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OPINIÓN

El bien de Chile. Los objetivos y los medios

Una de las cosas más obvias que aparecen en todas las campañas presidenciales es que todos los candidatos quieren lo mejor para Chile. El problema no se plantea en el ámbito de las generalidades o de las aspiraciones declaradas, sino en las formas específicas mediante las cuales Chile y su gente avanzarán hacia un futuro mejor.

Los objetivos que plantean los distintos candidatos son variados, con poca creatividad y de común aceptación: más y mejores pensiones, educación de calidad (y gratuita, eventualmente), salud pronta y para todos, una vivienda digna, salarios más altos, combatir el narcotráfico y disminuir la delincuencia ocupan los primeros lugares en la oferta electoral. Ciertamente a ellos se suman otras tantas ideas que tienen el mismo objetivo último, que es mejorar la calidad de vida de los chilenos. Sin embargo, el problema no radica ahí, sino que aparece cuando hay que definir la forma o los medios necesarios para lograr esos anhelados fines. Algunos ejemplos podrían darnos luces al respecto.

El caso de las pensiones genera unanimidad en el sentido de que deben mejorar, y que nadie debe quedar bajo una pensión mínima, que podría ser la línea de la pobreza. Esto se basa en una convicción fundamental: la gran mayoría está de acuerdo en que es necesario que los adultos mayores jubilados vivan mejor sus últimos años de vida y no pasen las penurias que históricamente han soportado. El problema se presenta, en la práctica, en un doble sentido. Primero, porque durante más de una década ha existido un diagnóstico más o menos claro sobre lo que se debe hacer para mejorar el sistema de pensiones y las distintas propuestas han dormido sistemáticamente en el Congreso Nacional, durante cuatro gobiernos. Hasta ahora no hay aumento de la cotización (sigue en un 10%, que todos califican de exigua), ni para cuentas individuales, ni siquiera un porcentaje para un fondo solidario. El segundo problema se presenta hacia adelante, con propuestas como terminar con las AFP (eslogan repetido hasta la saciedad), posible creación de una AFP estatal y otras. ¿Cuánto mejorarán las pensiones con esas ideas? He ahí el tema de fondo en un país que ya ha visto tres retiros del “10%” de los ahorros y que tiene pendientes propuestas por el retiro del 100% (algunas con letra chica), además de una profunda desconfianza institucional. Una discusión seria necesariamente debe abordar ese aspecto, definirlo y hacerlo sustentable en el tiempo.

Un segundo caso podría ser el de la educación: todos quieren que sea mejor y al menor costo posible. Prácticamente todos comparten la necesidad de fortalecer la enseñanza estatal, por lo que nuevamente el problema radica en cómo realizar estos propósitos. Las diferencias prácticas entre los distintos candidatos y grupos van desde la situación vivida durante la pandemia (volver o no a clases presenciales) hasta la modificación de algunos mecanismos de mejora en los resultados finales. También subsisten algunas contradicciones importantes, y quizá la más relevante sea si mejorar la enseñanza estatal debe hacerse contra los padres y las instituciones particulares (pagadas o subvencionadas), como parecen proponer los candidatos de la izquierda, o bien debe realizarse respetando la libertad de enseñanza y poniendo metas claras que permitan que efectivamente los niños y jóvenes tengan más oportunidades. En un país donde casi la mitad de los alumnos de 4° básico no entiende lo que lee y que tiene malos resultados educativos principalmente en los sectores más vulnerables se vuelve urgente tomar decisiones que mejoren la enseñanza efectiva y no la retórica de campaña.

El tercer tema es el de la vivienda. El tema aparece todavía más grave si consideramos que la vivienda informal ha crecido, y que hoy existen más de 50 mil familias habitando en algún campamento (el 2010 eran solo 26 mil), lo que ilustra una regresión peligrosa e inaceptable. ¿Hay algún consenso al respecto? Por cierto: que cada familia debe contar con una vivienda digna, que no solo implica un lugar para vivir, sino también un ambiente o barrio donde existan establecimientos educacionales de calidad, acceso a la locomoción y parques donde pasar el tiempo con áreas verdes y juegos. Si bien en la campaña aparece el tema de la integración social, se plantea de manera tímida y no logra permear un debate que debería ser central para el Chile del futuro. En cambio, toma fuerza el anuncio de que las tomas ilegales de terreno no serán enfrentadas, lo que en la práctica alienta ese tipo de prácticas que ya tienen una larga historia en el país, perdiendo el norte y augurando problemas adicionales. ¿Y de las viviendas reales, en propiedad? Habrá que esperar.

Así como en los casos mencionados, podrían emerger otras dificultades y soluciones, que pocas veces ponen el centro en las personas y que en muchas ocasiones se concentran en la ideología, cuestión que se puede apreciar también en la salud –donde la clave debería ser la atención pronta de los enfermos y personas que tienen operaciones pendientes– o en la empresa privada, que ve amenazas de nuevos impuestos y gastos por distintos lados, lo que hará cada vez menos atractivo invertir y crear fuentes de trabajo y de progreso para Chile. Es verdad, se podría argüir, que candidatos como el del Partido Comunista están pensando en un sistema con un Estado que reemplaza o elimina a los privados como motor del desarrollo, lo cual vuelve la discusión al nivel de los grandes modelos económicos –el plano de la ideología– más que el mejoramiento efectivo de las condiciones de vida de la población.

Quizá sería bueno recordar que nada en la vida es fácil y que los programas presidenciales y la acción de un gobierno, por muy bueno que este pueda llegar a ser, no permite resolver los problemas como por arte de magia, ni genera mejores condiciones de vida de un día para otro como si un programa o líder hubieran descubierto la piedra filosofal. Si fuera así, hoy muchos países subdesarrollados gozarían desde hace tiempo de salarios y pensiones mejores, una salud y educación de calidad, y además habrían derrotado la delincuencia y el narcotráfico. Sin embargo, no ha ocurrido así, siguen con niveles muy amplios de pobreza y por algo el desarrollo todavía aparece lejano.

No son las revoluciones violentas –ciertamente tampoco las retóricas o populistas– los medios adecuados para encontrar el progreso rápido y fácil. No son las campañas demagógicas u odiosas las que generan mejores oportunidades a la población. Fines nobles sin medios adecuados son incapaces de generar calidad de vida y hacer que la gente se desarrolle material y espiritualmente. Por lo mismo, es preciso permanecer alertas, observar con atención las discusiones surgidas de los últimos años y las leyes tantas veces postergadas (también aquellas que no han ido en la dirección correcta), para orientar los esfuerzos y lograr que, efectivamente, los cambios vayan en la dirección adecuada.