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OPINIÓN

Las “últimas vacaciones” de Gorbachov

El 4 de agosto de 1991 el presidente de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov comenzó un periodo de descanso en Crimea. Tras seis intensos años a la cabeza de una de las dos principales potencias del mundo, no cabe duda que vendría bien parar la máquina, más todavía en el tráfago de una sociedad que experimentaba cambios permanentes. Al cumplirse 30 años desde esas vacaciones –las últimas de Gorbachov en el poder– parece oportuno revisar ese momento histórico, traumático y decisivo.

El líder soviético vivía una situación paradojal, después de haber encabezado uno de los proyectos políticos más revolucionarios y novedosos de la era comunista: la Perestroika (reestructuración). A ella se sumaba la Glasnost (que implicaba la “transparencia”). Con ello, la Unión Soviética comenzó a experimentar un proceso de reformas, que generaban inquietudes, preguntas, ilusiones y también preocupación en las altas esferas del régimen. Por lo mismo, Gorbachov aparecía como un líder diferente, moderno, más occidentalizado, joven y carismático, quien rápidamente adquirió popularidad en el mundo democrático. Sin embargo, no se podía decir lo mismo de la recepción que sus posturas generaban en la propia URSS, particularmente en los sectores más conservadores del Partido Comunista, donde existió desde el principio una resistencia contra él.

Recapitulando sobre los sucesos, el líder soviético diría tiempo después: “La posibilidad de un golpe de estado mediante el uso de la fuerza, así como rumores de los preparativos que para él se efectuaban, llevaban meses circulando por la sociedad soviética. En consecuencia, el golpe no llegó inesperadamente, como caído del cielo” (en Mijaíl Gorbachov, El golpe de agosto. Las causas y las consecuencias, Buenos Aires y Santiago, Atlántida/Zig Zag, 1991). Estas perspectivas no impidieron que el jerarca se trasladara con su familia hacia el pueblo de Foros, donde se encontraba el palacio Zaria –que significa Amanecer–, que tenía vista hacia un acantilado del Mar Negro. El lugar se había construido antes de que Gorbachov asumiera como secretario general, según explicó en alguna ocasión, precisando que ni él ni su mujer Raisa habían influido en el diseño, quizá para contestar a las críticas recibidas por la falta de austeridad que significaba el lugar.

Hasta ahí llegaron los Gorbachov el 4 de agosto: Mijaíl y Raisa, acompañados de su hija Irina, junto al fiel Anatoli Cherniáiev y dos secretarias. “Estoy muerto de cansancio”, había confesado Gorbachov el día anterior, en tanto Raisa había asegurado que necesitaban las vacaciones. “Una cohorte de altos funcionarios los fueron a despedir”, expresa William Taubman en su completa biografía Gorbachov. Vida y época (Barcelona, Debate, 2018), agregando que llegando a destino fueron objeto de “un largo y agotador almuerzo” que le dieron los líderes crimeos y ucranianos, de acuerdo con sus tradiciones. Solo después comenzaron las vacaciones propiamente tales.

Taubman resume la jornada habitual de los Gorbachov, que comenzaba a las 8 de la mañana. A continuación desayunaban, luego iban a la playa, el gobernante “ataviado con una camisa ligera y pantalones cortos, sandalias y un sombrero claro de color caqui”. Dedicaba algún tiempo a leer, tanto libros y periódicos como el material que recibía desde Moscú. También nadaba “una distancia considerable” y con posterioridad regresaba a la playa. Después de duchas y masajes venía la comida en la terraza, a eso de las 15 horas. Seguía un rato de trabajo, tras el cual el matrimonio solía caminar largamente una o dos horas. La cena era temprano, con el objeto de cuidar el sueño, que habían fijado como una prioridad para esos días.

Como sabemos, los primeros quince días transcurrieron sin novedad, entre lecturas históricas –una biografía sobre Stalin y una sátira de Mijaíl Búlgakov–, en tanto comenzaba a redactar unas refutaciones a las acusaciones dirigidas contra la perestroika. Precisamente en un documento titulado “El artículo de Crimea”, Gorbachov reflexionaba sobre la situación que vivía por aquel tiempo la URSS. En dicho texto –que tiene la particularidad de haber sido redactado pocos días antes del golpe– planteaba: “Dos cuestiones preocupan actualmente al país. Son el centro de los comentarios políticos, de discusiones académicas y de apasionados debates dentro y fuera del Partido. Están presentes constantemente en el forcejeo político. La penosa búsqueda de una respuesta a ellas refleja el angustiado período de transición que el país atraviesa”. ¿Cuáles eran esos dos asuntos? El primero era si la Unión Soviética necesitaba una perestroika o ella había sido un “error fatal”, si había sido necesario iniciar un proceso de renovación tan arriesgado. El segundo se refería a cómo debían alcanzarse los objetivos de la perestroika, considerando que ya estaba en marcha, y qué política debía seguirse “en una situación de crisis económica, peligrosos signos de desintegración y caos y del temor al mañana”.

Las cosas comenzaron a cambiar el domingo 18 de agosto, cuando los Gorbachov recibieron la visita de Medvédiev, jefe de guardaespaldas de Mijaíl. Otras personas acompañaban la visita inesperada, sospechosa y peligrosa. “Quédate junto a mí y obedece mis órdenes”, le señaló Gorbachov a Medvédiev, convencido de que estaba sucediendo algo malo, para lo cual de inmediato contó con todo el respaldo de Raisa. Los “visitantes” expresaron que acudían enviados por el Comité Estatal para el Estado de Emergencia, que se había creado en Moscú porque el país iba rumbo a la catástrofe, según explicó Oleg Baklanov, uno de los secretarios del Comité Central del PC.

Las vacaciones de los Gorbachov habían terminado y, más importante aún, con ello se acercaba también el fin de su gobierno. Entre agosto y diciembre la Unión Soviética experimentaría un proceso de desintegración que la llevaría a su fin como proyecto político y territorial. El golpe del 19 al 21 de agosto había marcado el cambio definitivo del proyecto Gorbachov, con altibajos que tendremos ocasión de ver en otra oportunidad.