Se podría decir que el último viento de la transformación iniciada en octubre de 2019 fue la elección de Gabriel Boric como Presidente de la República, en lo que podríamos denominar el último viento de la revolución.
La elección del domingo 7 de mayo significó varias cosas, todas ellas importantes, cada una de las cuales merece una reflexión. Se acabaron las encuestas y los análisis preelectorales y habló el pueblo: lo hizo con contundencia y de manera sorpresiva, aunque no totalmente, si revisamos ciertas tendencias en los últimos años y el efecto que ha tenido el actual gobierno sobre la opinión pública y las decisiones políticas de la población.
Como antecedente, podemos decir que hay dos tiempos fundamentales entre octubre de 2019 y mayo de 2023. El primero está marcado por el ritmo de la revolución de octubre, que inició un ciclo de cambios estructurales, de ambiente e imágenes que adquirieron pronto un carácter constituyente. La Convención fue la expresión más clara de esa etapa, tanto por su objetivo de hacer una nueva carta fundamental como por su carácter refundacional. Se podría decir que el último viento de la transformación iniciada en octubre de 2019 fue la elección de Gabriel Boric como Presidente de la República, en lo que podríamos denominar el último viento de la revolución.
El segundo se inicia en esos comicios, y la clave está en la candidatura de José Antonio Kast, que mostró una alternativa, ganadora en primera vuelta y derrotada en segunda, pero capaz de enfrentar electoral y políticamente a la izquierda. En paralelo, las derechas lograron la mitad del Senado y una buena representación en la Cámara, a lo que se suma que tres fuerzas obtuvieron más del 10% de los votos –Renovación Nacional, la UDI y Republicanos– que los convirtió en los tres partidos más grandes de Chile. Después de ello, vinieron las fallas ajenas: la pérdida de apoyo y la decadencia temprana del gobierno y, sobre todo, la derrota en el plebiscito del 4 de septiembre. Entre medio, crisis de seguridad y malestar económico y social.
En ese contexto –durante el gobierno de Gabriel Boric y como una evaluación de su gobierno– se desarrollaron las elecciones del domingo 7 de mayo, que deja algunas lecciones que conviene tener en cuenta.
En solo 14 meses el gobierno del presidente Gabriel Boric ha cosechado dos derrotas contundentes, un verdadero récord. Si miramos a la historia, tras las elecciones presidenciales de 1964, la Democracia Cristiana logró un gran triunfo parlamentario en marzo del año siguiente, que la llevó a obtener más de la mitad de la Cámara de Diputados, en tanto después de la elección que llevó a Salvador Allende al gobierno, la Unidad Popular logró casi la mitad de los votos en las municipales de abril de 1971. Era lo que se denominaba el efecto “luna de miel”, que hoy parece no existir.
En la administración de Boric –del Frente Amplio, el Partido Comunista y el Partido Socialista– la situación ha cambiado, y de manera muy nítida. Primero, porque muy pronto perdió la popularidad con la que había llegado al gobierno, por errores ministeriales principalmente, pero luego se sumaron otros problemas, como una radicalización de la Convención que chocaba con las posturas de la ciudadanía. A ello se ha sumado un fracaso en dos líneas fundamentales de interés general: la seguridad y la lucha contra la delincuencia, por una parte, y la situación económica, por otra.
En síntesis, una derrota contundente el pasado 4 de septiembre, cuando el gobierno se comprometió en la campaña, y un nuevo fracaso este 7 de mayo, con un Ejecutivo más prescindente, pero también con números muy malos. ¿Cómo se levantará la coalición gobernante de estos malos resultados? La respuesta parece clara: con una buena gestión, precisamente la debilidad que parece constitutiva de su forma de ser. El problema es que el fracaso del gobierno no solo tiene un resultado propio, sino una consecuencia indeseada pero previsible: el alza de la oposición.
Las derechas –esto es Republicanos y Chile Vamos– obtuvieron su mejor resultado electoral desde 1932 en adelante. En su momento los partidos Liberal y Conservador lograron buenos resultados, pero nunca cercanos a los del domingo 7 de mayo; Renovación Nacional y la UDI también tuvieron logros importantes, e incluso ambos llegaron a ser el partido más grande de Chile en diferentes momentos. Sin embargo, lo del domingo rompe todos los records en un órgano representativo, tanto por el porcentaje, que alcanzó el 56% (Republicanos más Chile Seguro, sin incluir al Partido de la Gente) y un total de 34 consejeros, es decir, dos tercios del órgano.
En los primeros días los énfasis han estado puestos en otro tipo de análisis y, por lo mismo, dejan de lado este aspecto crucial para entender el proceso que viene. Las derechas no son iguales, pero tienen afinidad doctrinaria e historias comunes, y perfectamente podrían realizar un trabajo conjunto en el seno del Consejo constituyente, sin ese celo partidista que tiende a ser suicida y contribuye muy poco al progreso de las ideas en la sociedad. En otras palabras, es muy importante pensar, conversar, llegar a acuerdos: la clave está en cómo y con quién primero, para luego avanzar a fórmulas más amplias que se traduzcan en normas constitucionales.
Al respecto, resulta crucial el trabajo que deben realizar las directivas de los partidos y no solo los representantes en el Consejo. Por otra parte, es necesario fijar ciertos objetivos, especialmente en aquellos temas polémicos. Un punto de partida podría ser el acuerdo sobre la subsidiaridad del Estado, que complementaría al Estado social de derecho (y libertades, se podría agregar), en una fórmula de consenso amplio y útil para Chile.
La principal noticia de la noche del domingo 7 de mayo fue el gran triunfo electoral de Republicanos. El partido fundado por José Antonio Kast y que parecía destinado a ser marginal y minoritario logró una victoria contundente a lo largo de todo el país. Entre cinco listas obtuvo el 35% de los votos, un triunfo quizá comparable a esa tremenda elección parlamentaria de 1965, que consolidó a la Democracia Cristiana como el principal partido de Chile.
En nuestra columna del domingo 7 en El Libero advertimos que podría venir un “tsunami” republicano. Así ocurrió finalmente, con mujeres y hombres que obtuvieron excelentes resultados a lo largo de Chile, que permitió elegir a sus candidatos en catorce regiones y conformar la bancada más grande del futuro Consejo. Adicionalmente uno de sus líderes, el profesor Luis Silva, logró la primera mayoría nacional, con más de 700 mil votos. Por otra parte, las primeras declaraciones –tanto de su directiva como de los consejeros electos– han mostrado sensatez y sentido de la realidad, que es tan importante en política. El encuentro en Casablanca ha significado una buena oportunidad para articular el trabajo futuro y no cometer los errores torpes de las mayorías de la Convención.
Los resultados de la lista de la ex Concertación –si se le puede llamar así– fueron lamentables, en la línea de lo que habían sido las derrotas electorales presidencial y parlamentaria en 2021, y de la decadencia experimentada por más de una década.
La denominada lista Todo por Chile obtuvo el 8,95% de los votos y no logró elegir ningún consejero. En otras palabras, apenas tuvo 80 mil votos más que el Partido Comunista, en tanto el Partido Republicano tuvo diez veces los sufragios que logró la Democracia Cristiana. Como tema de fondo desde una perspectiva constituyente, el Partido por la Democracia, el Partido Radical y el PDC no lograron elegir un solo consejero, lo que muestra una evolución que ya parece no tener vuelta atrás.
Paralelamente, en esta elección quedaron en el camino algunas figuras históricas de la DC –Andrés Zaldívar y Carmen Frei– y del socialismo democrático, como son Sergio Bitar y Ricardo Núñez. Estos últimos merecen una reflexión especial: el primero ha sido uno de los políticos más relevantes de las últimas décadas, y con su derrota el Consejo constituyente pierde a una de las figuras que podrían haber hecho una gran contribución desde ese mundo. El caso de líder socialista es diferente, porque triunfó democráticamente en las elecciones, pero su victoria de nada valió frente a la ley de la paridad, que lo dejó fuera del proceso.
En el caso de los falangistas, queda una enseñanza histórica de los que todos deberían tomar nota: la muerte espiritual precede a la muerte física, en un camino que es posible advertir y enfrentar, o bien negar y seguir adelante, con los resultados que conocemos.
Se podrían decir muchas cosas más, pero ahí hay una serie de temas que marcaron la elección y que definirán la política del futuro. Ojalá que no se quede en eso, sino que sea el comienzo de unas bases para el necesario desarrollo económico y el progreso social de Chile.