Ante la violencia en el Instituto Nacional, ¿quiénes, debiendo actuar, no lo hicieron? ¿Por qué los adultos involucrados guardaron un silencio cómplice frente a estos hechos?
Hace exactamente una semana, se conmemoraba un nuevo aniversario del Instituto Nacional. El colegio más antiguo del país cumplió 209 años. Esta institución ha sido cuna de destacadas personas en Chile, entre ellos, presidentes de la República, premios nacionales, artistas, empresarios, académicos y un amplio etcétera.
Sin embargo, desde hace ya varios años que cuando se habla del Instituto Nacional no es por hechos destacados o historias que vale la pena mencionar. Sino que el factor de la violencia ha dominado completamente la agenda en torno al bicentenario colegio.
Cuando mencionamos esto último, muchas veces se aborda desde la ingenuidad o desde un cálculo político inmediato. Esto lleva a que las autoridades llamadas a hacerse cargo del problema no lo hagan como corresponde y sigamos en este círculo vicioso que tiene al que fue una insignia de la educación estatal por los suelos.
En primer lugar, cabe decir que la violencia ha sido una pendiente resbaladiza. Se partió tolerando y normalizando situaciones violentas de menor índole, y esto cada vez fue aumentando en su intensidad y en su frecuencia.
Primero fueron las tomas. Para que se hiciera una movilización de este tipo, los estudiantes debían votarla. Después se tomaban el colegio y luego pedían una votación que la ratificara. Luego, solamente pedían que la toma la validara la “asamblea de la toma” que eran los estudiantes que asistían a la toma del colegio.
Siguiendo con la pendiente, después de la destrucción de cosas materiales, como el inmobiliario, vinieron los ataques a las personas. Funas, insultos e incluso rociar a una inspectora con bencina, amenazando con prenderla por oponerse a una toma.
Por último, lo que vimos el 2019 y en estos días también. El lanzamiento de bombas molotov al interior del colegio, transformándolo en un lugar incompatible con la enseñanza.
Más que una descripción de los hechos, debiéramos hacer una reflexión más profunda. ¿Por qué no detuvimos esto antes? ¿Quiénes, debiendo actuar, no lo hicieron? ¿Por qué los adultos involucrados guardaron un silencio cómplice frente a estos hechos?
Estas preguntas son difíciles de responder, pero si no lo hacemos difícilmente podremos intentar retomar el rumbo. Un botón de muestra del nivel del problema es cómo la entonces concejal, Irací Hassler, le reprochaba en campaña al entonces alcalde Felipe Alessandri que la violencia en los colegios era por la provocación que constituían las medidas de su administración.
Meses después, con ella en el cargo, los hechos siguen ocurriendo tal como antes, o incluso de peor manera. ¿Se hará cargo de lo que dijo? ¿Dirá que se equivocó en esas declaraciones? Parece fácil incendiar la pradera para intentar gobernar las cenizas. El problema es que esas consecuencias no las paga ni la alcaldesa ni quienes han seguido su camino.
*José Francisco Lagos es Director Ejecutivo Instituto Res Publica.