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OPINIÓN

Gabriel Valdés, a diez años de su muerte

Gabriel Valdés, trayectoria y liderazgo

Gabriel Valdés Subercaseaux fue uno de los máximos líderes de la Democracia Cristiana en toda su historia. Nacido el 3 de julio de 1919, tuvo una destacada carrera política y diplomática. Retirado de las actividades públicas, falleció el 7 de septiembre de 2011, hace exactamente diez años.

Recibió una muy buena formación intelectual y cultural junto a sus hermanos, tanto de parte de su familia como de “Madmoiselle Nols”, institutriz belga que les enseñó a hablar y a leer en francés. Desde muy pequeño también realizó sus primeros viajes a la Europa de entreguerras, que también contribuyó a acrecentar sus conocimientos del mundo, que tan importantes le serían en su futura carrera. La enseñanza de Humanidades la hizo en el Colegio San Ignacio, de Alonso de Ovalle, donde tuvo posibilidad de conocer al Padre Alberto Hurtado, “la persona más seductora que he visto en mi vida... jovial, fuerte, alegre”. Para entonces, el castellano de Valdés tenía “enormes defectos”, en tanto “el idioma italiano me era natural”, como manifiesta en Sueños y memorias (Santiago, Taurus, 2009), un libro autobiográfico clave para aproximarse a su figura, que tiene en la portada una imagen de Valdés pintada por Guayasamín. A esta obra puede añadirse el trabajo de Elizabeth Subercaseaux, Gabriel Valdés. Señales de historia (Santiago, Aguilar, 1998), preparado sobre la base de entrevistas al político.

Si bien era levemente más joven que los fundadores de la Falange Nacional, Valdés tuvo un contacto temprano con algunos de sus líderes, como Bernardo Leighton, compañero de curso de su hermano mayor en el colegio San Ignacio. También conoció a Eduardo Frei Montalva y a Radomiro Tomic, con quienes prontamente cultivó una amistad. También asumió algunas responsabilidades locales en la incipiente colectividad, separada definitivamente del Partido Conservador en 1938. En la discusión sobre el origen del nombre escogido para la nueva organización, Valdés aporta una interesante reflexión –contra otras interpretaciones del tema– en una entrevista a la historiadora Patricia Arancibia: la denominación “vino más bien de España, de la guerra civil, de la Falange española. El nombre viene de ahí y de José Antonio Primo de Rivera, cuyos libros todos leíamos”. Lo consideraba un “orador brillante”, que había emocionado mucho a la juventud de su tiempo (en Cita con la historia, Santiago, Editorial Biblioteca Americana/ARTV, 2006).

Gabriel Valdés estudió Derecho en la Universidad Católica de Chile. Ahí destacó la presencia de profesores como el historiador Jaime Eyzaguirre, a Roberto Peragallo; Eduardo Frei, de Derecho del Trabajo, “maestro en doctrina y elocuencia”; Guillermo Carey Bustamante, Pedro Jesús Rodríguez y Lorenzo de la Maza. En esos años también participó en el Centro de Alumnos de la Facultad y en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos. Posteriormente trabajó en la Compañía de Acero del Pacífico y obtuvo una beca en Francia, para estudiar Derecho Económico y Ciencias Políticas, y posteriormente fue profesor en la UC. Sin embargo, no cabe duda que su vocación e interés principal radicaba en la política práctica.

De esta manera, se comprometió activamente en la candidatura presidencial de Eduardo Frei Montalva en 1964, que resultó victoriosa. Su nombre “sonaba” para embajador en los Estados Unidos y para ministro del Trabajo, aunque finalmente fue designado como ministro de Relaciones Exteriores. La sugerencia provino de Renán Fuentealba, entonces presidente del Partido Demócrata Cristiano. Le sugirió a Frei que era la persona indicada para el puesto: “ha participado en el programa, está metido en todos los programas, fue tu representante en Estados Unidos para que hablara con todos los ministros norteamericanos sobre la chilenización del cobre, es un tipo que habla el inglés, habla el francés, italiano”. Y a esto se sumaba que era del PDC y con excelentes relaciones en el exterior (entrevista a Renán Fuentealba, La Serena, 3 de diciembre de 2014).

El proyecto de la Revolución en Libertad se presentaba como una gran alternativa política en el Tercer Mundo, capaz de enfrentar a las revoluciones marxistas y de evitar las dictaduras militares. Valdés tenía una gran confianza en sí mismo para encabezar la cartera de Relaciones Exteriores, y su discurso era más radical que el de Frei, en un contexto de Guerra Fría y de una compleja contradicción entre países desarrollados y subdesarrollados. El canciller presentó la visión de la política internacional del gobierno en un elocuente discurso ante el Senado. En la oportunidad destacó algunos conceptos que reflejaban su visión de América Latina y Chile en el concierto mundial: “Contra este mundo, que podríamos llamar el de los satisfechos, se levanta la conciencia del mundo del subdesarrollo… El centro del debate político se ha desplazado, pues, al mundo del subdesarrollo, pero con una originalidad y una visión autónoma que rápidamente se cristaliza”. Por lo mismo, puntualizaba que “la tarea de la Democracia Cristiana en América Latina es muy distinta de la que realiza la Democracia Cristiana en Europa” (ver Sesión 15ª, 6 de enero de 1965). El discurso dio lugar a un debate, que mostraba las contradicciones políticas del momento.

Las relaciones exteriores de la Democracia Cristiana en el poder, y la gestión del ministro Valdés, la hemos narrado ampliamente en el tomo 3 de la Historia de Chile 1960-2010. Las revoluciones en marcha (Santiago, Universidad San Sebastián/CEUSS, 2018, Alejandro San Francisco, dirección general, José Manuel Castro, Milton Cortés, Myriam Duchens, Gonzalo Larios, Ángel Soto). Tuvo momentos de extraordinario lucimiento y reconocimiento internacional, como los viajes del presidente Eduardo Frei a Europa, sin duda un momento estelar del gobierno, con visitas a Italia, Alemania, Gran Bretaña, Francia y el Vaticano. Frei fue reconocido como una figura de talla internacional y tuvo un regreso triunfal al país el 23 de julio de 1965, con un recorrido hasta La Moneda “bajo arcos de triunfo, letreros de bienvenido, una lluvia incesante de flores, papel picado y serpentinas y un clima general de fiesta popular” (El Mercurio, “Homenaje popular”, 25 de julio de 1965). En enero de 1967 se produjo el que debe haber sido el suceso más doloroso de su gestión, cuando el propio Senado rechazó la visita del presidente Frei a Estados Unidos, generando una gran desilusión en el gobierno y una lucha política que se mantendría durante muchos meses. En otro plano, Valdés sería un gran promotor de la integración latinoamericana, y participó en diferentes foros, discusiones y congresos en los que expuso su visión favorable a tener principios, intereses y objetivos comunes, ideas que quedaron registrados en su libro Conciencia latinoamericana y realidad internacional (Santiago, Editorial del Pacífico, 1970).

En 1970 el gobierno de Frei concluyó de una manera ambivalente. El Presidente de la República se retiró con gran reconocimiento y respaldo, pero le entregaba el mando a Salvador Allende, uno de sus más destacados opositores. Las reuniones que tuvieron ambos después del 4 de septiembre denotan un distanciamiento entre dos antiguos senadores, incluso amigos, en un momento de gran polarización política: Gabriel Valdés narra una reunión que él mismo gestionó, a petición del líder socialista. Valdés tomó notas de la entrevista, en la que Frei, “triste, contrariado y emocionado”, expresó sin ambigüedades su convicción de que el gobierno de Allende “terminaría en una catástrofe”. El resto es historia conocida.

La Alianza Democrática y la lucha contra Pinochet

Después de 1970, Gabriel Valdés vivió 10 años en Nueva York, donde ejerció como subsecretario general de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Por lo mismo, estuvo alejado de la política contingente, si bien su nombre siguió circulando como figura relevante en la escena nacional. No faltaron quienes pensaron que sería el propio Valdés quien asumiría la Presidencia de la República tras el 11 de septiembre de 1973, noticia que el implicado rechazó, como “absolutamente ridícula”.

De hecho, la posición Valdés se distanciaba de la que en ese momento adoptaron figuras como Eduardo Frei y Patricio Aylwin, quienes “apoyaron” o “explicaron” el 11 de septiembre. Por el contrario, el ahora funcionario internacional era parte de la izquierda de la Democracia Cristiana, que tenía una postura similar al “Grupo de los 13” –que había condenado el Golpe de Estado y el derrocamiento del presidente Allende– y desde su posición en Nueva York y la participación en diversos foros internacionales pudo llevar el caso chileno a muchos lugares. Como resume un estudio reciente, “la amplitud de las actividades y contactos del excanciller constituyó un elemento decisivo para acreditar, a nivel internacional, las posiciones del sector disidente del PDC en relación a un entendimiento con la izquierda y, en cierta medida, sirvió para consolidar el liderazgo del mismo Valdés al interior de él” (en Olga Ulianova, Alessandro Santoni, Raffaele Nocera, Un protagonismo recobrado: la Democracia Cristiana chilena y sus vínculos internacionales 1973-1990, Santiago, Ariadna Ediciones, 2021). Incluso, en carta de 25 de septiembre de 1973, Valdés había expresado con dureza al DC italiano Amintore Fanfani: “El partido, cada vez con mayores dificultades, tendrá que explicar su aprobación del golpe de Estado” (citada en Raffaele Nocera, Acuerdos y desacuerdos. La DC italiana y el PDC chileno: 1962-1973, Santiago, Fondo de Cultura Económia, 2015).

En 1982, en torno a la muerte de Eduardo Frei Montalva, Valdés recuerda que decidió regresar a Chile. El objetivo era organizar a la oposición –de manera amplia y unitaria– para enfrentar al régimen de Pinochet, que comenzaba a vivir una nueva etapa, con la Constitución de 1980 recién entrada en vigencia. Sin perjuicio de ello, el año anterior había aparecido una entrevista en revista Hoy, N° 181 (7-13 de enero de 1981), titulada “Tareas para la casa”, que anunciaba su regreso definitivo a Chile, “a su departamento santiaguino frente al Parque Forestal”. Durante mucho tiempo se pensó que Valdés sería la mejor persona para encabezar el gobierno de Chile después del término del régimen militar. Fue Presidente del Partido Demócrata Cristiano entre 1982 y 1987, años en que lideró la Alianza Democrática, el principal conglomerado de la oposición a Pinochet, que integraba también a los socialistas y a otros grupos. En esos años recorrió el país, en un progresivo proceso de apertura política, que comenzó bajo el ministerio del Interior de Sergio Onofre Jarpa. Valdés estaba convencido de que el ministro “buscaba un acuerdo político” –lo consideraba un “hombre nacionalista, patriota y demócrata”–, tras reunirse en su casa a instancias del cardenal Juan Francisco Fresno.

La trayectoria de ese proyecto opositor aparece narrada por Eugenio Ortega Frei en Historia de una alianza (Santiago, CED/CESOC, 1992). Ahí aparece el acto del Círculo Español, del 6 de agosto de 1983, en el que hablaron Eduardo Arriagada, presidente del Colegio de Ingenieros, y Fernando Castillo Velasco, exrector de la Universidad Católica de Chile. En esa oportunidad también habló Gabriel Valdés, con un largo discurso titulado “Ahora es cuando”, en que reiteraba la autocrítica por el quiebre institucional de 1973, debido en parte a la incapacidad de las corrientes políticas de centro e izquierda “para llegar a acuerdos y compromisos políticos más allá de las diferencias ideológicas, para defender y profundizar la democracia”. Por lo mismo comunicaba la constitución de la Alianza Democrática, entre la Derecha Democrática Republicana, la Social Democracia, el Partido Radical, el Socialista y el Demócrata Cristiano. Estimaba necesario presentar las bases para un gran acuerdo nacional, que permitiera el tránsito pronto a la democracia.

El texto aparece reproducido en un libro clave para conocer el pensamiento político de Gabriel Valdés: Por la libertad. Discursos y entrevistas 1982-1986 (Santiago, CESOC, 1986). La obra incluye textos sobre el PDC y la Alianza, así como algunos documentos relevantes de la época. Fueron años en que comenzó a reconfigurarse el mapa político nacional en los distintos sectores y además los principales dirigentes recorrieron Chile de norte a sur, para reunirse con sus partidarios y preparar la democracia que llegaría tarde o temprano al país. El propio Valdés fue uno de los hombres que recorrió el país y mantuvo reuniones en teatros, estadios y hoteles, anunciando que en el futuro las reuniones serían en las plazas, al aire libre, en plena libertad. En el Teatro Municipal de La Serena, ironizó por la duración del régimen militar, apelando a la historia: “Prieto, Bulnes, Montt, Pérez: Diez años cada uno, ¡pero nunca trece!”

Como sabemos, esos años tuvieron momentos de dulce y de agraz, según recordaría el propio dirigente. Existía una épica política marcada por la idea fundamental del retorno a la democracia, expresada en una alianza partidista amplia e inédita, destinada a durar largo tiempo; la participación social fue creciente durante la década, en forma de protestas y en las elecciones en los cuerpos intermedios de la sociedad. Como contrapartida, su propuesta de retorno a la democracia no fue acogida, sino que rigió el itinerario establecido originalmente en la Constitución; además, el propio Valdés estuvo preso en un par de ocasiones.

Uno de sus momentos triunfales se produjo el 21 de noviembre de 1985, cuando fue el orador único en el acto opositor en el Parque O’Higgins, con una asistencia multitudinaria cuya cantidad exacta llevó a muchas discusiones. En la ocasión denunció la existencia de una crisis moral, económica y cultural en el país, a la vez que exigía el restablecimiento de la democracia. Por el lugar y el contenido de sus palabras, tenía algo del famoso discurso de la Patria Joven, de Eduardo Frei Montalva, en su campaña presidencial de 1964.

Para entonces, Gabriel Valdés emergía como el principal líder de la oposición a Pinochet y muchos lo sindicaban como la figura propicia para asumir la primera candidatura presidencial de la oposición en cuanto hubiera elecciones abiertas en Chile. Sin embargo, la veleidosa historia tendría preparada algunas novedades, y en 1987 Patricio Aylwin asumió como Presidente de la Democracia Cristiana y, con ello, pasó a liderar la oposición, que comenzaría a llamarse Concertación de Partidos por el No en 1988 y Concertación de Partidos por la Democracia al año siguiente.

En 1989 existió la posibilidad de ser candidato presidencial, como le solicitaron amigos y correligionarios, pero el intento resultó frustrado en las internas de la DC, donde se impuso Patricio Aylwin, con quien había tenido históricas diferencias. Adicionalmente, era claro que Valdés era una figura más “tragable” para la izquierda, por cuanto no había apoyado “el 11”, como muchos pensaban que lo había hecho Aylwin. Su derrota es tratada escuetamente en Sueños y memorias, porque considera que “mostró un estilo político que marcaría un punto de quiebre en el deterioro de mi partido”. Sin embargo, aprovecha de dar algunos detalles del llamado “Carmengate”, como la “manipulación del padrón electoral”, “direcciones falsas” y “movimientos extraños” en la sede partidista. A pesar de “la batahola” que se armó en la Junta Nacional, finalmente Valdés proclamó a Aylwin, a instancias de Radomiro Tomic, “a quien todos respetábamos”. Luego se retiró a su casa “con pesadumbre” y empezó a “vivir de nuevo”. Nunca sería Presidente de Chile, el hombre que aparecía con más posibilidades durante gran parte de la década de 1980. Quizá le faltó decisión, o ambición, tal vez ambas cosas.

Presidente del Senado. Chile en democracia

En 1989 Gabriel Valdés fue elegido senador por la Circunscripción XVI, correspondiente a Los Lagos norte. En esa ocasión obtuvo la primera mayoría, con 102.784 votos, que correspondían al 41,9%. La Cámara Alta tenía una composición doble: 38 senadores elegidos, de acuerdo a un sistema binominal, con dos por cada una de las 19 circunscripciones establecidas; a ellos se sumaban nueve senadores institucionales (o designados), de acuerdo a la fórmula establecida en la Constitución de 1980.

La llegada de Valdés a la Presidencia del Senado –que ejerció hasta 1995– fue una curiosidad histórica, impensable solamente algunos meses atrás. El senador de la UDI Jaime Guzmán, elegido por la Región Metropolitana Poniente, conversó con Valdés, para proponerle que fuera el candidato a presidir la Cámara Alta. La apuesta resultó exitosa y el DC fue elegido: por lo mismo, en la famosa foto del cambio de mando aparece el general Augusto Pinochet entregando el mando a Patricio Aylwin, y fue Valdés a quien le correspondió imponer la banda a su correligionario.

Valdés recordaría a Guzmán con gratitud, tras el asesinato del senador el 1 de abril de 1991. En un seminario organizado por la FEUC en 1995 –que presidía entonces el gremialista Álvaro Cruzat–, el presidente del Senado recordó emocionado: “Jaime fue sobre todo transparente. Su físico no era dominante, su personalidad no era grandiosa. Gruesos lentes ocultaban sus ojos brillantes. Su personalidad sí era transparente, inteligente y buena. Había en él una gran bondad, que emanaba de su rectitud y espiritualidad. En un momento histórico de encuentro su presencia fue esencial; en un momento de decaimiento de la política su ausencia es, históricamente, lamentable. Jaime nos dejó un ejemplo: creo que en este proceso de reconstruir instituciones el ejemplo de Jaime, su imagen, su pensamiento, no serán nunca olvidados”.

Era otra época, sin duda, sobre la cual Valdés tenía interpretaciones ambivalentes. En Sueños y memorias sostiene –casi con nostalgia– la calidad del Senado en la década de 1960, cuando asistía al foro en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores. Lo recordaba como “un lugar grato”, donde los parlamentarios discutían “con altura, dignidad y respeto”, todo ello muy distinto a lo que le tocó vivir después de 1990, cuando la Cámara Alta había dejado de ser el principal foro de la política chilena.

Con todo, fue reelegido en 1997, nuevamente con la primera mayoría en la circunscripción: 93.375 votos, algo menos que en la elección anterior, pero con el 43,18%, una proporción mayor que en su primera elección. Quizá lo más original de esos años fueron sus encuentros con el general Augusto Pinochet, quien había dejado La Moneda, pero seguía como Comandante en Jefe del Ejército. La primera vez que se vieron, según cuenta el propio Valdés, se produjo cuando invitó a los comandantes en jefe a almorzar, con la condición de que no asistiera Pinochet: el general llegó y lo incorporaron a la recepción, cuyo objetivo era reconstruir las relaciones entre las instituciones. Después se vieron en 1991 en la Parada Militar, cuando Valdés se sentó entre Pinochet y Aylwin. La tercera ocasión fue después de la Parada, ocasión en que le dijo “Dictador”, porque el uniformado había llamado comunistas a unos periodistas. Se volvieron a ver en otras ocasiones, pocas.

Finalmente, recordaba Valdés en Sueños y memorias, su paso por el Senado había contribuido al reencuentro entre los chilenos. “Cooperé con el espíritu democrático y la tolerancia”, y estaba orgulloso de haber representado a Valdivia y Osorno en el Senado, así como también de haber sido presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta, lo cual lo llevó a representar a la democracia chilena en diversos viajes: “en todo el mundo encontré una gran admiración por lo que habíamos logrado”, señala casi con nostalgia en una de las páginas finales de su autobiografía.

Como sabemos, falleció el 7 de septiembre de 2011, año de grandes manifestaciones estudiantiles, que anunciaban el fin de una época, en la que Gabriel Valdés había sido una figura crucial.


Alejandro San Francisco

Director de Formación IRP