Algunos parecen aspirar a ser una suerte de “nueva Concertación” o mimetizarse con la centroizquierda, en vez de promover una visión de país propia y orgullosa de las ideas de una sociedad libre y justa.
Por: Tomás Bengolea
El Gobierno vive, evidentemente, una de las etapas más difíciles desde que asumió hace tan solo 10 meses. La decisión de liberar a 13 delincuentes condenados por delitos ocurridos en los actos de violencia que terminaron en destrucción de espacios públicos ha causado un verdadero terremoto en la situación política nacional, con consecuencias que van desde la salida de la oposición de la Mesa de Seguridad hasta el estudio para una eventual acusación constitucional contra el Presidente. Por los mismos días, Chile Vamos y las fuerzas políticas de izquierda han aprobado la reforma constitucional que da origen a un nuevo proceso constituyente en nuestro país.
El tema de fondo, al margen de la discusión particular de los indultos, tiene que ver con el rol de la oposición en Chile después de esta determinación del Gobierno y la gravedad que esta tiene para la credibilidad del Presidente y su supuesto compromiso con la seguridad y la condena de la violencia como método válido en un democracia, así como para la esperanza de chilenos que sueñan con un país en que los delincuentes sean sancionados y no liberados.
¿Qué significa ser oposición? ¿Qué rol debe jugar esta oposición? ¿Cuáles deberían ser los principales objetivos de la oposición de cara a los próximos años? Me parece que son preguntas centrales, que requieren un análisis acabado y una reflexión política integral que nos permita salir de los lugares comunes que tanto repiten dirigentes de centroderecha como que “si a Boric le va bien, al país le va bien”, que “debemos evitar la confrontación y ser una oposición dialogante” o la novedosa obsesión -y contradictoria con su propia historia política- de ciertos partidos de centroderecha con llegar a acuerdos en prácticamente todas las materias, olvidando que los acuerdos son un medio y no un fin.
Leyendo a Cayetana Álvarez de Toledo hace algunos meses -extraordinaria política española, sin perjuicio de las diferencias doctrinales y políticas que puedan existir con ella- me detuve en una afirmación crítica que ella hace a la centroderecha española que me pareció perfectamente aplicable a la realidad de la centroderecha chilena: Cayetana plantea que la noción más equivocada de la política española es “la idea de que un partido de centroderecha solo puede aspirar a cambiar la sociedad desde el Gobierno, jamás desde la oposición”. Me parece una aseveración de una profundidad extraordinariamente útil para intentar abordar dicha cuestión en Chile.
Un primer elemento central para construir una verdadera oposición es comprender a qué te opones. Es decir, conocer a tu adversario político, comprenderlo, estudiarlo y disponerse a enfrentarlo política y culturalmente. Esto es central. Por eso, afirmaciones como “es sorprendente que el Presidente Boric haya decidido decretar los indultos” dan cuenta de escasa comprensión política. Por el contrario, es absolutamente coherente que el Gobierno decidiera liberar a estos 13 delincuentes. No solo porque el Presidente cree en la inocencia de varios de ellos ni porque -como aseveró Atria en el pleno de la Convención- fueron sus actos los que permitieron el proceso constituyente (la violencia), sino porque para ojos del Gobierno son, como han dicho hasta el cansancio, “presos políticos”. La disyuntiva es simple: si hay personas que a juicio de la izquierda están privadas de libertad por sus ideas políticas, lo natural es que la izquierda los libere una vez que llegue al poder. De lo contrario, se hacen cómplices de sancionar a personas por promover sus ideas.
En segundo lugar, la oposición debe tener un proyecto político alternativo al de la izquierda. Un proyecto anclado en sus propias ideas, con sus propios diagnósticos y sus propias propuestas. Un proyecto que sea distinguible, claro y propositivo. Algunos parecen aspirar a ser una suerte de “nueva Concertación” o mimetizarse con la centroizquierda, en vez de promover una visión de país propia y orgullosa de las ideas de una sociedad libre y justa. Esto implica al menos tres cosas: tener una reflexión propia sobre la situación política y la realidad social del tiempo presente; fijar un horizonte político (sueño país) que ilumine y constituya el proyecto político concreto; y formación, disposición y carácter para proponer y defender dicho proyecto con valentía en la discusión pública.
En definitiva, la oposición no puede limitarse a “rechazar” las propuestas del Gobierno y la izquierda, sino que debe ser capaz de plantear una alternativa: ¿Cuál es nuestro sistema de pensiones ideal? ¿Cómo nos gustaría mejorar y construir un sistema de salud acorde a la dignidad de las personas? ¿Qué proponemos para sacar a Chile del estancamiento económico? ¿Qué haremos para poner a la familia al centro de las políticas públicas, reconstruir el tejido social y fortalecer la sociedad civil?
No se trata de ser “reformistas” o “inmovilistas”, como caricaturescamente algunos personeros políticos quieren instalar. Antes de discutir las formas y los medios, se requiere tener claridad sobre los temas de fondo y, desde ahí, proponer transformaciones que apunten a la construcción de un país más justo, con más oportunidades y con mayores campos de libertad para el desarrollo integral de las personas. Y por eso, la oposición debe ejercerse a este gobierno, su programa y proyecto político, por el bien de Chile y sus habitantes. ¿Es bueno para Chile que este gobierno apruebe su propuesta de reemplazo del sistema de pensiones? ¿Es positivo para la economía nacional que el gobierno saque adelante su reforma tributaria? ¿Es valioso para los chilenos que el gobierno consienta en el colapso del sistema de salud privado? Parece claro que no.
Por ello, la obsesión de la oposición chilena no puede ser volver al gobierno a todo evento ni correrse al “centro” o a la “moderación”, tampoco evitar la confrontación como principio en política ni asumir el diálogo y los acuerdos como un fin en sí mismo, sino trabajar en la construcción de un proyecto político de largo plazo, con ideas propias y orgulloso de las convicciones que se promueven.
Ya lo decía Jaime Guzmán en 1989: “Ser moderado no se opone a ser claro y definido. Ser moderado no es equivalente a lo que se denomina el centro político”. Y agregaba: “Dicho centrismo fatalmente se caracteriza por su ambigüedad. Por ser prisionero de las imágenes, sin jamás atreverse a pensar y plantearse según sus propias convicciones”. Importante reflexión para el futuro de la derecha.