Chile Vamos, que agrupa a los partidos de centroderecha –la UDI, Renovación Nacional, Evopoli y el PRI–, nació el 2015 y tuvo su momento culminante en la elección presidencial de 2017, cuando Sebastián Piñera fue elegido como Presidente de la República, bajo el auspicioso mensaje que anunciaba “tiempos mejores”.
En algún momento los partidos desarrollaron un esfuerzo intelectual para renovar conceptos y articular ideas de acuerdo a la situación de Chile en la segunda década del siglo XXI, así como incorporaron algunos liderazgos nuevos. Sin embargo, en la práctica, la coalición se “presidencializó”, se burocratizó, se instaló en la administración del Estado y perdió la vitalidad que caracterizó sus primeros meses, cuando ejerció como oposición a la presidenta Michelle Bachelet. Es esa vitalidad, precisamente, la que da vigor a las propuestas políticas, convoca a los partidarios y les permite presentarse como alternativas de futuro.
En la actualidad, el juicio respecto de Chile Vamos ya no se refiere a sus promesas de futuro, sino a los tres años de gobierno, a sus resultados electorales específicos y un juicio formado sobre el gobierno de Piñera y su programa. Por lo mismo, la situación es más difícil y las evaluaciones más complejas, tanto por lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer como por las crisis que ha enfrentado esta administración, particularmente la revolución de octubre de 2019 y la pandemia del coronavirus, con una oposición particularmente intransigente y autora del “parlamentarismo de facto” en el cual vive actualmente el país.
En la práctica, para muchos el gobierno ha sido decepcionante en temas centrales de su agenda, como la creación de empleo, la seguridad pública y ciertamente la capacidad para garantizar la paz en la Araucanía –zona abandonada, que solo brilla por el fuego que arde ante cada ataque, símbolo manifiesto de un Estado ausente e incapaz–, que emergían como aspectos que una administración de centroderecha podía liderar de buena manera. A esto se suma la dificultad para procesar las diferencias al interior de Chile Vamos, como quedó ilustrado incluso en el Mensaje Presidencial del 1 de junio. Finalmente, se puede agregar el resultado electoral del 15 y 16 de mayo, que fue lapidario en cuanto a los constituyentes y representó una importante baja a nivel municipal, lo que podría ser un anticipo de la derrota en la próxima elección presidencial, aunque todavía es carrera abierta.
¿Cómo debe ser la centroderecha del futuro? ¿Hacia dónde deben dirigir sus esfuerzos los partidos? ¿Qué incidencia efectiva tendrán las primarias presidenciales y quien resulte ganador en ellas? ¿Cómo se administrará el legado o la mochila que significa el actual gobierno? ¿Debatirá el programa de gobierno o será endosado por el candidato triunfador en las primarias? ¿Cómo se organizará para las elecciones parlamentarias? ¿Cuál será su preparación para ser gobierno o para volver a ser oposición? ¿De qué manera incorporará ideas renovadas, aunque dentro de la tradición de las derechas históricas chilenas? ¿La parrilla parlamentaria incluiría solo figuras de Chile Vamos o se abrirá a Republicanos como en las pasadas elecciones de convencionales? ¿Comprende la necesidad de superar el elitismo en que ha estado sumida? Todas estas son preguntas y ciertamente otras son necesarias de pensar y responder, aunque el tiempo es breve y, quizá por pragmatismo, todo parece avanzar nuevamente a un ritmo presidencial, ante la evidente menor incidencia que podrá ejercer en la Convención constituyente.
Es un dato de la causa que los partidos que componen la coalición tienen elementos en común y diferencias específicas. Entre los factores comunes está la valoración de la propiedad privada y el emprendimiento, el papel de las instituciones o la participación de la sociedad civil en la provisión de diversos bienes, como la salud, la educación, la vivienda o las pensiones. Sin perjuicio de ello, nada de lo anterior se encuentra representado en la misma forma de hace algunas décadas, y tiene horadaciones cuyas consecuencias son difíciles de anticipar. En otro plano, las derechas rechazan a los socialismos –particularmente al comunismo– e incluso les temen, lo que muchas veces lleva a torpes campañas del terror en lugar de presentar sus propias convicciones con decisión y vocación popular.
En el plano de las diferencias, hay al menos tres bien marcadas. Para comenzar, cada partido representa historias distintas y tienen cierto espíritu de cuerpo que los distingue de los otros, aunque no se adviertan en algunos temas o liderazgos aquellas diferencias que puedan ser percibidas con facilidad. En el ámbito doctrinario, al menos se advierten dos clivajes muy claros: el primero se refiere al eje estatismo/libertad económica (que podría reflejarse en mayores impuestos o crecimiento del Estado); el segundo se aprecia en los llamados temas valóricos, aunque la corriente liberal o individualista ha ido creciendo de manera muy clara frente a la tradición cristiana o conservadora, como por lo demás ha ocurrido en Chile en las últimas décadas.
En este último tema se concentró la discusión tras el mensaje del presidente Sebastián Piñera el pasado 1 de junio, cuando anunció que pondría urgencia al proyecto del matrimonio igualitario, porque había llegado su tiempo y, como señaló en entrevistas, porque había cambiado de opinión al respecto, desde la época en que sostenía que el matrimonio era entre un hombre y una mujer. Algunos consideran que lo hizo para favorecer a un candidato determinado (a Sebastián Sichel contra Joaquín Lavín) mientras otros lo lamentan por el tema específico del matrimonio, cuya discusión solo refleja los cambios culturales experimentados por Chile y la situación actual de la familia en el país. Sin embargo, desde el punto de vista político el factor más grave parece ser otro, cuando el Presidente de la República –y líder de Chile Vamos– promueve de esta manera algo que señaló expresamente que no sería parte de su programa, lo que llevó a algunos dirigentes a hablar de “traición”.
En la práctica, el tema no tendrá mayores consecuencias en el corto plazo: ni renuncias, ni división de la coalición. Los sectores conservadores del gobierno, en realidad –como señaló Cristóbal Aguilera– no están “realmente indignados” (El Libero, 4 de junio de 2021). La administración seguirá su gestión burocrática con algunos éxitos (la vacunación), desafíos (empleo y recuperación económica) y otros fracasos (especialmente en el ámbito político y cultural). Pero será una coalición sin alma, sin un sentido profundo de unidad y sin un liderazgo como lo tenía en 2017. Seguramente sí surgirán algunas escaramuzas de ocasión y quizá los llamados de La Moneda para aprobar un determinado proyecto o rechazar otro tendrán menos acogida a nivel parlamentario, enredando la relación dentro del oficialismo. Más importante será el efecto que tendrá sobre los candidatos a las primarias de la centroderecha, a quienes se les deberá preguntar en los debates si se podrá confiar en ellos respecto de sus programas o van a sorprender con evoluciones contrarias a lo prometido (con independencia del área de discusión de que se trate, aunque con la certeza de que sea un tema que genere algún nivel de división interna). En otras palabras, subsiste el tema de fondo de conocer por qué proyecto se levantarán a votar sus partidarios en julio y en noviembre, y si pueden tener confianza en que habrá coherencia y honestidad en el cumplimiento de esos compromisos.
Claudio Alvarado ha dado algunas luces en su artículo “Después de Piñera” (La Tercera, 5 de junio de 2021), donde plantea que es precisamente en el fracaso piñerista donde la centroderecha “puede encontrar luces de cara al futuro”. No solo desde la perspectiva orgánica o doctrinaria, sino que me parece fundamental apostar a los objetivos y el sentido de representar una determinada alianza política, se llame Chile Vamos o adoptando otra denominación. En esto la experiencia de la Concertación puede servir de análisis, por cuanto la burocracia estatal se comió su proyecto, la claridad del adversario impedía ver los problemas propios y la obsesión por el poder contribuyó a anular su ideario político. Después de todo, el pasado se puede analizar y el presente se puede discutir, pero las coaliciones políticas justifican su necesidad, coherencia y existencia por el sueño de país, por el futuro que prometen y la capacidad efectiva de una mejor calidad de vida para la población.