Luis Inacio “Lula” da Silva es uno de los políticos más experimentados de América Latina. Fue varias veces candidato derrotado a la presidencia de Brasil, pero su perseverancia finalmente tuvo frutos: en 2003 llegó al gobierno y dejó el poder en 2011, tras haber sido reelegido y haber gozado de gran popularidad. Este domingo 1 de enero de 2023 Lula ha regresado al Palacio de Planalto, la sede del poder Ejecutivo, ubicado en Brasilia. Como esas historias que parecen reiteradas en América Latina, el caudillo popular vuelve a gobernar, para alegría de sus millones de partidarios y desilusión de sus también millones de detractores.
Los últimos años no han sido fáciles para el líder del Partido de los Trabajadores. No solo por lo que ha significado para él la lejanía del poder para un político, sino también por las acusaciones de corrupción y el tiempo en la cárcel. Se trata, sin embargo, de una historia con final feliz, porque el popular Lula no solo dejó la prisión, sino que también encabezó una nueva y exitosa candidatura presidencial, que le permitió derrotar nada menos que al presidente Jair Bolsonaro (2019-2023), en una dura y polarizada confrontación.
De regreso al gobierno, se puede decir que Lula tiene una gran oportunidad para saldar algunas deudas con la historia. Es posible, además, que esta sea la última opción del gobernante, considerando que nació en 1945 y durante este nuevo periodo presidencial superará los 80 años de vida. Por cierto esto no es inhabilitante, pero supone algunas dificultades y ciertamente marca una definición previsible: estamos frente a la que quizá sea la última gran oportunidad del líder de la izquierda brasileña para levantarse como una alternativa exitosa y perdurable.
Para la realización de esta tarea, el Partido de los Trabajadores enfrenta al menos dos grandes dificultades. La primera deriva de los resultados electorales es que si bien otorgan un mandato democrático para Lula, también muestran el gran respaldo que logró concitar Bolsonaro, incluso superior al que se preveía, y que en términos porcentuales se expresó en un 50,9% para el actual gobernante y en el 49,1% para el derrotado presidente Bolsonaro: 60 millones contra 58 millones de brasileños expresaron sus respectivas adhesiones en esta elección, en la segunda vuelta. Adicionalmente, Bolsonaro logró 99 diputados y 14 senadores, en tanto Lula obtuvo una cifra menor: 68 y 9, respectivamente.
La segunda dificultad radica en la contradicción entre las expectativas creadas y la posibilidad de llevarlas a cabo. Quizá se podría expresar de otra manera: en América Latina cada vez resulta más difícil gobernar y, por lo mismo, se hace más probable que quien está en la oposición triunfe en las respectivas elecciones presidenciales. Es lo que ha pasado en los últimos años en Perú, Chile, Argentina, Colombia y ahora en Brasil, entre otros países. Por lo mismo, ahora desde el gobierno, Lula sufrirá lo mismo que denunciaba: la urgencia de las soluciones, la publicidad de los errores, las eventuales faltas por corrupción, los diagnósticos errados, la propia incapacidad y el peligro de las amistades internacionales.
El problema internacional es de capital importancia. Lula perteneció a la izquierda tradicional del continente y fue devoto del dictador cubano Fidel Castro, fundadores del Foro de Sao Paulo. A la muerte de Castro, después de un largo régimen hereditario en la isla, Lula declaró: “para los pueblos de nuestro continente y los trabajadores de los países más pobres, especialmente para los hombres y mujeres de mi generación, Fidel fue siempre una voz de lucha y esperanza”. Es verdad que se trata de una visión expresada muchas veces por líderes izquierdistas de la región, pero cobra especial relevancia en la actualidad, cuando el régimen de la isla ha cumplido más de seis décadas de vida, cuando la dictadura chavista se muestra cada vez más fuerte en Venezuela y el régimen despótico de Nicaragua parece no tener vuelta atrás en el corto plazo. ¿Qué hará Lula al respecto: conservar sus lealtades históricas o procurar el fortalecimiento de la democracia en América Latina?
El tema es de la mayor importancia, por dos razones. En primer término, porque se ha producido una izquierdización general en América Latina, y en la “marea roja” se hace necesario distinguir con claridad la izquierda democrática de la izquierda totalitaria, la que aún se siente fascinada por la Revolución Cubana y defiende el régimen de Venezuela, de aquella que pone la democracia y el respeto a los derechos humanos como principios fundamentales de acción política. No se trata de juzgar el pasado, ni las peregrinaciones tradicionales a La Habana, sino de evaluar la política de hoy y del futuro.
El tema adquiere más importancia si consideramos que el propio Lula ha hecho del discurso democrático una de las bases de su acción política, especialmente para criticar a Bolsonaro. Así lo expresó en su mensaje inicial: “La democracia fue la gran victoriosa de nuestra elección, superando la mayor movilización de recursos públicos y privados que se había visto. Enfrentamos las más violentas amenazas a la libertad del pueblo, la más abyecta campaña de odio elaborada para manipular al electorado. Sobre los vientos de democratización, decimos ‘dictadura nunca más’. Hoy debemos decir ‘democracia para siempre”. Veremos si esta declaración se refleja en la práctica.
En el plano económico-social también hubo algunas declaraciones importantes del nuevo presidente brasileño. Particularmente relevante fue su reivindicación del mensaje tradicional contra la desigualdad, realizó promesas de terminar con el hambre, asegurando que impulsaría “un programa de Bolsa Familia global, más amplio y global, para sacar de la pobreza a millones de personas con hambre”. Estas ideas se inscriben dentro de ciertas ideas básicas pronunciadas por Lula tras ser investido por el Congreso: por una parte, consagrarse a la “reconstrucción” de Brasil (para contrastar con el legado de Bolsonaro); por otra, luchar para reducir la pobreza, asegurando que ya lo había hecho en sus anteriores mandatos (como efectivamente ocurrió).
La situación económica heredada por Lula no es mala: tiene menos inflación que Estados Unidos y que la Unión Europea y en 2022 logró un crecimiento económico no desdeñable de un 3%. Sin embargo, es claro que siguen existiendo graves problemas sociales y bolsones de pobreza que no desaparecen. El mayor problema que enfrenta Brasil es de carácter político, de polarización, como se vio durante la campaña y como se pudo apreciar después de los resultados e incluso en el cambio de mando. Bolsonaro realizó nombramientos en el Ejército a pocos días de dejar el poder y viajó a Estados Unidos antes de que Lula asumiera como nuevo Presidente de Brasil, por tercera vez en su larga vida.
La izquierda latinoamericana ha celebrado la victoria de uno de sus iconos. Ahora llega la hora de la verdad, cuando el Partido de los Trabajadores y su líder Lula deberán mostrar desde el poder que son capaces de hacer todo aquello que sus adversarios no pudieron, según las críticas repetidas al tenor de la campaña presidencial. Ahora se verá si las promesas quedan en ello o se transforman en política práctica, real y con consecuencias visibles.