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OPINIÓN

Jorge Edwards celebra 90 años

El 29 de julio de 1931 nació Jorge Edwards, en Santiago de Chile. Con el tiempo se transformaría en uno de los escritores más importantes no solo de su país, sino también de América Latina y delos países de habla hispana. Por eso vale la pena celebrar sus 90 años, largas décadas de vida y literatura. Entre sus distinciones más importantes destacan el Premio Nacional de Literatura en 1994 y el Premio Cervantes en 1999. Cuando recibió este último reconocimiento –que muchos llaman el Premio Nobel de las letras en español– Edwards agradeció precisando que había considerado, desde el primer momento, que se trataba de “un reconocimiento que se hace a través mío de la literatura chilena en su tradición y en su rica diversidad”.

Por lo mismo mencionó generosamente a quienes le antecedían o compartían la tradición literaria chilena, que se remontaban al siglo XVI, con la llegada de la lengua castellana al continente americano: Alonso de Ercilla, “conquistador conquistado”, Alonso de Ovalle y Manuel Lacunza; ya durante la república destacó a Vicente Pérez Rosales y Alberto Blest Gana (ambos del siglo XIX), para llegar finalmente al siglo XX: Pablo Neruda, José Santos González Vera y Nicanor Parra, hasta José Donoso y Jorge Tellier, a quienes tenía afecto personal o disfrutaban de su admiración como escritores. Y así podrían haber aparecido muchos otros nombres valiosos que han sido parte de la trayectoria intelectual y cultural del finis terrae.

La vida y obra de Jorge Edwards se entremezclan de una manera notable. Por lo mismo, muchas de sus novelas son de autoficción, en tanto sus libros autobiográficos se asemejan mucho a una vida novelada. Lo que ocurre es que el escritor chileno no solo ha sido un novelista destacado, sino que también ha sido parte de la vida cultural de Chile y de América Latina. Su nombre aparece vinculado al boom latinoamericano, ese movimiento político y literario que marcó la década de 1960 y permitió que las letras del continente traspasaran las modestas fronteras de sus países para pasar a formar parte de la literatura mundial.

Personalmente he tenido la posibilidad de estar varias veces con Jorge Edwards: como oyente en alguna de sus conferencias, como organizador de alguna actividad en la que él participó, en una ocasión lo entrevisté y también he podido compartir conversaciones más relajadas, además recuerdo algunas cenas particularmente entrañables. En una oportunidad, además, los dos fuimos ponentes en un seminario por el Centenario de Pablo Neruda, celebrado en la Universidad de Oxford, el año 2004: él, figura consagrada, yo todavía estudiante, cuando compartimos una cena entretenida y de recuerdos con Robert Pring-Mill, el amigo británico del poeta chileno a quien se rendía homenaje. Me parece que todas esas ocasiones fueron de aprendizaje y también resultaron jornadas alegres, considerando que Edwards es un gran narrador, un contador de anécdotas excepcional y por cierto un “revividor” de historias: sobre personajes del boom, recuerdos de Neruda, su estadía en Cuba y los diálogos con Heberto Padilla, su amistad con Mario Vargas Llosa, su interés político vital, lugares visitados, autores leídos y otros tantos temas de interés. Sin embargo, a pesar de esas reuniones personales, me parece haberlo conocido todavía mucho más a través de las lecturas de sus obras, que me han acompañado durante años y que son una forma de acercarse a su biografía, a su estilo de escritura y a los temas de sus obras, así como a la literatura hispanoamericana en general. Para ello es posible leer no solo las novelas, sino también las memorias, a las que se pueden sumar tanto sus numerosas entrevistas como sus artículos de prensa, publicados con habitualidad durante décadas. Para el historiador, son una materia prima fundamental para conocer al personaje y su tiempo. Me parece que la obra del también escritor chileno Roberto Ampuero, La historia como conjetura. Reflexiones sobre la narrativa de Jorge Edwards (Santiago, Editorial Andrés Bello, 2006), puede ser una excelente introducción a la obra del Premio Cervantes de 1999. Xavi Ayén también dedica muchas páginas a Edwards en su libro Aquellos años del boom. García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo (Barcelona, RBA, 2014); y de particular interés resultan algunos análisis de Rafael Rojas en La Polis Literaria. El boom, la Revolución y otras polémicas de la Guerra Fría (Barcelona, Taurus, 2018).

Sin embargo, nada reemplaza la lectura del propio Jorge Edwards. A la fecha ya se han publicado dos tomos de la autobiografía de Jorge Edwards: Los círculos morados (Santiago, Lumen, 2012) y Esclavos de la consigna. Memorias II (Santiago, Lumen, 2018), que cubren apenas hasta 1970. Esto permite esperar al menos otros dos volúmenes, que esperamos lleguen pronto a las librerías. En esas memorias aparece un Edwards polifacético, estudiante, viajero, amigo y gran lector, interesado en la política de su país y del mundo, pero que también es una persona que cuenta sus influencias y gustos literarios, su decisivo paso por la vida diplomática y las ideas del tiempo histórico que narra. Son libros amenos, bien escritos, que invitan a seguir leyendo.

Por otra parte, algunas de sus “novelas” son excelentes testimonios para conocer de primera mano momentos importantes de la historia chilena y latinoamericana de comienzos de la década de 1970. Así ocurre con Persona non grata (1973) y Adiós, Poeta (1990), de los cuales hay varias ediciones. El primero de esos libros narra la experiencia de Edwards en la Cuba de Fidel Castro, con excelentes descripciones sobre el dictador comunista, que culminan precisamente con el escritor considerado como una “persona non grata” por el régimen. El segundo se refiere a la estadía de Pablo Neruda como embajador en Francia durante la Unidad Popular, designado por el presidente Salvador Allende. En París fue acompañado precisamente por Jorge Edwards, como primer secretario de la Embajada, quien conoció de primera mano los avatares del año en que Neruda recibió el Premio Nobel de Literatura.

En los años siguientes hubo numerosos vericuetos en su vida: el fin de su carrera diplomática tras el golpe militar en Chile (1973), su presencia en actividades políticas contra Pinochet, un relativo desprecio recibido desde izquierdas –especialmente del castrismo– y derechas, y felizmente la continuidad de su obra literaria. En las últimas décadas llegaron los mencionados reconocimientos, pero sin que se interrumpiera la labor creadora de Edwards, quien incluso tuvo la oportunidad de regresar a las actividades diplomáticas, como embajador en Francia, entre 2010 y 2014. Nunca dejó de escribir en la prensa ni de dar conferencias, mostrándose activo a pesar del paso de los años y con una lucidez que ya quisieran muchos jóvenes.

Con todo, el corazón de su actividad estuvo siempre en la literatura, como resumió su vocación en el discurso al recibir el Premio Cervantes: “Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal, de noche, de madrugada, en espacios de tiempo robado, al margen de documentos oficiales, fue la de escribir ficciones… Las circunstancias me obligaron a escribir, algunas veces, en contra de la corriente, de la moda, del pensamiento al uso, y traté de hacerlo con naturalidad, sin pretensiones, sintiendo que la escritura, antes que nada, es una forma de fidelidad”.

El escritor cumple 90 años. Salud por Jorge Edwards, larga vida a la literatura en lengua castellana.