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OPINIÓN

Alejandro San Francisco: El triunfo y la derrota

No es sano ni conveniente fijar la felicidad en las victorias transitorias, sino en cuestiones más profundas y permanentes, aunque sean menos lucidas y no brillen tanto a ojos de las multitudes.

Me parece que tiene un sabor especial que el último domingo de este año 2022 coincida con las fiestas de Navidad. De esta manera, si queremos, podemos hacer un balance de estos doce meses de forma más ponderada, propia del ambiente de reconocimiento de los momentos que vivimos, a pesar de la intensidad de estos días y del cansancio del fin de año.

Por otro lado, podemos incorporar en el análisis los recuerdos del Mundial de Fútbol Qatar 2022. ¿Qué tiene que ver esa fiesta universal con la evaluación de nuestro año? Creo que es muy relevante. Quienes hayan seguido la competencia en las diferentes fases –y especialmente los momentos de eliminación directa– recordarán que muchos partidos, clasificaciones y eliminaciones se definieron en los últimos minutos, incluso en los descuentos. Cuando todo parecía indicar que un determinado equipo avanzaba (como fue el caso de Brasil, por ejemplo), la situación se revertía, durante el tiempo previsto o en definición a penales. Incluso la final tuvo tintes muy dramáticos, cuando la victoria clara de Argentina sobre Francia terminó dos veces en empate (en los noventa minutos y en el tiempo suplementario), para que finalmente el equipo de Messi terminara levantando la copa.

En ocasiones como esta queda especialmente claro el drama y las contradicciones que ofrecen el triunfo y la derrota. Francia estuvo a un tris de celebrar su segundo campeonato mundial consecutivo, consagrando a Mbappé como la nueva gran estrella, autor de tres goles en la final y goleador del Mundial. Sin embargo, no lo logró, y si hace cuatro años el país galo pudo festejar una justa victoria, este 2022 sufrió una dolorosa y no menos justa derrota, experimentando las dos caras de la misma medalla, el triunfo y la derrota, con todas sus alegrías y dolores.

La política también ofrece estas mismas dicotomías, como se puede apreciar tanto en el proceso constituyente como en la situación política y electoral de Chile. El final del año 2021 sorprendió al país con la elección de un nuevo Presidente de la República, Gabriel Boric, con una votación impresionante y grandes expectativas. A menos de un mes de estar en La Moneda, el líder del Frente Amplio había experimentado un gran deterioro en el respaldo popular y su gobierno ha tenido más decepciones que logros, si bien todavía queda mucho camino por delante y podría dar vuelta el partido, aunque esto no se ve fácil. El triunfo y el fracaso, en política, siempre están a la vuelta de la esquina, y cuando todo parece brillar, es posible encontrarnos en cambio con la oscuridad.

El caso del proceso constituyente es paradigmático. El plebiscito de entrada mostró la voluntad de cambio del 78% de la población, que manifestaba anhelar una nueva carta fundamental. Las elecciones de convencionales dieron una amplia mayoría a los grupos que anhelaban una verdadera refundación, que fue el sello de la Convención a partir del 4 de julio de 2021. Sin embargo, dicho órgano también sufrió el desprestigio y la constitución que propuso al país fue ampliamente rechazada el 4 de septiembre pasado, por el 62% de la población y la impresionante suma de cerca de ocho millones de ciudadanos. Como en otros temas, el triunfo y la derrota han mutado, y lo que un día se ve como la promesa de un futuro nítido en una dirección, luego se revierte y cambia de camino. Los que celebraron primero luego debieron lamentar, y viceversa.

La vida está llena de triunfos y derrotas. Como se dice habitualmente, nadie tiene clavada la rueda de la fortuna. La política y el deporte muestran lo que las personas aprendemos desde pequeños en los juegos infantiles, en el colegio y en la vida misma: los días buenos se combinan con otros más malos, los colores de la primavera siempre hay que contrastarlos con las hojas que caen cada otoño. Más importante todavía, cualquier madurez y sabiduría debe comprender que no es sano ni conveniente fijar la felicidad en las victorias transitorias, sino en cuestiones más profundas y permanentes, aunque sean menos lucidas y no brillen tanto a ojos de las multitudes.

Debo haber tenido unos doce o trece años y siempre recuerdo un suceso que me impactó para toda la vida. Estábamos en La Serena, y mi papá nos llamó a sus cuatro hijos porque quería leernos algo que había aparecido en el diario: era el poema Si, de Rudyard Kipling. Fue un poema que me impresionó de inmediato y creo que debe leerse y meditarse por completo. Se trata de un conjunto de criterios y consejos que da un padre a su hijo para enfrentar la vida, para madurar hasta llegar a ser un hombre, que invita a seguir creyendo en uno mismo aunque todos comiencen a dudar y que anima a llenar el minuto implacable “con sesenta segundos de trabajo incesante”. Sin embargo, hay unos versos que vale la pena destacar en estos momentos y que conviene tener a la vista al hacer un balance del año y muchas veces durante la vida:

“Si puedes encontrarte con el Triunfo y la Derrota
y tratas por igual a esos dos impostores”.

Lo que ocurre es que la victoria es circunstancial, e igual cosa ocurre con los fracasos. No debemos aferrarnos a un éxito circunstancial ni tampoco quedarnos pegados en el sufrimiento de un momento malo. En una sola jugada pueden cambiar las condiciones y los resultados de una situación, los aplausos enfervorizados pueden trocar rápidamente en pifias y críticas, la multitud que suele acompañar los triunfos puede transformarse muy pronto en la soledad que es propia de las derrotas.

La Navidad es un excelente momento para volver al punto de partida: en la superficie, brillarán muchas tiendas y árboles, numerosos niños disfrutarán sus regalos y de alguna manera la tradición de estas fiestas conservará ese sello materialista que es parte de la costumbre en diversos lugares del mundo.

Como contrapartida, el pesebre que dio su origen a la Navidad permanecerá de manera más opaca, al igual que el nacimiento de Jesús en Belén. Ese momento histórico que marca la historia de la humanidad no siempre tiene el recuerdo o la relevancia que corresponde, y la mayoría de las veces desaparece en medio de los apuros de la época, los regalos de ocasión y la evidente secularización de las fiestas.

Con todo, como hemos visto, esta derrota transitoria no significa que los regalos sean inútiles o innecesarios, pero tampoco que debamos abandonar la esperanza en una reorientación del sentido de la Navidad y de la vida. Después de todo, vuelve a cobrar fuerza esa comprensión de la historia de San Agustín en La Ciudad de Dios: lo que realmente importa en la nuestra vida no es la grandeza transitoria de los imperios, sino la salvación de un mundo futuro. Las derrotas y victorias pasajeras pasarán, mientras desde el corazón de Belén nos seguirán interpelando a una vida generosa, de servicio y alegría, a pesar de las adversidades. Por ello aprovecho de agradecer nuevamente a nuestros padres, no por sus regalos materiales –que ciertamente tuvimos y disfrutamos– sino por su ejemplo de vida, por su cariño y por los poemas, por sus risas y dolores, así como por tantos años y navidades que pudimos disfrutar.


*Alejandro San Francisco es académico Universidad San Sebastián y Universidad Católica de Chile. Director de Formación Instituto Res Pública.