Una novedad del proceso electoral actual es que por primera vez desde la Unidad Popular en 1970 la izquierda emerge con una candidatura competitiva y una coalición de marcado espíritu transformador.
El 21 de noviembre se celebrarán las octavas elecciones presidenciales desde 1989. Las primeras permitieron la llegada de Patricio Aylwin a La Moneda (1990), luego asumió Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994), Ricardo Lagos (2000), Michelle Bachelet (2006) y Sebastián Piñera (2010). Como sabemos, estos dos últimos regresaron a “la casa donde tanto se sufre”, pero donde muchos trabajan por regresar: Bachelet en 2014 y Piñera en 2018.
En comparación con la democracia que existió hasta 1973, han existido muchos cambios y novedades, que se aprecian en el ámbito constitucional, en los partidos políticos, en la formación de coaliciones y en la irrupción de nuevos liderazgos. De esta manera, hemos visto que los “tres tercios” de los que se habló en algún momento evolucionaron hacia dos grandes fuerzas políticas: una mayoritaria, de centroizquierda, y una minoritaria pero influyente y con capacidad para llegar a gobernar, de centroderecha. También se han verificado otras novedades históricas dignas de ser mencionadas.
Un primer aspecto que destaca en materia presidencial es la democratización electoral. En los hechos, todos los gobernantes desde 1990 en adelante han sido elegidos con la mayoría absoluta de los votos válidamente emitidos, lo que no ocurría antes de 1973: de los últimos cinco presidentes bajo la Constitución de 1925, cuatro de ellos –Gabriel González Videla, Carlos Ibáñez del Campo, Jorge Alessandri y Salvador Allende– llegaron a La Moneda con menos de la mitad de los votos, incluso los dos últimos obtuvieron bajo el 40% en sus respectivas elecciones. La nueva norma establecida en la Constitución de 1980 y que mantiene la de 2005 tiene un claro sello democratizador y otorga mayor legitimidad a los gobernantes a la hora de asumir sus tareas.
Otro factor novedoso es que en las últimas décadas ha existido una presencia permanente de las mujeres en los procesos electorales de carácter presidencial. Todo comenzó en 1999, cuando postularon Gladys Marín y Sara Larraín, si bien ambas obtuvieron votaciones bajas. Sin embargo, en la elección siguiente Michelle Bachelet llegó a La Moneda, y se repitió el plato el 2013, que además tuvo una inédita segunda vuelta con Evelyn Matthei (en esos comicios también participó Roxana Miranda). En 2017 compitieron Beatriz Sánchez (Frente Amplio) y Carolina Goic (DC), si bien ninguna de ellas pasó a la segunda vuelta. Este 2021 habrá solo una mujer en el voto: Yasna Provoste, democratacristiana, que lidera la lista de la ex Concertación.
Durante casi tres décadas han existido dos grandes coaliciones de gobierno. La primera y más exitosa fue la Concertación de Partidos por la Democracia, que tuvo cuatro gobiernos consecutivos, entre 1990 y 2010; la segunda ha sido la centroderecha, en su momento denominada Coalición por el Cambio (2009) o Chile Vamos (2017). En 2013 la Concertación se amplió al Partido Comunista, en una nueva agrupación que se denominó Nueva Mayoría, que gobernó cuatro años, en el gobierno más transformador desde el regreso a la democracia, pero que no logró dar continuidad a su proyecto.
Otro factor interesante es que las primarias se han ido consolidando como mecanismo de selección de candidaturas presidenciales, si bien no todos los postulantes y partidos han seguido esta fórmula. El sistema comenzó tímidamente en 1993, entre Eduardo Frei y Ricardo Lagos, siguió en 1999 entre el propio Lagos y Andrés Zaldívar, pero no logró desarrollarse en forma en 2005 y 2009 en la propia Concertación. Desde el 2013 es un mecanismo legal, pero no siempre ha funcionado de la manera que corresponde. Ese año, las primarias de la Alianza las ganó Pablo Longueira sobre Andrés Allamand, pero el primero se retiró por razones de salud y en vez de asumir Allamand la candidatura –como parecía corresponder– irrumpió Evelyn Matthei, en una clara fórmula partidista tradicional. Algo similar ocurrió este 2021, cuando la candidata Ximena Rincón venció en las primarias DC, pero fue “bajada”, asumiendo Yasna Provoste, quien finalmente triunfó en la consulta ciudadana de Unidad Constituyente, sobre Paula Narváez (PS) y Carlos Maldonado (PR). En cualquier caso, parece evidente que el mecanismo llegó para quedarse, como muestra el sólido liderazgo de Gabriel Boric y Sebastián Sichel, consolidado tras unas primarias competitivas y con gran participación popular en sus respectivas coaliciones.
Hay otros aspectos, en cambio, que tienen una larga tradición en Chile, como los candidatos que se repiten en diferentes elecciones: Salvador Allende postuló cuatro veces a la primera magistratura, Eduardo Frei participó en dos elecciones, al igual que Jorge Alessandri; ciertamente hubo otros casos. Desde 1989 muchos nombres se han repetido en las sucesivas elecciones. Joaquín Lavín (1999 y 2005) y Sebastián Piñera (2005, 2009 y 2017) en la centroderecha; Marco Enríquez-Ominami en la izquierda, con cuatro candidaturas sucesivas, lo que hizo Allende entre 1952 y 1970; Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1993 y 2009) y Michelle Bachelet (2005 y 2013) en la Concertación/Nueva Mayoría; Franco Parisi (2013 y 2021) y Eduardo Artés (2017 y 2021).
Desde 1989, Eduardo Frei ha sido el candidato que más votos ha obtenido en una elección: más de 4 millones de votos en la primera vuelta en 1993. Ni siquiera en las segundas vueltas ha sido superado, muestra del liderazgo que ostentaba el candidato DC en esos tiempos, así como de la disminución en la participación electoral en los comicios siguientes. En términos porcentuales, la mayor diferencia la muestra Bachelet el 2013, cuando obtuvo el 62,17% en segunda vuelta. No deja de llamar la atención que en diversas elecciones han existido candidatos que no han logrado superar el 1% de los votos: Arturo Frei, Sara Larraín y Tomás Hirsch en 1999; Tomás Jocelyn-Holt y Ricardo Israel en 2013; Eduardo Artés y Alejandro Navarro en 2017.
¿Qué novedades presenta este 2021? Aunque el tema requiere un análisis más largo, se pueden mencionar algunas ideas preliminares. La primera es el evidente cambio generacional que se producirá en el país, considerando la edad de quienes aparecen mejor posicionados en las encuestas: Gabriel Boric (35 años) y Sebastián Sichel (44 años). La centroderecha lleva dos candidatos presidenciales, Sichel y José Antonio Kast, lo que no es una novedad: en alguna medida fue lo que ocurrió en 1989 (Hernán Büchi y Francisco Javier Errázuriz), y claramente en 1993 (Arturo Alessandri Besa y José Piñera) y 2005 (Piñera y Lavín). En esta ocasión van dos listas parlamentarias –Chile Podemos + y Republicanos–, al igual que en 1989 y a diferencia de 1993, 2005 y 2017, cuando hubo dos candidaturas presidenciales pero con unidad en la elección parlamentaria. La izquierda y la centroizquierda también tienen sus propios procesos de subdivisiones, aunque habrá que ver si eso tiene efectos, como perjudicar al propio sector para un eventual paso a la segunda vuelta o bien se repite la tendencia de proliferación de candidaturas, pero muchas de ellas con pocos votos. Esto viene acompañado de los cambios legales que permitirán una mayor renovación en el Congreso Nacional. Otro tema es la decadencia política y electoral de la ex Concertación, que aparece en esta ocasión, por primera vez, como la tercera fuerza política del país, y no una de las dos primeras, lo que podría dejar a su candidata Yasna Provoste fuera de una eventual segunda vuelta.
La segunda novedad es que por primera vez desde la Unidad Popular en 1970, la izquierda emerge con una candidatura competitiva y una coalición de marcado espíritu transformador, liderado en esta ocasión por Gabriel Boric, en una alianza conformada principalmente por el Frente Amplio y el Partido Comunista. El propio Boric se encargó de refrendar muchos símbolos allendistas en sus discursos de campaña y en la noche de la victoria en las primarias.
En cualquier caso, todo esto ya forma parte de las posibilidades futuras y no de la historia, que ha ido sucediendo de manera interesante y novedosa en las últimas tres décadas.
Alejandro San Francisco
Director de Formación IRP