¿Estamos a tiempo de cambiar? Por cierto, pero el tiempo no es infinito y los problemas repetidos tienen consecuencias inmediatas y de largo plazo
Se va a cumplir un año de dos sucesos fundamentales. El primero se dio cuando el gobierno del presidente Gabriel Boric –recién llegado a La Moneda y con gran respaldo popular– mostró el primer gran deterioro en el apoyo de la gente, según comenzaron a reflejar diversas encuestas. En segundo se manifestó en abril, cuando por primera vez el texto constitucional que estaba elaborando la Convención pudo observar que tenía más rechazo que respaldo ciudadano.
Hay muchas razones para ambos situaciones. En el primer caso, es evidente la importancia que tiene el contraste entre las expectativas que habían generado los jóvenes rebeldes del Frente Amplio y del Partido Comunista con la dura vida de la administración del poder; a eso se sumó el comienzo fallido de la ministra del Interior, que fue un gran pasivo del gobierno durante sus primeros meses; finalmente, es necesario mencionar los ripios o desprolijidades, como se les denomina, que llevaron al Ejecutivo a cometer numerosos errores.
En el segundo caso se mezcló el excesivo ideologismo de la Convención con su espíritu refundacional y el ambiente autorreferente que se negaba a reconocer la realidad nacional. Por cierto, también hubo algunos temas de fondo: como ha sostenido Roberto Izikson (Gerente general de CADEM) el cambio se produjo cuando se instaló el tema del aborto, aunque parecía claro a esas alturas que ya se estaba rompiendo el encanto original, el órgano había tenido muchos hitos ridículos y negativos, que se sumaron a una serie de normas que consagraban un régimen estatista, indigenista, plurinacional e incluso contrario a la democracia, que finalmente el pueblo rechazó el 4 de septiembre.
Recordar lo que ocurrió hace un año nos lleva a repensar una de las máximas que debe considerar un gobierno –también la oposición, por cierto– a la hora de definir sus objetivos y cronograma político. Cuando estudiaba Derecho en la Universidad Católica, antes de cambiarme a Historia, tuve clases con un excelente profesor, José Luis Cea. En una de sus clases recordó una frase de Lord Acton: “Si quieres conservar, tienes que cambiar, pero a tiempo”. Aunque el tema es más amplio, la cita resumía la dinámica de los errores políticos, la lógica de las reformas y la irrupción de las revoluciones ante la inactividad o indefinición de un sistema. La fórmula, estoy seguro, sigue vigente, y es parte de la dinámica de los aciertos y errores del Chile actual.
Los sucesos complejos tienen explicaciones pluricausales, pero es evidente que en la génesis de las protestas casi siempre se encuentra la inacción o falta de reformas oportunas en un determinado ámbito. Así ocurrió, al menos parcialmente, con las protestas de los pingüinos el 2006, la movilización universitaria del 2011 o la revolución de octubre de 2019. Algo similar ocurre con algunos temas largamente postergados, como la reforma de pensiones: desde el 2008, al menos, sabemos no solo que las pensiones son bajas, sino que es necesario aumentar el porcentaje de las cotizaciones. Lo mismo se podría señalar respecto de la educación básica y media, que sufre un estancamiento tremendo y no hay reformas a la vista que permitan pensar en un cambio positivo.
Sin embargo, al parecer son dos los temas principales que muestran incapacidad, inacción o falta de reformas adecuadas. Uno es el de la inmigración; el otro es el de la delincuencia. Desde hace años Chile se ha convertido en un destino privilegiado de la inmigración ilegal, con consecuencias lamentables en algunos lugares, en términos de delincuencia, aumento de los campamentos y precariedad laboral. El ingreso al país se hace por rutas conocidas, casi en forma cotidiana; las autoridades se ven confundidas, temerosas o incapaces de actuar al respecto. El resultado es que el problema crece y no sabemos dónde va a parar. Dicho sea de paso, soy de los que considera favorable la inmigración, pero me parece que la forma como se está desarrollando va a generar más problemas y odiosidad, en circunstancias que un trabajo bien hecho debería significar un aporte claro de las personas de otros países al desarrollo nacional.
El segundo tema es el círculo vicioso de la delincuencia, el narcotráfico y la violencia que se ha apoderado de numerosos lugares de Chile, sembrando el temor y mostrando la inutilidad del Estado cuando se le necesita. El problema hoy es peor que ayer y seguramente menor que mañana, porque se ha producido una escalada que parece no tener vuelta atrás, por miopía de las autoridades, por temor, ideología o incapacidad. El resultado nuevamente se manifiesta en el deterioro de la calidad de vida de la gente, el temor cotidiano y la pérdida de numerosas personas de una generación que a falta de oportunidades encuentra en la delincuencia o la droga un especio en el cual “vivir” y “desarrollarse”.
El gobierno de Gabriel Boric –y el Estado de Chile en general– tienen la oportunidad histórica de dar un vuelco en estos problemas que se han vuelto demasiado recurrentes y no han sido enfrentados con decisión. Es evidente que la delincuencia, el narcotráfico o la inmigración descontrolada no comenzaron con la administración del Frente Amplio y el PC, junto con sus socios del socialismo democrático. Sin embargo, a esta altura la responsabilidad mayor es de quienes tienen más poder, es decir, de los que hoy gobiernan el país. Su torpeza, indefinición o incapacidad puede tener graves consecuencias, por lo que resulta necesario decidir y actuar, pero a tiempo.
A esta altura del partido, ya han comenzado las acciones de otras autoridades –el alcalde Rodolfo Carter, por ejemplo–, o bien las protestas ciudadanas. A esto se suma un asunto más delicado, que es el cansancio de los gobernados respecto de sus gobernantes y del sistema político en general, como si este no pudiera o no quisiera enfrentar a las mafias de la droga o las mareas inmigratorias. A la larga, el Estado comienza a fallar en sus tareas fundamentales, mientras muchos candidatos hablan de manera continuada de un Estado cada vez más grande, activo y capaz, en las más diversas áreas, como si eso se lograra por arte de magia y no significara nada su prontuario de faltas.
¿Estamos a tiempo de cambiar? Por cierto, pero el tiempo no es infinito y los problemas repetidos tienen consecuencias inmediatas y de largo plazo. Chile, en algunos lugares, ha pasado a estar controlado por bandas narcos y en hay ciudades donde los chilenos se sienten extranjeros en su propia patria. Es necesario revertir la situación, porque el derecho a vivir en paz es mucho más relevante que cualquier declaración demagógica y porque es preciso que los niños puedan jugar libremente en las calles, que la gente pueda ir y volver del trabajo con tranquilidad, que el estado de Derecho vuelva a tener vigencia y que se den las condiciones para un futuro de progreso y paz. Para todo ello, no basta con seguir como estamos, sino que es necesario cambiar, pero a tiempo. Después será demasiado tarde.