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OPINIÓN

Alejandro San Francisco: Desperdicio de talentos en Chile

No nos puede ser indiferente que miles de niños y jóvenes de Chile –esforzados y capaces– no logren desarrollar a plenitud su potencial por una mala educación básica y media, por falta de oportunidades reales, por un autoengaño acumulado por décadas.

Soy un convencido que Chile es un país extraordinario, pero se ha ido convirtiendo en una fábrica de desperdicio de talentos. En efecto, tiene muchas cosas buenas y ha tenido un desarrollo notable en las últimas décadas, que lo hacen irreconocible respecto a esa sociedad pobre de mediados del siglo XX. Estamos mejor, hay más oportunidades para sus habitantes y muchas veces ha sido posible soñar con llegar a ser un país desarrollado.

Sin embargo, una mirada atenta de la realidad nos lleva de inmediato a la constatación de numerosos problemas y lacras que perviven, fracasos repetidos en las políticas públicas o en la gestión de los gobiernos y promesas que se quedaron en el vacío o en los periodos de campañas electorales. La sensación de “poder ser”, pero quedarse a mitad de camino se ha manifestado en diversas ocasiones en la historia de Chile. Lamentablemente, estos últimos años parece que la vía al desarrollo ha quedado interrumpida y no sabemos si habrá o no un regreso al camino adecuado, ni cuándo eso se produciría, si es que así ocurre.

Uno de los problemas más grandes de Chile –también de los más ignorados o silenciados– es el desperdicio de talentos que hay en la sociedad, lamentablemente. Es verdad que hoy existen más oportunidades y una mayor movilidad social que en el pasado, pero también es cierto que existen ciertos prejuicios y circunstancias que transforman a Chile en una verdadera fábrica de despilfarro de talentos, con todo el daño que eso provoca a las personas en particular y al desarrollo nacional en general. Esto no es exageración, y diversas realidades muestran la presencia de esta triste tendencia y sus dolorosas repercusiones.

Me parece que la educación chilena es el lugar donde más se percibe esta situación. Entre el lunes 28 y el miércoles 30 de noviembre los jóvenes rendirán su Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES). En el pasado con la PAA, la PSU o la PTU, se fueron apreciando ciertas tendencias repetidas y, muchas de ellas, bastantes negativas. La primera es que existe una clara concentración de mejores puntajes y mejores rendimientos en los colegios particulares pagados, en tanto los establecimientos subvencionados –particulares o municipales (especialmente estos últimos)– han mostrado peores resultados de manera sistemática. Eso se suma a las noticias intermedias, poco reflexionadas y que no presentaron reacciones relevantes: las distintas pruebas SIMCE mostraban la misma tendencia, sin que hubiera planes remediales o esfuerzos decididos para revertir esas malas noticias.

Como consecuencia, numerosos niños y jóvenes que podrían estudiar en las universidades o en la enseñanza técnica y profesional se van quedando de manera absurda fuera del sistema. El resultado es dramático en un doble sentido: por una parte, porque ellos no desarrollarán todo su potencial y no servirán al país como podrían hacerlo; por otra parte, porque la falta de estudios lleva a muchos jóvenes no al mercado laboral, sino a una vida sin horizontes. Las informaciones de mediados de 2019 señalaban que había más de medio millón de “nini” en Chile: es decir, jóvenes que no estudiaban ni trabajaban. Nuevamente estamos frente a una gran farra social, pues muchos de esos jóvenes demoran demasiado en encontrar un camino de desarrollo personal en algún oficio o estudio, y pasan el tiempo acumulando falta de esperanzas, e incluso caen en la droga, la ociosidad, las agrupaciones delictuales o alguna otra alternativa que se les abre en la vida frente a una sociedad que les niega oportunidades.

Adicionalmente, como hemos conocido en el último tiempo, la pandemia agudizó el problema de la deserción escolar, con todo lo que ello significa: más de 150 mil estudiantes abandonaron las aulas y solo este 2022 lo habrían hecho más de 50 mil. La reinserción posterior se hace más difícil y muchos niños comienzan a trabajar informalmente, lo que para Chile representa una regresión de décadas, considerando lo difícil que fue llegar a tener una cobertura universal en la enseñanza básica y media. La despreocupación efectiva de las autoridades educacionales y la indiferencia social hacen previsible que estos problemas se mantendrán por mucho tiempo.

Solo a título de ejemplo, mencionaremos dos casos más de desperdicio de talentos. El primero es bastante claro y también Chile permanece ciego al respecto: me refiero a los talentos regionales, mucho menos relevados o potenciados que las numerosas figuras capitalinas que ocupan la mayoría de los cargos más importantes en el Estado, en las principales empresas o en otras áreas de la vida nacional. En las últimas décadas el país ha tenido un avance importante con la incorporación de las mujeres a los gabinetes y a otros puestos relevantes. En otro plano, vale la pena preguntarse: ¿Cuántos ministros o subsecretarios han sido de regiones en los gobiernos de Michelle Bachelet, Sebastián Piñera o Gabriel Boric? Me refiero a personas que hayan hecho sus estudios de enseñanza básica, media o universitaria fuera de la capital, donde vive la mayoría de la población, hay buenas casas de estudio y personas de capacidad. Vale la pena estudiarlo y luego evaluar esta omisión o minusvaloración permanente –desde diversos sectores políticos– a la gente de regiones. Lo que ocurre es que Santiago no solo tiene buenas universidades o colegios, sino también redes, contactos y la continuidad del centralismo atávico que termina favoreciendo a quienes son de la capital por sobre las personas que son de regiones.

El segundo problema es de naturaleza política, y tiene una expresión diferente. Chile ha sido incapaz de conformar una administración del Estado distante del partidismo o el favoritismo político. Hay demasiados nombramientos, despidos y promociones que tienen que ver más con la militancia partidista que con la capacidad, muchas veces con los parentescos o amistades que con los méritos profesionales. Incluso iniciativas que fueron bien pensadas en su momento han tenido problemas prácticos, como ocurre con los cargos de la Alta Dirección Pública, en los cuales terminan siendo favorecidos muchas veces los partidarios del gobierno de turno, así como el Ejecutivo despide a quienes no cuentan con la confianza oficial, como ha quedado claro en los últimos meses. Generar un sistema de administración pública en la diplomacia y en otras áreas es una necesidad, así como debe existir menos rotación con cada cambio de gobierno. De lo contrario el país solo logrará que algunas responsabilidades que podrían ser ocupadas por personas preparadas y competentes sean asumidas por amigos, parientes o militantes.

El desperdicio de talentos que se vive en la sociedad chilena no parece preocupar ni al sector político ni a los medios de comunicación. Sin embargo, en pocas semanas más tendremos nuevamente la noticia de los resultados de las pruebas de selección universitaria, que seguramente dirán lo mismo que los últimos años. No nos puede ser indiferente que miles de niños y jóvenes de Chile –esforzados y capaces– no logren desarrollar a plenitud su potencial por una mala educación básica y media, por falta de oportunidades reales, por un autoengaño acumulado por décadas. Llegó la hora de reaccionar, cambiar y aprovechar las energías del pueblo chileno en plenitud, para un futuro de mayor progreso y prosperidad.