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OPINIÓN

Debate constituyente. Definiciones y objetivos

Los 155 constituyentes hoy son considerablemente más conocidos que cuando supimos los resultados electorales, durante la noche del 16 de mayo. Han aparecido algunos primeros estudios, artículos de prensa y numerosas entrevistas que van mostrando las caras y el pensamiento de quienes tendrán la difícil e importante tarea de redactar la nueva carta fundamental para Chile. Felizmente las notas no se han concentrado solo en los rostros más famosos, sino que han abordado a todos aquellos que fueron elegidos, muchos de los cuales eran prácticamente desconocidos, salvo en círculos locales o muy pequeños.

Sin perjuicio de esto, hay otros temas tan relevantes como tener los nombres de los constituyentes, su afiliación política o los aspectos principales de sus programas. Por la tarea encomendada a la Convención constituyente y las normas que regirán su desarrollo, es preciso considerar también el estilo de quienes han sido elegidos, su capacidad de diálogo y argumentación, la vocación que tengan para el estudio, para la comprensión del tiempo histórico que viven y, sobre todo, para la naturaleza de la tarea que tienen por delante.

Por lo mismo, lo primero que deben comprender los constituyentes y sus respectivos conglomerados se refiere a la necesidad de tomar definiciones básicas y fijar los objetivos fundamentales del trabajo encomendado, que será la puerta de entrada que facilitará el éxito o el fracaso del proceso. Para esto se requiere un esfuerzo intelectual, político y de carácter –como se ha visto pocas veces en la historia de Chile– para conversar, deliberar y debatir entre los distintos convencionales, quienes deben ser capaces de articular ideas, redactar artículos y convencer a la ciudadanía en orden a que el proyecto de nueva constitución es valioso y positivo para Chile.

Hay algunos factores de la coyuntura política que contribuyen a generar espacios para el diálogo y los acuerdos, entre los cuales se pueden destacar dos. El primero es la contundente manifestación de la ciudadanía en favor de la nueva Constitución, lo que implica una gran responsabilidad, un mandato y una esperanza. El segundo es que ninguno de los sectores políticos con mayor representación –tampoco los independientes– obtuvo ni los dos tercios necesarios para aprobar determinadas normas ni el tercio que se requiera para ejercer el llamado veto. Ambos aspectos confluyen en la necesidad de encontrar acuerdos y de generar un estilo más dialogante y abierto.

Es verdad que tras las elecciones del 15 y 16 de mayo han surgido algunas declaraciones grandilocuentes y pedantes, poco abiertas y hasta fanáticas, que amenazan con dominar la Convención, fijar los temas que se pueden discutir y sobre los que se puede llegar a acuerdos; también procuran marcar de inmediato los puntos de diferencia y echar por la borda a priori el trabajo de deliberación. Sin embargo, en paralelo varios constituyentes han fijado un cierto estilo de trabajo que podríamos considerar de colaboración, debate franco pero abierto a los acuerdos, una comprensión nacional de su trabajo y no exclusivamente partidista. En esta posición se pueden encontrar figuras de derechas y de izquierdas, con años de experiencia política o que vienen a debutar en estas lides, de la capital y de regiones. El tema de fondo, podríamos concluir, es que existe un grupo –ya veremos su influencia real y la cantidad que logran sumar– abierto a asumir el desafío sin criterios cerriles o mentalidad negativa, pero se advierten buenas perspectivas en algunos casos.

Entre quienes hoy tienen mayoría, ciertamente los partidos y los independientes de izquierda, se han escuchado algunas actitudes positivas y alentadoras desde la misma noche de las elecciones. Patricia Politzer señaló muy pronto que los acuerdos se irían produciendo con diferentes actores de acuerdos a los distintos temas; Fernando Atria ha sostenido que “la regla de los dos tercios crea condiciones para que por primera vez en 30 años haya un genuino gran acuerdo”, asegurando que “quienes se mantengan en su ortodoxia ideológica, van a ver que, en vez de vetar, en vez de bloquear, la consecuencia de eso va a ser que se van a quedar afuera”. En la misma línea se han manifestado otros constituyentes electos.

No cabe duda que esa es la posición que tiene también la mayoría de los constituyentes de la lista de Vamos por Chile, conglomerado que procesó rápidamente su derrota y que se puso a trabajar en las primarias presidenciales de la centroderecha y en la labor de la futura constituyente. Para ello deben dejar de lado dos actitudes que en nada contribuirían al éxito del proceso: lo que se ha llamado una postura de atrincheramiento, cuya propia intransigencia los conduciría a la irrelevancia, o bien la lógica de la abdicación, como si no existieran ideas y conceptos valiosos para promover y defender. Entremedio hay un ancho camino que se puede recorrer con inteligencia y espíritu positivo, y que bien llevado podrían llevar a un mejor resultado.

Los temas del debate constituyente son de la mayor importancia y podrían definir el Chile de los próximos treinta años o medio siglo. La estructura del Estado, sus funciones y obligaciones adquieren la mayor relevancia, especialmente en cuanto se refiere a la calidad de sus servicios, como salud y educación; el régimen de gobierno que adopte el país también es de la mayor relevancia, considerando los problemas que causaron en el pasado las discrepancias al respecto; la articulación de la unidad nacional con una efectiva descentralización adquieren la mayor importancia en medio de un centralismo asfixiante, que se nota en los más diversos ámbitos. Lo mismo se podría decir en el plano de los derechos, donde se advierte una tendencia hacia la consagración de derechos sociales, que implicaría eventualmente un mayor gasto estatal y una mejor gestión del Estado, por lo que debe existir un mayor rigor en la administración de los recursos escasos y la calidad de los servicios; por otra parte, se requiere consolidar las libertades económicas y sociales de la población, que permitan el desarrollo de una sociedad dinámica y diversa. Y así se podrían ver otros temas de relevancia.

En otras palabras, a esta altura del proceso parece más necesario que nunca acercarse, conocerse, conversar y adelantar trabajo. Es preciso dar confianza y alejar los temores de la población, de los inversionistas, de la comunidad internacional. Sobre todo, se requiere superar los prejuicios, fijar un estilo abierto al diálogo y a los acuerdos de los dos tercios, así como desechar las fórmulas intransigentes. Se acerca la hora de la verdad en el proceso constituyente, y conviene estar preparados, para no pasar el bochorno del fracaso y la decepción.