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OPINIÓN

La derecha hacia el futuro

Los resultados de las elecciones del 15 y 16 de mayo fueron tan negativos y lapidarios para la centroderecha chilena que se necesitará algún tiempo para hacer un análisis más profundo de las causas, de las distintas manifestaciones de la derrota y de su proyección hacia adelante.

Hubo algunos casos simbólicos –la pérdida de los municipios de Santiago, Viña del Mar y Maipú–, pero el problema de fondo es más transversal y se expresa a lo largo de todo el país: la coalición Vamos por Chile obtuvo solo el 20,56% del total en la elección de constituyentes, resultado que no solo es el más bajo desde el regreso de los comicios democráticos en 1989, sino que es incluso menor al que obtuvo el Partido Nacional en las elecciones parlamentarias de 1973. Para agregar un dato más, el proceso tuvo lugar en la última fase del gobierno de Sebastián Piñera, quien obtuvo el 36,64% en la primera vuelta y el 54,58% en segunda vuelta el 2017. Es verdad que los resultados en materia de alcaldes y concejales son mejores, pero el retroceso es evidente, en poco tiempo y con consecuencias de largo plazo que todavía no se logran advertir en su totalidad.

¿Cuál es la causa de este fracaso y por dónde podrían ir las soluciones? En los problemas históricos complejos, recordaba Mario Góngora, hay que rehuir la tentación del monocausalismo. ¡Y vaya que estamos frente a uno de gran magnitud! Tras las elecciones se han esbozado algunas razones de los resultados: falta de convicción en la defensa de las ideas de derecha, lo que ha llevado a correrse hacia el centro o la izquierda, asumiendo las ideas del adversario; o bien por haberse situado en la defensa ortodoxa del Chicago-gremialismo, sin advertir el cambio de época y potenciar con otras fuentes la identidad; sin duda influyó un gobierno de bajísima aprobación y escasa gestión política, así como otros factores que han conducido a la debacle. A todo eso debemos agregar el momento político y cultural que vive Chile, que ciertamente marcha en un rumbo contrario a las ideas de la derecha. En gran parte se trata de una lucha por la hegemonía que ha dado la nueva izquierda de manera eficaz, inclinando la balanza de modo decisivo en favor de consignas como poner fin al “modelo neoliberal”, dejar atrás “la Constitución de Pinochet”, superar los “treinta años” y los males que habría traído al país. Los promotores de la economía libre solían hablar con números –decrecientes, por lo demás, desde el 2006–, la carta fundamental fue reformada muchas veces y los males asociados al sistema se repitieron con altavoces por moros y cristianos. Los avances del país de las últimas décadas fueron dejados en la oscuridad y el olvido; por otra parte, numerosos problemas sociales esperan solución desde hace años.

¿Cómo debe ser la derecha del futuro? Cualquier análisis que se haga debe comenzar desde una premisa similar a la que enfatizó Perry Anderson el año 2000 respecto de la izquierda, venida a menos y derrotada a fines del siglo XX: “El único punto de partida para una izquierda realista en nuestros días es una lúcida constatación de una derrota histórica”, expresó el prestigioso historiador en las páginas de la New Left Review (N° 2, 2000). Algo similar –si bien todavía no con ese nivel de dramatismo– podrían decir las diferentes versiones de la derecha chilena, constatando que más allá de los resultados electorales, existe una profunda derrota cultural y social que precede a la voz de las urnas, cuyas consecuencias se han observado desde hace algunos años con escasa capacidad de respuesta. Lo que está hoy en entredicho es el proyecto histórico de la derecha de las últimas cuatro décadas y de algunos de sus fundamentos, como la economía de mercado, el republicanismo político y la matriz cristiana en lo cultural.

De partida, considerando sus raíces históricas y su realidad presente, es un sector político plural, por lo que se debe hablar de las derechas o la centroderecha indistintamente. Su realidad política es mucho más diversa y policromática, por lo que conviene entenderlo así: la derecha fue conservadora y liberal durante gran parte del siglo XX, se unió con los nacionalistas para formar el Partido Nacional en 1966; hizo oposición a la Unidad Popular junto con la Democracia Cristiana y a grupos radicales. En términos ideológicos, también tiene raíces plurales, asociadas a distintas expresiones de liberalismo, vertientes del socialcristianismo, del ideario nacionalista, del radicalismo anticomunista y del conservantismo, además de otras con más o menos relevancia según el momento histórico, entre las que destacan el gremialismo en el último medio siglo. Pocas veces confluyen todas en un partido –ocurrió en buena medida con el mencionado caso del PN y posteriormente con Renovación Nacional en 1987– y en la mayoría de las ocasiones sus alianzas son políticas o electorales, a través de pactos de ocasión, que se han extendido durante los últimos 32 años sin interrupción. Los partidos más gravitantes en la actualidad representan algunas de esas o varias de esas corrientes: RN y la Unión Demócrata Independiente (nacidos en la década de 1980), Evopoli y Republicanos (surgidos en esta última década).

Esa diversidad sigue presente hoy y se da en temas socioeconómicos, en la comprensión de las tareas del Estado (aunque haya predominado un estatismo acrítico en el último tiempo) y se manifiesta también en los llamados “temas valóricos”. Así lo ilustra el reciente estudio de Stéphanie Alenda, Carmen Le Foulon y Julieta Suárez-Cao, publicado en el libro editado por S. Alenda, Anatomía de la derecha chilena: Estado, mercado y valores y en tiempos de cambio (Santiago, FCE/Universidad Andrés Bello, 2020). Los centros de estudios también reflejan algunas de esas ideas o matices y suelen recelar de las formas de ver las cosas por parte de otros grupos. Sin embargo, y más allá de los legítimos orgullos institucionales, eso es un error y revela falta de comprensión, considerando que la centroderecha seguirá siendo polifónica en su doctrina y que la lucha por la hegemonía interna refleja mirada corta y una torpeza política, en un momento en que ha existido un terremoto electoral. Es bueno comprender que la Convención Constituyente no discutirá una constitución guzmaniana o nacional popular, ni tampoco una carta fundamental socialcristiana o liberal mínima, sino que irá en una dirección opuesta a todas las fórmulas anteriores y ve a todos estos matices casi como la misma encarnación de la historia reciente de Chile.

Por lo mismo, la derecha que viene tiene la posibilidad de desaparecer o de refundarse con determinación. Puede ser protagonista del futuro o representar una parte de la historia patria, más o menos memorable según la posición que cada uno sustente. Las derechas del futuro serán plurales y sus raíces doctrinales serán diversas, como lo han sido hasta ahora: cada uno deberá aportar su ADN y convencer con sus argumentos. Vale la pena tener claro que en muchos ámbitos hay matices más que diferencias y es bueno distinguir eso de las contradicciones profundas. Reconocer la libertad y responsabilidad personales, el sentido de comunidad y la libertad de asociación son cuestiones básicas y necesarias en cualquier planteamiento. Fomentar el emprendimiento, valorar la propiedad privada y la libre iniciativa económica no son contradictorios con procurar la integración social, la movilidad y las oportunidades, tener mejores ciudades para vivir y una vida rural que cuide las tradiciones y disfrute los beneficios del progreso; el desarrollo del conjunto del país y no en exclusiva de la capital debe ser un factor central de cualquier proyecto de desarrollo. Es necesario tener un Estado fuerte, al servicio de las personas, capaz de otorgar buena calidad en la educación y en la salud, sin que eso signifique a priori agrandar su tamaño, extender su burocracia, oponerse a la acción privada y malgastar los recursos. Se puede y se debe articular la subsidiariedad con la solidaridad y es preciso que ambos se vivan en la acción de las personas y las comunidades, así como en las labores que desarrollen los poderes públicos. La democracia representativa y el régimen republicano es el sistema al que adhieren los distintos grupos y pensamientos de la centroderecha, pero requiere ser fortalecida, actualizada y perfeccionada, en medio de un ambiente de creciente populismo y desafecto hacia el estado de Derecho.

Además, las cúpulas de la centroderecha deben comprender que en la actualidad vive un profundo problema de aislamiento social y político, derivado en parte de un elitismo torpe y de la incapacidad para entender la importancia política decisiva de un proyecto político de mayorías en el largo plazo. A pesar de que en términos sociológicos la derecha de las últimas décadas ha sido capaz de reunir adhesiones transversalmente a lo largo de la estructura social, sus cuadros dirigentes no logran reflejar tal diversidad, sino que son elitistas, autolimitados y hasta familiares en sus liderazgos. Mucho se dice del enclaustramiento derechista en tres comunas de la capital, pero se insiste poco en ese tema de fondo: la falta de penetración social, de diversidad de sus cuadros dirigentes, la homogeneidad social absurda de los ministerios durante sus dos gobiernos en esta última década, la pérdida de talentos socialmente más diversos y con formaciones también diferentes, que comparten la centralidad de sus ideas y que podrían estar ocupando un lugar más relevante. Esto lleva a que la mayoría de los dirigentes sean capitalinos, de colegios privados y de muy pocas carreras y universidades, cuestión que no ocurre de la misma manera, por ejemplo, en la derecha española ni en la colombiana, dos modelos exitosos en los últimos años.

Por último, debe existir un esfuerzo por ajustar las estructuras, tanto de los partidos como de la alianza Chile Vamos; igual cosa se podría decir de los think tanks y de la sociedad civil cercana a la centroderecha. Todos ellos requieren fortalecer sus ideas y repensar los conceptos de acuerdo a la realidad social del Chile de hoy. Pero también es necesario ampliar su presencia social, renovar los cuadros y ser parte de la discusión pública de igual a igual, con un sentido propositivo, con capacidad para liderar reformas de bien público y con capacidad de convencer y no de atrincherarse. Después de todo, la política democrática exige la capacidad y la vocación de articular mayorías, de levantar ideas, de promover liderazgos nuevos y de crecer socialmente. Lo demás es contribuir al suicidio político que tanto la centroderecha como la Concertación han alimentado por acción u omisión. El éxito del movimiento conservador norteamericano en el último medio siglo no es exclusivamente político electoral ni se basa solo en las ideas, sino que es integral, y se muestra capaz de tener revistas de pensamiento, radios presentes en todo el territorio de los Estados Unidos, manejo de redes sociales, trabajo de terreno y capacidad para enfrentar a sus ocasionales adversarios (lo que no excluye momentos de menor luminosidad, liderazgos más pobres o un discurso menos sofisticado).

Durante julio comenzará a funcionar la Convención constituyente, en la cual los dirigentes de derecha tendrán una participación mucho menor de la esperada a través del buscado tercio: sin capacidad de veto, pero sobretodo sin posibilidad de construir mayorías. No obstante, los constituyentes elegidos deben prestar un gran servicio, con sus ideas, capacidad de diálogo e intento de comprensión de lo que ocurra en ese importante órgano. En muchas comunas la labor de la derecha será más precaria o casi inexistente, fruto de los resultados del 15 y 16 de mayo en la elección de alcaldes y concejales. Sin embargo, y a diferencia de la centroizquierda, la reacción en el plano presidencial ha sido pronta y clara, con la inscripción de cuatro candidaturas representativas de distintos proyectos e historias, que no deben ser percibidas como contradictorias, sino incluso como complementarias, ya que solo uno de los cuatro –Joaquín Lavín, Sebastián Sichel, Mario Desbordes o Ignacio Briones– será el candidato para las elecciones de noviembre. Más difícil se ve el panorama para las elecciones parlamentarias, y en ambos casos queda pendiente la resolución de la Convención Constituyente, especialmente en lo que determine la futura Constitución en materia de poderes del Estado y régimen de gobierno.

Por último, pase lo que pase este 2021, y en medio de una difícil coyuntura política y social, la centroderecha requiere generar un proyecto político de largo plazo, capaz de presentar una propuesta inteligente y atractiva, que supere las lógicas meramente electorales y los problemas coyunturales, que no sea una lista de medidas (“de supermercado”), sino un sueño de país, que no se detenga en la victoria o derrota de las urnas, sino que marque un camino a seguir en los distintos niveles de la sociedad: en las ideas, en las estructuras, en las personas que encarnarán el proyecto.

Junto a todo eso, es necesario que las personas que adhieren a las ideas de centroderecha abandonen cualquier egoísmo o comodidad personal –en esto la izquierda resulta ejemplar– y asuman con decisión diferentes tareas de bien público: los momentos difíciles no se enfrentan con amargura o pesimismo, y mucho menos con acobardamiento o huidas oportunistas. Es necesario volver la vista al futuro, pensar más claro, sentir más profundo y trabajar intensamente, con pasión por Chile y su destino.