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OPINIÓN

El fin de la era Merkel

Con la despedida de Ángela Merkel se termina el gobierno de una de las líderes más importantes, sólidas y exitosas del mundo en el último medio siglo. Es una de las escasas figuras que disfruta de un reconocimiento internacional: se compartan o no sus políticas o sus ideas, en la práctica ha cautivado con su sencillez, claridad, inteligencia y sentido público. En una sociedad muchas veces grandilocuente y materialista, su liderazgo recuerda que es posible hacer las cosas de manera diferente, con consistencia y resultados.

Merkel –quien pertenece a la Unión Demócrata Cristiana, que lideró desde el año 2000– asumió como canciller de la República Federal Alemana el 22 de noviembre de 2005 sucediendo en el cargo al socialdemócrata Gerard Schröder. Desde entonces fue reelegida cuatro veces en el máximo cargo del gobierno federal, en distintas combinaciones políticas, pero siempre ratificado con un apoyo mayoritario para su partido y un sólido respaldo para ella misma. No está de más recordar que era la primera mujer en ocupar el cargo, sin duda todo un símbolo.

No cabe duda que se trata de una figura curiosa, por su formación y su historia. Se doctoró en física en la Universidad de Leipzig, lo que sin duda no es el camino habitual para seguir en las lides políticas. Adicionalmente, vivió en la República Democrática Alemana, es decir en la Alemania comunista, con todas las restricciones a las libertades políticas y sociales que existían tras el Muro de Berlín. Sin embargo, los sucesos de 1989 le permitieron involucrarse en las actividades de democratización y con la posterior reunificación de Alemania fue nombrada como ministra de la Mujer y la Juventud, bajo el gobierno de Hermut Kohl, canciller que le llamaba “la niña”, quien demostraría ser un verdadero prodigio en las grandes lides de la política europea.

La popularidad de la canciller en Alemania era indudable, como mostraron las distintas elecciones que enfrentó. La situación cambiaba parcialmente en Europa, donde si bien se reconocía su liderazgo y capacidad, encontraba críticas por su defensa de la disciplina económica y presupuestaria, que no siempre era bien comprendida –o aceptada o respetada– en otros países del continente, liderados por gobiernos más irresponsables, populistas o simplemente menos capaces.

El pasado jueves 24 de junio Merkel pronunció su último discurso ante el Bundestag (Parlamento Federal Alemán). En la ocasión se refirió a la gran enfermedad que sigue afectando al mundo: “La pandemia aún no ha acabado, sobre todo en los países pobres del mundo. En Alemania y Europa todavía nos hallamos sobre una delgada capa de hielo. Tenemos que permanecer atentos. Las nuevas variantes del virus, como la Delta, continúan instándonos a tener cuidado”. En este ámbito rechazó desproteger las patentes de vacunas, convencida de que el desarrollo de las vacunas solo tiene éxito si existe protección de la propiedad intelectual.

En el plano internacional, reivindicó la importancia de la Unión Europea, por cuya unidad abogó, así como sostuvo que Europa debía buscar el “contacto directo con Rusia”, pues no era suficiente que esa labor fuera realizada por el presidente norteamericano Joe Biden. Lo mismo consideró respecto a China, cuya creciente influencia debía encontrar una alternativa en Europa, sobre la base de valores como la democracia y el respeto a las libertades.

El medio Deutsche Welle ha resumido esta última intervención de Ángela Merkel de una manera sintética y decidora, al afirmar que su “estilo siempre fue el mismo: sobrio, imparcial y rico en hechos” (en dw.com, 24 de junio de 2021). Nada de frases hechas, de declaraciones para la galería, o de reiteración de adjetivos que pudieran rellenar un discurso sin contenido real. El estilo Merkel ha sido sobrio, ajeno al populismo dominante en otras latitudes, riguroso como una académica germana, con el dato adicional que ejerce el gobierno de una de las principales potencias del mundo. Como anécdota, recibió una larga ovación al terminar su discurso ante el parlamento alemán, que solo agradeció con un gesto de aprobación con su cabeza.

Hace algún tiempo anunció que dejaría el poder y de inmediato empezaron las conjeturas y consultas, el deseo de conocer más sobre Merkel y los pronósticos electorales para la sucesión, en las elecciones que se desarrollarán el 26 de septiembre próximo. Se supone, en cualquier caso, que debería haber un resultado favorable y podría continuar la línea de la actual gobernante.

Ángela Merkel, nacida en 1954, ha recibido numerosos reconocimientos en la hora de su próxima despedida. Después de todo, ha dirigido a sus compatriotas por más de tres lustros, en momentos en que el mundo ha soportado los rigores de una crisis económica, una pandemia, crisis migratorias, el debilitamiento de la democracia y la irrupción del populismo. Quizá lo más valioso es que Alemania está mejor que antes, pero en un contexto de integración europea y sin luchar contra otros ni contra sí misma, como en el pasado.

Algunas anécdotas describen a Merkel en otros planos. En una ocasión le comentaron que estaba repitiendo un traje, que si no tenía otro: “Soy una empleada del gobierno y no una modelo”, respondió secamente. También le consultaron si tenía servicio doméstico, a lo que contestó que esas labores las realizaba en conjunto con su marido: lavar, hacer el aseo, cocinar, como cualquier familia. Además vivió en un departamento normal, como sus compatriotas, lo que causaba admiración a muchos. Ha sido vista en numerosas ocasiones haciendo compras en el supermercado, obviamente acompañada por sus escoltas. Es verdad que a un gobernante se le pide administrar bien su país, cuidarlo, defenderlo y hacerlo prosperar, y no se le exige ser especialmente austero en su vida privada o tener algunas virtudes especiales en el ámbito familiar. Sin embargo, cada vez que surgían estos temas, la señora Merkel concitaba mayor admiración, precisamente porque en lo primero era prácticamente indiscutida y en lo segundo daba un ejemplo extraño en estos tiempos. El tema adquiere mayor valor cuando se compara con otros dirigentes, en ambos temas.

Como todo gobernante, Ángel Merkel ha cometido errores, se ha dejado llevar por sus ideas y ha tenido que saborear derrotas. Sería absurdo idealizarla y construir sobre ella una historia sin matices ni problemas, que siempre existen en las siempre difíciles funciones de gobierno, más aún en las grandes potencias. No obstante, en momentos como los de hoy, con un gran desprestigio de los políticos y de dificultades para la democracia, Ángela Merkel se levanta con derecho propio como una de las figuras más importantes del complejo siglo XXI que ya ha comenzado su tercera década.