El mundo vive un proceso histórico, en el cual nuestras vidas se han adaptado y adecuado a nuevas realidades.
El campo de la educación no ha sido la excepción, y fue así como rápidamente las salas de clases se transformaron en plataformas digitales y los recreos en apagar la cámara y el micrófono, lo que representó un tremendo desafío no solo para los profesores y alumnos, sino que también para los apoderados, ejes centrales en la educación.
Esta nueva modalidad no solo implicó readaptarse a un sistema, sino que significó que surgieran una serie de problemas derivados de esta nueva forma de enseñanza, los que claramente dificultaron aún más el aprendizaje, como la falta de acceso a internet, la mala cobertura, la falta de instrumentos digitales, el desconocimiento por parte de los docentes, alumnos y apoderados de las plataformas digitales, sumado a la poca costumbre digital existente aún en muchos sectores de la población.
Esto pasó la cuenta para todos los miembros de la comunidad, especialmente para los alumnos, quienes han visto mermado su proceso de aprendizaje.
Hoy el panorama es distinto, y la pregunta que debemos realizar es si esas circunstancias, que en su momento fueron decidoras para adaptar las clases, han variado o siguen siendo las mismas. La respuesta es evidente: han variado y para bien. Nuestro país ha tenido un sistema de vacunación destacable, que ha llevado a que casi el 80% de la población objetiva esté vacunada -siendo incluso los profesores un gremio prioritario en este proceso- disminuyendo de esta forma el riesgo de contagio con consecuencias letales.
Es en este contexto donde se da el debate del retorno a clases, el cual debe ser abordado con la mayor seriedad posible, considerando al menos cuatro factores claves. En primer lugar, el resguardo de la vida humana, el cual, con el sistema de inmunización a través de vacunas, acompañado del uso de mascarillas y las medidas de distanciamientos, se ve razonablemente cubierto. En segundo lugar, la calidad de enseñanza que deben tener los estudiantes, quienes durante este tiempo han accedido a estándares mínimos de aprendizaje, pues la adaptación a una nueva modalidad ha provocado que los resultados no sean los esperados, quedando en evidencia que nada reemplaza la presencialidad. Si bien en su momento la metodología a distancia era justificada, hoy no lo es. En tercer lugar, debe existir en los colegios la infraestructura adecuada para el retorno de los alumnos. En este punto es fundamental el rol que juega el Mineduc, aunque no es el único, ya que los respectivos sostenedores también tienen un papel importante. Este punto debe ser sin duda el más rápido de resolver, requiriendo la voluntad de todas las partes involucradas, como lo han estado haciendo numerosos municipios. En cuarto lugar, la voluntad de los docentes, que si bien son el pilar fundamental de la educación, hoy están siendo una piedra de tope para este retorno seguro.
Hoy no solo está en juego el retorno a clases, sino que también la formación académica de una generación completa, a la cual le ha tocado adquirir conocimientos en momentos difíciles, pero que hoy merecen volver a sus aulas para abrir su mundo de conocimientos y oportunidades, ya que justamente la educación es la herramienta capaz de transportarnos de una realidad a otra, con esfuerzo, disciplina y constancia.
No podemos pretender que sean los burócratas, cuando ellos estimen conveniente, según sus criterios -no técnicos, más bien políticos- quienes decidan el regreso a clases de los alumnos. Esta facultad la deben tener los padres, a quienes, a lo menos, se les debe garantizar colegios abiertos y la mejor educación el futuro de sus hijos