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OPINIÓN

Elecciones presidenciales en Perú. Incertidumbre y oportunidades

Las elecciones presidenciales en Perú han sido especialmente cerradas y dramáticas este 2021. Después de una primera vuelta con 18 candidatos presidenciales, pasaron a segunda vuelta los candidatos Keiko Fujimori y Pedro Castillo, quienes el 11 de abril obtuvieron el 13,41% y el 18,92% de los votos respectivamente.

Sin duda es impresionante que ningún candidato haya logrado superar el 20% de los votos, lo que muestra no solo la dispersión electoral sino que también la volatilidad política que ha tenido Perú en las últimas dos décadas, que ha llevado a cambios de gobiernos y también a que haya habido rotación presidencial en este último periodo que correspondía a Pedro Pablo Kuczynski. Por su parte, el Congreso de la República estará compuesto por 10 fuerzas políticas, la mayor de las cuales es Perú Libre –agrupación de Castillo– con solo 37 representantes, en tanto Fuerza Popular de Fujimori apenas llega a los 24 escaños, en otra clara manifestación de fragmentación.

La primera característica que asomó durante la campaña de la segunda vuelta es la primacía de las definiciones y apoyos por contradicción más que las adhesiones decididas a los respectivos candidatos. Por lo mismo, el antifujimorismo y el anticomunismo se levantaron como banderas mucho más determinantes que el respaldo convencido hacia Keiko o Castillo. Por lo mismo, una vez más estuvieron presentes las campañas del terror, mostrando o amenazando con lo que significaría volver a la época de Fujimori o bien la amenaza de una nueva Venezuela en caso de triunfar el candidato de la izquierda.

El problema de fondo es que esta elección sorprende a Perú en la difícil coyuntura que viven las democracias en el mundo, y específicamente en América Latina, por el auge de los populismos, la falta de buenos resultados, el fracaso de los gobiernos, el desprestigio de la política, la crisis de los partidos y los problemas de corrupción que muchas veces afectan a las administraciones. Todo esto ha llevado a un escepticismo de la población, cuyas consecuencias políticas se manifiestan en la depreciación de la democracia, desde adentro.

La elección entre Fujimori y Castillo debe ser una de las más cerradas de que se tenga recuerdo en la historia universal. Durante el proceso, especialmente tras la primera vuelta, el candidato izquierdista aparecía con mejores expectativas y con un amplio margen en las encuestas. Luego las cifras se fueron acercando, hasta que las encuestas ubicaron las predicciones en el margen de error. La infartante noche electoral del 6 al 7 de junio nos hizo esperar los resultados de una manera que solo informaba lo estrecho de la disputa, pero sin poder anticipar resultados definitivos. Incluso la mañana del lunes 7, casi al mediodía, Keiko superaba a Castillo por unos pocos miles de votos, con más del 90% de los cómputos, pero la tendencia comenzaba a revertirse, faltando los sufragios del extranjero. En la mañana del martes 8 los resultados todavía no son definitivos, y con el 97.285% de las actas procesadas el resultado marca 8.596.898 votos para Castillo (con el 50,23%) y 8.518.159 para Fujimori (49,77%).

Por estos datos, a poco de terminar el conteo final, muchos se aventuran a predecir el triunfo del candidato de la izquierda, en un escenario de un país dividido en dos mitades electorales y políticas, con profundos temores de lado y lado, precisamente por haber sido campañas negativas más que esperanzadoras. Por lo mismo, no es claro que los resultados se entreguen con facilidad ni sean aceptados con rapidez y espíritu republicano, más aún cuando ambas candidaturas han insistido en diferentes momentos en que habría fraude electoral.

Los desafíos del nuevo gobierno son particularmente difíciles y de resultado abierto. Me parece que la socióloga Lucía Dammert (académica de la Universidad de Santiago de Chile) ha planteado algunos de ellos con particular claridad: “1. Ninguno de los dos candidatos podrá hacer un gobierno mayoritario y necesitará hablarle al otro 50%, 2. La construcción de partidos políticos serios es urgente para fortalecer la democracia; 3. Ningún país puede llamarse exitoso cuando se mueren personas sin oxígeno, los niños tienen anemia y el campo cuenta con indigencia y abandono”. A ello agrega algunos otros aspectos que requerirían una discusión con mayor detalle, como las condiciones del desarrollo económico, la existencia de una “crisis moral” en la política peruana y la necesidad de que el sector empresarial revise su papel en el futuro del país.

Perú vivirá –si gana Castillo, como se advierte, o si triunfa finalmente Keiko– días de incertidumbre, que no son muy distintos a los que está experimentando América Latina en general en estos últimos meses. Sin embargo, la victoria de Castillo podría acelerar algunos problemas y definiciones económicas fundamentales –riesgos de inversión y de crisis, para comenzar–, aunque algunos asesores han procurado calmar las aguas en estos días y se advierte una moderación en el discurso entre la primera y la segunda vuelta. En cualquier caso, es evidente que Perú ya no será ese lugar atractivo para la inversión en el que se convirtió durante algún tiempo, mientras no se despejen las dudas del verdadero camino que tomará el comunismo de Pedro Castillo, su eventual adhesión al modelo bolivariano de Chávez y Maduro, o bien la conservación de una fórmula democrática, con todas sus limitaciones y problemas.

A esto se suma otro factor institucional relevante, como es la distribución de los escaños del Congreso, que permiten ver negociaciones difíciles, pero también la necesidad de consensos para realizar cambios, perfeccionar proyectos o simplemente para coexistir dentro de la normalidad republicana. Todo esto sin excluir dos alternativas institucionales que se han utilizado en el último tiempo, y que quizá requieren una revisión de más largo plazo: la destitución del Presidente de la República y la disolución del Congreso, con todas sus consecuencias en ambos casos.

Después de todo, Perú se acerca a conmemorar su Bicentenario, y es importante que esta sea una fiesta de todos. La incertidumbre, los problemas, la complejidad de los escenarios son características propias de la política en esta tercera década del siglo XXI: la diferencia hacia el futuro estará marcada por la capacidad real de enfrentar y superar las dificultades con sabiduría, fortaleza y sentido de unidad, en tanto las derrotas estarán marcadas por el sello del fanatismo, la torpeza y la mediocridad.