El telón de fondo de la elección es la gestión del Gobierno, y por lo mismo se trata de un nuevo plebiscito hacia el Presidente Gabriel Boric, además de evaluar a las fuerzas en competencia y de elegir a los consejeros respectivos.
Este domingo 7 de mayo, una vez más, la ciudadanía concurrirá a las urnas a votar para elegir a los miembros del Consejo Constitucional. Si bien existe cierto hastío e indiferencia -si lo comparamos con el ambiente que existió solo hace un par de años, por ejemplo- se estima que sufragarán más de 10 millones de personas, una gran cifra que es parte de las mejores tradiciones cívicas y que dará mayor legitimidad a este proceso (y que es mucho mayor de la que votó para la Convención).
Desde el comienzo de esta historia, la definición de la nueva Constitución ha contado tanto con rasgos utópicos como con momentos de decepción. Esto se nota especialmente si miramos ese noviembre de 2019, cuando el “momento constituyente” anticipó la solución a los diversos males que habían contribuido al estallido de la revolución de octubre, que contrasta con el enojo y farra que significó finalmente la Convención Constitucional, su propuesta radicalizada y finalmente derrotada el 4 de septiembre de 2022.
Eso explica, en parte, la indiferencia del ambiente de campaña, a lo que se suma un proceso que es más confuso que el anterior y que cuenta con más organismos y controles por parte del Congreso Nacional.
El resultado está abierto hasta que se cuenten los votos, como es obvio. Sin embargo, hay ciertas señales que han ido emergiendo de las encuestas y de las declaraciones de los dirigentes de los partidos y del Gobierno. La oposición -esto es, las listas de Republicanos, Chile Seguro y el Partido de la Gente- obtendrían más votos que las fuerzas aliadas del Ejecutivo, que conforman los pactos del Frente Amplio/Partido Comunista/Partido Socialista y el de la Democracia Cristiana/PPD/Partido Radical.
El telón de fondo de la elección es la gestión del Gobierno, y por lo mismo se trata de un nuevo plebiscito hacia el Presidente Gabriel Boric, además de evaluar a las fuerzas en competencia y de elegir a los consejeros respectivos.
Me parece que es necesario aclarar algunas cosas, pensando en los resultados electorales, pero sobre todo en el proceso que viene. La primera idea es que en Chile existe o sigue existiendo una gran discordia constitucional, plenamente vigente y que se refiere al contenido de la Carta Fundamental. No se trata tanto del problema de la legitimidad de origen -porque fue hecha “en dictadura”, como dice la propaganda- sino que hay un rechazo desde las izquierdas a sus principios e instituciones. Tampoco de que sea la Constitución de Pinochet, porque fue reformada por Ricardo Lagos y aceptada en su momento por la sociedad chilena en general.
El problema es su contenido, que un proyecto refundacional rechaza, así como lo hacen las visiones que fueron mayoría en la Convención Constitucional. En ese sentido debemos interpretar las declaraciones del senador Juan Ignacio Latorre: “El peligro está en que si la derecha más la extrema derecha logren sumar los 3/5, el texto quede peor que la Constitución del 80. Se arriesga rechazar el texto”. Es decir, la cuestión de fondo no es el origen sino el contenido, malo o “peor” a juicio del frenteamplista.
La nueva carta que se está discutiendo nace en democracia, habrá elecciones para conformar el Consejo, pero con transparencia Latorre advierte un peligro que otros callan: que ganen los adversarios. Esta contradicción de fondo, sobre cuáles son las mejores instituciones para Chile, es uno de los problemas más graves que tiene el país para poder generar una buena Constitución.
Hay un segundo tema que ha aparecido en las campañas y en las declaraciones, incluso formuladas por líderes inteligentes y -debemos presumir- bien intencionados: hay partidos y candidatos que quieren cambios y otros que desean mantener las cosas tal como están, serían partidarios de un statu quo. Es evidente que nadie puede ser tan ridículo en el mundo público para querer positivamente que las cosas sigan tal como están: con más de veinte partidos políticos, tasas de delincuencia disparadas, inseguridad cotidiana, una economía debilitada y sin inversión en muchas áreas, además de una Constitución que en muchas áreas requiere enmiendas.
Hay numerosas reformas y anhelos sociales urgentes: educación de calidad, atención oportuna en salud, vivienda digna y propia, entre otras. El problema de fondo, nuevamente, no es sobre si hacer o no reformas, eso es absurdo: es sobre qué reformas hacer, cuáles enfatizar, si sumarse o no a los proyectos gubernativos de alzas de impuestos o bien tener un proyecto político alternativo del cual se tiene la legítima convicción que es mejor para Chile.
Un tercer factor relevante se refiere al sentido de esta elección. Si bien se trata de unos comicios para determinar a los 50 miembros del Consejo Constitucional, lo cierto es que tendrá varias lecturas complementarias. Desde luego, la correlación de fuerzas entre el Gobierno y la oposición. Al respecto, se puede afirmar que la elección de Gabriel Boric a fines de 2021 fue el último viento de la revolución de octubre y que, desde entonces en adelante, el clima de la opinión pública ha ido cambiando, por la gestión del propio Gobierno, la inseguridad y la delincuencia, los excesos de la Convención y el triunfo del 4 de septiembre.
Otro aspecto que emergerá de los resultados es la nueva ordenación de las fuerzas políticas, que podría tener efectos especialmente en la centroderecha, que ha tenido dos fuerzas gravitantes desde 1989: Renovación Nacional y la UDI (ambos han llegado a ser, además, el partido mayoritario de Chile en algún momento). Todo indica que esa posición dominante llegará a su fin, y que Republicanos irrumpirá como el partido más votado de las derechas y eventualmente del país, provocando un verdadero tsunami político. Lo interesante es que Chile Vamos (Chile Seguro) también obtendría un buen resultado, por lo que correspondería a ambos administrar una de las mayorías más grandes de las derechas en su historia. A ello se suma el Partido de la Gente, que podría ubicarse entre los tres partidos más grandes de Chile. Todo esto tiene más relevancia, si consideramos que ni Republicanos ni el PDG existían hace una década.
Esperamos que vote mucha gente y que lo haga con tranquilidad y libertad, como debe ser. Es una buena manera de avanzar en forma civilizada hacia un futuro que vaya zanjando la discordia constitucional, pero sobre todo, que logre enfrentar con seriedad los múltiples problemas sociales pendientes, de los cuales depende la calidad de vida de la población, que es -a la larga-, lo que hace valiosa y relevante a la actividad política.