embargo, una enseñanza que deja la situación política surgida en esta última década muestra que es necesario administrar el pluripartidismo, y es preciso articular propuestas que si bien son competitivas, permitan acercar posiciones a la hora de formar gobierno y también para elegir adecuadamente los adversarios. En este sentido, resulta claro que las derechas obtuvieron mejores resultados que las izquierdas, por cuanto el PP y VOX lograron una suma mayor que los mejores resultados logrados por los populares en las décadas anteriores. Si medimos solo esta elección, este 4 de mayo el PP tuvo un resultado peor que en otras elecciones del pasado en la Comunidad de Madrid, cuando superó el 50% en varias ocasiones desde los tiempos de José María Aznar: en 1995 (51,7%), en 1999 (52,2%), en 2007 (54,2%) y en 2011 (53%). En esta ocasión obtuvo el 45%, lo que tiene dos significados relevantes: por un lado, es el mejor resultado del Partido Popular desde que irrumpió el pluripartidismo en las elecciones de 2015 (ocasión en que emergieron con gran fuerza Ciudadanos y Podemos); por otro lado, porque la suma del PP con VOX da un resultado muy positivo: 78 escaños. Esto podría mostrar, como han señalado algunos dirigentes de la tienda de Santi Abascal, que el nuevo partido suma votos donde el PP no llega, aunque es evidente que hay otros que también se disputan entre ambas agrupaciones. Queda por confirmar si Ciudadanos tendrá una recuperación, o bien consolidará el camino ya iniciado hacia su desaparición. En todos los casos, la posición hegemónica del Partido Popular parece consolidada.
En las izquierdas la situación se ha dado de una manera claramente diferente, no solo por la mencionada derrota de Iglesias. El PSOE también ha sufrido un golpe muy duro, en un doble sentido: la derrota del partido frente a los populares ha sido lapidaria, y paralelamente los socialistas han perdido el liderazgo en el mundo de la izquierda, donde ha sido superado por Más Madrid y, mirado desde una perspectiva más amplia, queda registrado que las dos agrupaciones populistas logran superar ampliamente al partido que gobernó con Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y, ahora, con Pedro Sánchez. De esta manera, queda instalada la duda sobre si en una próxima elección nacional las nuevas agrupaciones serán capaces de superar al PSOE o bien será una manifestación estrictamente madrileña.
Finalmente, una palabra sobre los liderazgos. No basta con tener un partido bien organizado o un conjunto de ideas que cuenten con determinada recepción en la opinión pública: también es necesario contar con una persona que encarne el programa político y las banderas de una causa. Eso fue lo que hizo Isabel Díaz Ayuso, descalificada por muchos analistas, que la consideran de menos nivel que otras figuras o destacan que carece de atributos políticos relevantes. Sin embargo, tuvo capacidad en un momento de liderazgos gastados o extremos, representó una idea –para Madrid, pero que se extiende a España–basada en una idea simple y atractiva como es la libertad, pero que toma más vuelo cuando ella se siente amenazada. En otras palabras, consolidó en poco tiempo una posición relevante dentro del PP y ahora en la política española.
Las elecciones de Madrid han significado muchas lecciones y ellas no se deben terminar de analizar a pocos días de ocurridos los comicios. Ciertamente habrá tiempo para continuar mirando los números históricos y actuales con detalle y sin prejuicios, así como habrá que mirar a España con capacidad crítica y reflexión profunda. Después de todo, no basta con hablar del pueblo, atribuirse su representación y llenar de eslóganes las campañas. A la hora de las elecciones los votos se cuentan y los resultados mandan: esa es una de las claves de la democracia, ni más, ni menos.