Por Julio Isamit, exministro y director de Contenidos Instituto Res Publica
El domingo pasado el Rechazo resultó vencedor en las urnas con más de 7,8 millones de votos. Se trata de un triunfo tan categórico, con una brecha ciertamente inesperada, al punto que está resultando demoledor para el gobierno y las coaliciones que lo sustentan, así como difícil de interpretar y gestionar para la oposición.
A pocos días de este resultado, ya tuvimos como consecuencia un confuso cambio de gabinete, junto con análisis e interpretaciones tempranas que ciertamente deben decantar con el pasar de las semanas. Pero, por sobre todo, hemos sido testigos de la respuesta de la extrema izquierda: furibunda, descalificadora, clasista e incapaz de aquilatar lo contundente de la derrota, quedando de manifiesto el nulo análisis de las razones de aquella.
Esa actitud denota la arrogancia de la izquierda, que se cree poseedora de un conocimiento especial que les permite saber mejor que las propias personas y las familias lo que necesitan. Muestra su paternalismo, que supone que los ciudadanos son incapaces de tomar decisiones por ellos mismos y que requieren la guía sabia de otros. También deja en evidencia su mesianismo, que junto con alardear una nueva escala de valores, cree que sus propias obras vienen a redimir a los demás de los males que los atormentan. Estamos en presencia de la versión moderna de aquel despotismo ilustrado que buscaba a toda costa el progreso material de los países, pero sin la participación popular. Se resume efectivamente en el concepto de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
La lógica de clases -que aún impregna el pensamiento de izquierda- los llevó a ilusionarse con que, si los sectores populares de la Región Metropolitana votaban, tenían una posibilidad de imponer ese mal borrador constitucional. Incluso se llegó a afirmar que si los votantes de Lo Espejo se levantaban a votar como lo hacen los de Vitacura, el Apruebo se impondría. El domingo fueron a votar 75.626 vecinos de Lo Espejo y 71.540 de Vitacura, en ambas ganó el Rechazo.
Por eso, todo cambia cuando el pueblo se rebela frente a la propuesta constitucional de la Convención, con su visión utópica, ideologizada y desconectada de la realidad que propusieron grupos radicales. Peor aún, es si lo hace por más de 3 millones de votos de diferencia y en una las elecciones con mayor participación del padrón en la historia de Chile. Ahí fluyen naturalmente la descalificación, el roteo, las burlas, la frustración y, muchas veces, la violencia.
Así vemos como algunos -en un estado de negación- echan la culpa a supuestos fake news o al rol de los medios, como si las personas fueran ignorantes y no supieran distinguir la verdad de la mentira (como si esa capacidad solo la tuvieran cuando votan por ellos). Hemos visto también la ira, tratando de fachos pobres a quienes legítimamente votan diferente a ellos. Han proliferado las burlas, como a los ciudadanos de Petorca por haber rechazado un borrador constitucional que supuestamente les hubiese resuelto la sequía que enfrentan o a una funcionaria municipal de Curanilahue que se lamentaba porque muchos vecinos le escribieran “mendigando” justicia social mientras habían perdido la oportunidad de cambiar la “base de todo”. Lo que no hemos visto, y parece que no veremos, es reflexión profunda y autocrítica.
Peor aún, es presenciar cómo la frustración de algunos deriva en la acción violenta. El mismo día en que el presidente Boric intentaba un cambio de gabinete, cientos de estudiantes se manifestaron violentamente, quizás en un intento de “rodear” ahora el Palacio de gobierno. Estos días hemos visto como supuestos idealistas queman buses, saquean pequeños comercios e interrumpen el Metro. Todo esto bajo la consigna “ante un pueblo sin memoria, estudiantes haciendo historia”.
El domingo el pueblo venció a la “calle”. Votó contra la violencia, contra este tipo de despotismo ilustrado y contra un proyecto refundacional del país. No porque no quisiera cambios, sino porque quiere cambios que partan de lo mejor que hemos construido juntos, en paz y buscando unir a los chilenos hacia un futuro mejor.