El origen de este tipo de discursos –que ha vuelto a pronunciarse cada 1 de junio– es rendir cuenta al país sobre el estado político y administrativo de la nación, lo cual se realiza ante ambas cámaras del Congreso. Históricamente la ocasión ha servido también para que los gobernantes puedan expresar ciertas ideas, una visión de país y anunciar algunos proyectos específicos. Desde el punto de vista de la contingencia, las evaluaciones suelen tener una tendencia similar, cualquiera sea el gobierno: los partidarios del Ejecutivo felicitan los anuncios y el mensaje presidencial, alaban el estilo y las prioridades, mientras la oposición rechaza el contenido y las promesas, destaca lo que faltó y enfatiza las decepciones. Todo lo anterior forma parte de la naturaleza de los mensajes presidenciales y del clima político del momento.
El caso específico del presidente Gabriel Boric debe considerar algunas cuestiones fundamentales, propias del momento histórico que vive Chile, antes de preocuparse de los detalles de su discurso. Para comenzar, se trata del primer mensaje durante el gobierno del Frente Amplio y el Partido Comunista –con el respaldo de algunos sectores del socialismo democrático–, a poco tiempo de haber comenzado a regir los destinos del país. Por esto mismo, todavía hay muy poco para rendir como cuenta de la acción gubernativa y mucho para proyectar como programa político. El segundo aspecto se refiere al momento que vive actualmente Chile: Boric pronuncia su discurso en el marco de la revolución que se inició el 18 de octubre de 2019 y cuando todavía no se cierra el proceso constituyente, que podría resolverse con el Apruebo o el Rechazo el próximo 4 de septiembre.
En el mensaje hubo algunas señales positivas. Por ejemplo, la preocupación por las 89 mil familias que viven en campamentos en la necesidad de activar la construcción de viviendas, aunque persiste la ambigüedad sobre la propiedad y el “arriendo justo”; la redistribución de carabineros hacia zonas que hoy tienen menos. También hubo promesas propias de la trayectoria personal de Boric, como la idea de condonar las deudas del CAE o las interpretaciones sobre los sucesos de octubre de 2019. Por cierto, no faltaron las precisiones ya hechas en otras oportunidades, como que los fondos ahorrados de pensiones serán propiedad de las personas. Adicionalmente, el gobierno se ha comprometido con una reforma tributaria, que permitirá agrandar el Estado y seguir la tendencia de aumentos impositivos de los últimos gobiernos.
El problema de Gabriel Boric y su coalición ciertamente no es discursivo: me parece que el Presidente es un buen orador, atractivo para sus huestes, tiene poesía y sentido de la historia. El contenido, los énfasis en los cinco ejes y la orientación general del mensaje fortalecieron al gobierno y sus partidarios, con lo que cumple una de las metas fijadas para la ocasión. Sin embargo, la mayor dificultad de la administración izquierdista radica en la realidad, que la mayoría de las veces choca contra las promesas y sueños, precisamente porque es más compleja que redactar un programa o pronunciar un discurso. La clave no está en decir las cosas bien, sino en que los chilenos vivan mejor. Esto debe reflejarse, en primer lugar, en dos ámbitos en los cuales el ejecutivo no ha mostrado especial capacidad: la lucha contra la delincuencia y el progreso de la situación económica.
En el tema de fondo, la realidad entre el 1 de junio y el 4 de septiembre debe entenderse en una sola línea: el gobierno procurará el triunfo del Apruebo en el plebiscito de salida. Precisamente en esa línea debe entenderse el mensaje presidencial del miércoles pasado: se trata de un proyecto de gobierno que se retroalimenta con una nueva carta fundamental para producir una transformación mayor en la política y en el orden económico social de Chile. Juzgar las palabras del gobernante con la lógica propia de los últimos treinta años es no entender el proceso que vive el país: el crecimiento económico, el progreso social o la disminución de la pobreza son temas que hoy parecen de otro país o generación, pero que no son parte del marco conceptual de las nuevas autoridades.
Por lo mismo, no se puede pedir a Gabriel Boric un discurso muy distinto al que pronunció el pasado miércoles 1 de junio. El Presidente de la República tiene una trayectoria en la izquierda chilena, desde hace muchos años promueve un cambio radical en las instituciones del país, se ha manifestado claramente en contra del orden socioeconómico vigente y estima necesario que Chile se convierta en “la tumba del neoliberalismo”. De diferentes maneras las autoridades de gobierno han expresado que una de las claves para el éxito de la actual administración radica en la aprobación de la constitución en el plebiscito del 4 de septiembre, la “batalla de las batallas” en palabras de uno de los líderes de la coalición gobernante. Por ello, no se podía esperar que el presidente Boric diera una importancia especial al tema de la delincuencia (la palabra no aparece en el texto del mensaje), a pesar de ser una de las preocupaciones más relevantes de los chilenos en la actualidad. La pobreza apenas fue mencionada, en circunstancias que ella ha crecido en los últimos años y que todavía sigue siendo un problema central en el camino al desarrollo. El crecimiento económico aparece en potencia y otros temas quedarán para nuevos debates.
El dinamismo de la política hará que el discurso sea olvidado dentro de muy poco, mientras los chilenos seguirán con su vida cotidiana, con sus dificultades y oportunidades. Quedan menos de cien días para el plebiscito decisivo, y se puede decir que –en el caso de la nueva carta fundamental– no se trata simplemente de palabras, sino de un cambio mayúsculo en la vida política nacional.
Alejandro San Francisco,
Director de Formación IRP