Tanto el presidente Sebastián Piñera –en ambos gobiernos– como el presidente Gabriel Boric han enfrentado escenarios muy diferentes a los que previeron al levantar sus postulaciones. Asimismo, parece evidente que ninguno de ellos pudo o ha podido realizar su programa de acuerdo a lo anhelado.
Las campañas electorales son muy curiosas. Los candidatos prometen una serie de cambios y logros previsibles en caso de llegar a La Moneda, la población escucha con mayor o menor atención las respectivas propuestas y finalmente concurre a las urnas para definir quién gobernará en la “casa donde tanto se sufre”.
Sin embargo, la realidad de gobernar es muy distinta a lo que significa una época electoral, como bien saben los políticos. Los ofertones no son más que eso, las restricciones de la realidad son muy significativas en la práctica y la correlación de fuerzas resulta determinante para orientar al país en una u otra dirección. Por otra parte, los límites de la acción de un gobernante son muchos, pues la sociedad se ha ido formando a través del tiempo y ninguna coalición puede llegar y cambiar lo que tanto ha costado levantar durante décadas, e incluso siglos. Felizmente es así.
Adicionalmente, debemos agregar que en los últimos años vivimos una realidad distinta a la que existía en Chile a fines del siglo XX y comienzos del XXI. Por entonces las cosas eran o parecían más predecibles, el consenso político y económico era más nítido, y si bien había problemas de distinto tipo, la verdad es que el gobierno y la oposición parecían tener más claros sus objetivos y los perseguían con decisión, había liderazgos potentes y ciertas condiciones económicas que contribuían a enfrentar los problemas sociales con prontitud y éxitos visibles. Pero Chile cambió.
La situación hoy es muy diferente, y tanto el presidente Sebastián Piñera –en ambos gobiernos– como el presidente Gabriel Boric han enfrentado escenarios muy diferentes a los que previeron al levantar sus postulaciones. Asimismo, parece evidente que ninguno de ellos pudo o ha podido realizar su programa de acuerdo a lo anhelado. En la práctica, la administración ha corrido por un camino diferente al anunciado, por circunstancias como el terremoto de 2010 o problemas sociales graves, como los que desataron la revolución del 18 de octubre de 2019 o la que tiene sumido al país en la delincuencia este 2023.
De esta manera, el primer gobierno de Piñera se tuvo que concentrar en buena medida en la reconstrucción, que logró sortear con éxito y capacidad de gestión. Lo contrario ocurrió con las manifestaciones estudiantiles de 2011, que no estaban en la agenda y que fueron imprevisibles en la dimensión que adquirieron y el cambio de agenda que provocaron. En la práctica, en ese momento modificaron las prioridades del Ejecutivo y el clima de la opinión pública, mientras en el mediano plazo dieron vida a un nuevo movimiento generacional que llegaría a La Moneda una década después, precisamente tras el segundo gobierno de Sebastián Piñera.
Esta administración tampoco estuvo exenta de problemas, especialmente por el cambio de agenda que significó la revolución de octubre de 2019. Curiosamente, el gobierno de Piñera terminó dejando al país dos cuestiones imprevisibles y una indeseada. En lo primero, destaca la irrupción del proceso constituyente, que no estaba en la agenda de Chile Vamos y que terminó imponiéndose el 15 de noviembre de ese mismo año, lo que puede ser considerado un fracaso; por el contrario, otro hecho imprevisto, como fue la pandemia del coronavirus, mostró capacidad de gestión y despliegue, en un tema que fue un drama en todo el mundo. A la larga, Piñera entregó el mando a Gabriel Boric, uno de sus principales críticos, y a la coalición de Apruebo Dignidad, que estaba en las antípodas de lo que hubiera deseado el gobernante para un proyecto que se pensó originalmente para 8 años.
El caso de Boric no ha sido distinto y desde el primer mes de gobierno en adelante ha debido sufrir la decadencia en el apoyo ciudadano, el fracaso del proceso constituyente, la derrota en el plebiscito del 4 de septiembre –que puede ser considerado un plebiscito sobre su gestión–, problemas de deterioro en la economía y una inseguridad ciudadana y niveles de delincuencia que mantienen a la población preocupada e incluso alarmada. Contra lo presupuestado, Boric tuvo que observar el rechazo a su proyecto de reforma tributaria en tanto ha debido sumarse –con ambigüedades y contradicciones–a la agenda antidelincuencia.
El tema no deja de ser interesante: la lucha contra la delincuencia no solo parecía ausente de las preocupaciones oficialistas, sino también genera múltiples contradicciones entre los partidos de gobierno. Muchos líderes de izquierda están convencidos, como lo han manifestado en múltiples ocasiones, que la violencia y los robos tienen su origen en la falta de recursos de los más pobres y en una sociedad sin oportunidades, por lo que la clave está en cambiar el orden social y no en combatir la delincuencia. En otras ocasiones han argumentado que la instalación del tema se debe a problemas comunicacionales y no a una realidad objetiva que sea preciso enfrentar. Sin embargo, en los últimos meses el Partido Comunista y el Frente Amplio, así como sus aliados, han tenido un duro baño de realidad, porque resulta claro que los portonazos, encerronas, disparos a carabineros, asaltos y otras formas de violencia son ataques reales y no invenciones de los medios ni oportunismo de la oposición. En la práctica, esto ha significado instalar el tema de la delincuencia, que los líderes de ambas cámaras han hecho propio y a la cual el gobierno ha debido sumarse, aunque duela a muchos de sus partidarios.
En otras palabras, ni las izquierdas ni las derechas han podido gobernar como lo habían presupuestado. Las democracias del siglo XXI no son simples ni fáciles de gobernar, sino que son especialmente “complejas”, en la denominación de Daniel Innerarity, y por ende deben ser administradas de una forma acorde a las circunstancias. El problema de Chile hoy, como se han encargado de recordarlo algunos alcaldes gobiernistas en los últimos días, es que la coalición que está en La Moneda no estaba preparada para gobernar, precisamente la tarea que le corresponde llevar a cabo, lo que agrega mayores dificultades a los difíciles momentos que enfrenta Chile en la actualidad. En cualquier caso, es preciso considerar que gobernar –como también ser oposición o hacer política en general– es y será muy difícil, así como la política es y será muy dinámica. Por lo mismo, urge prepararse en las habilidades “duras”, en la diversidad y calidad de los equipos y en la comprensión tan simple como necesaria sobre aquello que puede cambiarse y aquello que es necesario mantener, priorizando cada cosa y hacerlo en el tiempo oportuno.
Alejandro San Francisco: Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública