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OPINIÓN

Nicaragua y el caso de Sergio Ramírez

En Nicaragua, la dictadura de Daniel Ortega ha tenido un año particularmente violento y represivo, lo que está asociado tanto a la naturaleza del régimen como al proceso electoral que vive el país.

Las elecciones periódicas son consustanciales a la democracia, pero no son la democracia. Como muestra el caso nicaragüense, es necesario mucho más: contar con libertades políticas, separación efectiva de poderes y control de la actividad del gobernante de turno, la existencia efectiva de prensa libre, competencia y pluralismo políticos, alternancia en el ejercicio de las funciones de gobierno. Son estas y otras características las que permiten afirmar que en una sociedad, efectivamente, existe un régimen democrático y no una parodia, un sistema político que funciona en forma regular y no una farsa, una sociedad donde predominan las libertades y no la opresión.

Nicaragua no cumple con lo anterior; si bien el gobierno convocó a elecciones, en paralelo apresa y maltrata a sus opositores políticos. En la práctica, el país vive una fórmula análoga en algunos aspectos a la que sufrió en la década de 1980, cuando se instauró el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que dirigía el propio Daniel Ortega, y uno de cuyos líderes principales era Sergio Ramírez. Este último, producida la transición a la democracia, se distanció del comandante y decidió dedicarse a su pasión, la literatura, convirtiéndose en un reconocido escritor. Sin ir más lejos, uno de sus libros más apasionantes y atractivos es Adiós muchachos (Barcelona, Alfaguara, 2007 [Primera edición 1999]), que se refiere a la experiencia sandinista de aquellos años.

Ya en la primera década del siglo XXI Ramírez advirtió lo que significaba el potencial regreso del autoritarismo y la falta de libertades a Nicaragua, de mano del mismo Daniel Ortega. Si bien en un contexto diferente al de los últimos años de la Guerra Fría, se mantenía la misma pasión de poder que lo había caracterizado entonces. “Vamos a perder el poder”, le dijo Ortega a Ramírez la noche de las elecciones que dieron la victoria a Violeta Chamorro. “Era como si por primera vez pudiera recapacitar sobre las consecuencias de la derrota electoral”, pensó entonces el escritor. No obstante, en una reflexión posterior, en las páginas finales de Adiós muchachos, sostendría que “solo fue un momento de duda, dentro de su determinación obsesiva por conservar un poder que, en el fondo, y de acuerdo con un antiguo esquema, no consideraba en verdad perdido”.

Es posible decir que los años siguientes fueron de preparación para regresar al gobierno de Nicaragua, lo que Daniel Ortega logró en 2007. Desde entonces hasta hoy ha permanecido en la cúspide del poder, como Presidente del país. Lo que podría haber sido una mera alternancia en el mando, se transformó con el paso del tiempo en una verdadera consolidación de un poder dictatorial y sin vuelta atrás, al menos hasta el presente. Ortega sigue a la cabeza del sandinismo y este 2021 tiene prácticamente asegurada su “reelección”, en un contexto político de persecución de los adversarios y de las alternativas presidenciales, que ha sido denunciado por la comunidad internacional.

En ese marco se inscribe la persecución desatada contra el escritor Sergio Ramírez, quien el próximo año cumplirá 80 años, y que se ha convertido en una verdadera piedra en el zapato para Ortega. Hace poco presentó en Madrid su último libro, Tongolele no sabía bailar (Alfaguara, 2021), obra que ha sido prohibida en Nicaragua, donde además se ha ordenado la detención de Ramírez, por “realizar actos que fomentan o incitan al odio y la violencia”, fórmula habitual que utilizan las dictaduras para prohibir la libre expresión y aplastar la diversidad intelectual, cultural y política. Adicionalmente, la fiscalía del país centroamericano acusó a Ramírez de “lavado de dinero, bienes y activos; menoscabo a la integridad nacional, y provocación, proposición y conspiración”, por un supuesto desvío de fondos “a personas y organismos que buscaban la desestabilización de la buena marcha del desarrollo económico y social del país”.

En entrevista a BBC Mundo, Ramírez aseguró que él no representa una amenaza contra unas elecciones que ya no existen en la práctica: “Estoy preso por una venganza por ser un escritor. Un escritor que es todo lo contrario a la mediocridad del régimen que representan”. En realidad, las adhesiones a Ramírez se han multiplicado en diferentes países en las últimas semanas, especialmente en el mundo de la cultura. En alguna medida recuerdan esa vieja y decisiva polémica que significó la persecución al poeta cubano Heberto Padilla, y que estalló precisamente en el llamado “caso Padilla”, que marcó un antes y un después en la historia del boom latinoamericano y en la adhesión de los intelectuales a la dictadura de Fidel Castro, que para muchos permanecía hasta entonces inmaculada.

Esta relación entre política y literatura en América Latina, con sus adhesiones y contradicciones, está narrada de manera brillante por Rafael Rojas en La polis literaria. El boom, la Revolución y otras polémicas de la Guerra Fría (Barcelona, Taurus, 2018). El “caso Ramírez” parece representar una expresión tardía del mismo fenómeno y probablemente tendrá un efecto más profundo sobre la dictadura de Nicaragua de lo que hoy es posible prever. Al régimen, por cierto, no le preocupan mayormente las reacciones ni tampoco continuar con la política de persecuciones. Hoy el camino tiene un solo objetivo –conservar el poder– para lo cual se han organizado las actividades políticas y policiales de este crudo 2021 centroamericano. Ya veremos cómo termina esta historia, que sin duda dará origen a nuevos libros y narraciones.