Este 17 de agosto se conmemora el primer aniversario del fallecimiento de Juan de Dios Vial Correa, rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile en los últimos tres lustros del siglo XX. Mientras escribo estas líneas llega la triste noticia de la muerte de Raquel Ariztía, con quien se había casado en 1948, formando un matrimonio que se quería y complementaba, con quienes pudimos compartir muchas jornadas agradables y conversaciones entrañables. Que ambos descansen en paz y puedan disfrutar junto al Señor al que sirvieron y en quien esperaron.
El rector Vial fue un enamorado de la Universidad como institución y de su Universidad Católica de Chile en particular. Cultivó la ciencia durante toda su vida como académico y estuvo preocupado por las políticas científicas del país; estaba convencido de la importancia social de la universidad y estimaba que la sociedad y el Estado debían comprometerse con su desarrollo, por el bien del país en su conjunto; vivía pensando en los desafíos del futuro de la UC, pero sobre los sólidos fundamentos de su historia y tradición. Como humanista convencido, sabía que la universidad era un edificio cuyos ladrillos más importantes eran sus profesores y estudiantes. Creía en Dios y en Él confiaba su tránsito por este mundo, su vocación personal y profesional, su amor matrimonial, su trabajo y la esperanza en la vida eterna.
En 1990, en una charla a alumnos de la Facultad de Ingeniería, el rector Vial expresó que lo primero que debía esperarse de un universitario -sea profesor o alumno- era “el amor por su formación intelectual”, “el amor por entender y saber”, lo que también se ha denominado “el amor por la verdad”. Aunque eso podría parecer obvio, advertía sobre ciertas desviaciones que claramente podían desnaturalizar el camino de los universitarios: el “amor por el prestigio” de los académicos o por “variadas formas de éxito” en el caso de los estudiantes. Por ello recordaba que esa definición primordial siempre debía estar a la cabeza de un proyecto universitario, en tanto cualquier motivación secundaria debía tener su preciso lugar.
En el contexto de la Reforma Universitaria, me parece que una de las reflexiones más brillantes sobre la realidad institucional y la misión de la Universidad la expresó precisamente el profesor Juan de Dios Vial, en una carta al presidente de FEUC, Rafael Echeverría. Era 1968, un momento de cambios estructurales, de discusiones sobre el “para qué” de la institución y de acusaciones de deserciones, traiciones e incomprensiones, Vial se refirió a la queja estudiantil sobre la “deformación profesionalizante de la Universidad”, que el profesor consideraba una de las “perversiones” del espíritu universitario, “por el cual el fruto útil se sustituye a la planta que da vida, los sarmientos a la vid”. Esto lo llevó a pedir los beneficios de la enseñanza científica para aquellas facultades que se encontraban más postergadas, a advertir “el peligro del subdesarrollo de la Filosofía y las humanidades” o simplemente a solicitar que la Universidad fuera dirigida por universitarios.
En cuanto a la investigación científica, en 1982 planteó ciertas condiciones básicas para su éxito: la estabilidad, el respeto a la iniciativa del investigador, la participación y responsabilidad de los científicos y la cobertura nacional. Todos esos aspectos “conforman un todo orgánico de cuya implementación puede esperarse, una elevación de la calidad de nuestro esfuerzo científico; su distribución pareja a lo largo del país; un mejor aprovechamiento de los recursos disponibles, y una relación más realista y efectiva de nuestra ciencia con las grandes necesidades sociales del país” (en “Política científica: una puerta hacia el progreso”, revista Realidad, n° 40, septiembre de 1982). En parte, sería una especie de programa que guiaría sus años a la cabeza de su ya centenaria institución de enseñanza superior.
Sobre la relación entre la Universidad y la sociedad, el rector Juan de Dios Vial Correa rechazaba dos extremos que consideraba perniciosos. Uno era suponer una universidad separada de la sociedad, despreocupada por los problemas de su tiempo histórico y contexto nacional; el otro era el de una “universidad subordinada a las necesidades cotidianas de la sociedad”, porque significaría simplemente su desaparición como institución. Así lo expresó en su primera reunión con los medios de comunicación, el 22 de abril de 1985, tras asumir como rector, agregando que las universidades no eran torres de marfil, sino organismos vivos.
La Universidad Católica fue, durante su rectorado, una “universidad compleja”, según la fórmula que él mismo acuñó para designar a aquellas instituciones -dentro de la gran diversidad nacional- que realizaban tareas de investigación, docencia, transmisión de la cultura y otras que las ubicaban en una situación de mayor responsabilidad en el plano nacional. Paralelamente, consideraba que existía un mandato institucional que representaba una responsabilidad y fijaba un camino, bien resumido por la constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae (1991): “Nacida del corazón de la Iglesia, la Universidad Católica se inserta en el curso de la tradición que se remonta al origen mismo de la Universidad como institución”. Esa había sido precisamente la realidad de su casa de estudios, nacida en 1888 desde el corazón de la Iglesia y que había comenzado sus clases al año siguiente.
Cuando la institución cumplió 90 años, y todavía siendo solamente profesor de la UC, Juan de Dios Vial dictó una conferencia magistral, reproducida con el título “La Universidad Católica ha sido foco de un vasto movimiento espiritual” (El Mercurio, 10 de junio de 1978). En la ocasión recordó que la Universidad era una obra de la Iglesia Católica, comprometida con la realidad del país y convencida del valor de la enseñanza libre. En su trayectoria no solo había entregado formación profesional, sino que también había desarrollado tareas de investigación al alcanzar la madurez. Numerosas personas y grupos salidos de las aulas y patios de la institución se habían vinculado al desarrollo político, económico y social de Chile a lo largo de los años.
Se podrían decir muchas cosas sobre el rector Vial: su persona, su ejemplo, sus enseñanzas y su amor por la ciencia. Numerosos discípulos deben a él parte de su vocación y su vida dedicada a la investigación, a la medicina, a la administración universitaria o a la formación de jóvenes. Su pensamiento está condensado parcialmente en una obra que tuve el gusto de editar: Juan de Dios Vial Correa. Pasión por la Universidad (Santiago, Ediciones UC, 2018), que contiene numerosos artículos, discursos y entrevistas del recordado rector. Ahí aparece un discurso maravilloso, titulado “El don de la felicidad”, que pronunció con ocasión de recibir el Doctorado Scientiae et Honoris Causa, por la Pontificia Universidad Católica de Chile, el 1 de diciembre de 2003. En esa ocasión expresó: “Por mucho que el mundo haya cambiado, estoy convencido de que, si la más compleja de las universidades de hoy no quiere anularse y destruirse, ella debe dejarse empapar por el convencimiento de que el saber, el conocimiento, la verdad, son los mayores de sus bienes, el más genuino de sus tesoros”. Lo decía quien había encontrado en la ciencia, el estudio y el saber su propia “ventana a la felicidad”.