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OPINIÓN

Alejandro San Francisco: 1973-2023. Cincuenta años y una comparación necesaria

La crítica a los 30 años que levantó la revolución de octubre e hizo suya el actual Gobierno tiene un problema de fondo, que es el desarrollo de Chile, muy superior a otras épocas de su historia. Los chilenos tienen hoy mucho que perder.

Al cumplirse este año medio siglo desde el 11 de septiembre de 1973, muchas miradas se vuelven hacia atrás, por interés de comprender, conmemorar, organizar actividades intelectuales o políticas y volver de alguna manera a uno de los hitos centrales de la historia de Chile en el siglo XX.

¿Qué puede decirnos la crisis de la democracia chilena en 1973 en este Chile de hoy, tan distinto al de entonces, pero que en otros planos resulta tan parecido? ¿Es posible extraer experiencias, lecciones de la historia o simplemente reconocer circunstancias que pueden ser valiosas en el mundo actual? ¿Qué analogías se pueden establecer entre los procesos de la Unidad Popular y el Gobierno actual del Frente Amplio/Partido Comunista/Partido Socialista? ¿En qué medida sus principales líderes –Salvador Allende y Gabriel Boric– son figuras equivalentes o, en realidad, son muy diferentes?

Hay de todo: cuestiones similares y otras diferentes, contexto histórico muy distinto y líderes que también tienen una trayectoria muy desigual. Comencemos por esto último: Salvador Allende llegó a La Moneda después de haber sido diputado, ministro de Estado, senador por 25 años y tres veces candidato presidencial, hasta la cuarta y última que lo llevó a La Moneda.

Gabriel Boric, en cambio, postuló en la primera elección en que estuvo habilitado, tras cumplir con la edad mínima para poder acceder a la Presidencia de la República. Tenía una trayectoria breve como diputado y raudamente levantó una candidatura a las primarias entre el Frente Amplio y el Partido Comunista, y luego en la lucha por La Moneda, resultando victorioso en ambas elecciones.

Allende había sido tres veces candidato presidencial: en 1952, 1958 y 1964, estas dos últimas liderando el Frente de Acción Popular (FRAP), que integraba a las dos fuerzas históricas de la izquierda: el Partido Socialista y el Partido Comunista. En 1970, en cambio, la coalición se había ampliado considerablemente, incorporando al Partido Radical y al Social Demócrata, al Movimiento de Acción Popular Unitaria y a la Acción Popular Independiente. Era la representación más amplia de la izquierda, con una mayoría de partidos que se proclamaba marxista leninista.

En el caso actual, ha existido una coalición original que integró al Partido Comunista y al Frente Amplio desde un comienzo en la elección de 2021, y que después incorporó a personeros del Partido Socialista y del Partido por la Democracia. En la coalición se puede apreciar la misma característica que en los candidatos: Allende, de gran trayectoria y con dos partidos históricos como soporte principal; Boric, de breve carrera política y con una fuerza nueva –el Frente Amplio– como una de las grandes agrupaciones de gobierno.

Allende no logró ampliar su coalición, con la excepción de la Izquierda Cristiana, que se había desmembrado de la DC y que se sumó a la Unidad Popular en 1971. ¿Qué hará el Gobierno del presidente Boric, logrará ampliar su base de sustentación partidaria o se quedará en la situación de hoy?

Un aspecto crucial se refiere a las mayorías y minorías que ostentan ambas administraciones, que tienen similitudes y diferencias. Allende obtuvo poco más del 36% de los votos en la elección de 1970 y llegó a La Moneda de acuerdo con la fórmula prevista en la Constitución de 1925 –que no contemplaba la segunda vuelta presidencial–, cuando fue elegido por el Congreso Pleno frente a la otra mayoría relativa, el candidato Jorge Alessandri.

Boric, por su parte, tuvo uno de los mejores resultados de la historia democrática chilena: Un extraordinario 55,8%, con 4.620.890 sufragios. Como contrapartida, ambos gobiernos de izquierda no lograron tener mayoría en el Senado ni en la Cámara de Diputados. Esto lleva a una consecuencia inevitable: con esa realidad en el Congreso, no era posible llevar adelante las “revolución a la chilena” o tampoco las “reformas estructurales” del presente, simplemente porque los gobiernos no cuentan para ello con la mayoría popular o en los órganos representativos.

Hay dos aspectos en los cuales el cambio de tiempo histórico tiene mucho que decir. El primero se refiere al impacto indudable del gobierno de Pinochet y la revolución que vivió Chile en su orden político y económico-social durante aquellos años, a lo que se sumó el aprendizaje político que implicó la renovación socialista, que la llevó a su acuerdo histórico con la Democracia Cristiana y que dio vida a la Concertación de Partidos por la Democracia.

De esta manera, la crítica a los 30 años que levantó la revolución de octubre e hizo suya el actual Gobierno tiene un problema de fondo, que es el desarrollo de Chile, muy superior a otras épocas de su historia. Los chilenos tienen hoy mucho que perder, frente a otras etapas donde parecía –si seguimos a Marx– que millones de compatriotas sumidos en la pobreza solo tenían “un mundo que ganar”.

El segundo aspecto es más de fondo. El MIR decía que “no se pueden hacer revoluciones a medias con la democracia burguesa”. Sin embargo, el problema es otro: No se pueden hacer –en democracia– revoluciones o cambios estructurales contra la mayoría del pueblo. Por eso cualquier propuesta o proyecto político transformador debe ampliar su base de sustentación política (parlamentaria) o debe hacer crecer su respaldo popular, para que sea viable. Ese fue el problema de la Unidad Popular y está siendo el de Gabriel Boric, no solo por la minoría en las cámaras, sino por las dos derrotas electorales que ha sufrido, el 4 de septiembre de 2022 y el 7 de mayo de 2023.

A todo esto se suma un fantasma, presente en 1973 y que empieza a aparecer de nuevo –aunque de manera distinta, felizmente– este 2023. Hace 50 años la prensa, los discursos políticos y parlamentarios, incluso las conversaciones familiares o sociales, comenzaron a hablar de un eventual golpe de Estado o una guerra civil. Poco a poco se fue produciendo una especie de profecía autocumplida, ante la descomposición institucional, los ánimos belicosos o golpistas y la incapacidad de la democracia chilena de resolver la crisis por vías institucionales o pacíficas.

Hoy la conversación es diferente, y el breve y exitoso proyecto generacional del Frente Amplio, que planteaba una transformación estructural en su campaña de 2021, se ve enfrentado a dos fantasmas que no imaginó: Primero, la incapacidad de realizar dichos cambios en democracia; segundo, la posibilidad cada vez más cierta de entregar el gobierno a un líder de derecha.

Todavía queda mucho tiempo y pueden pasar numerosas cosas de aquí al 2025. Sin embargo, no se nota en los análisis gubernativos ni aprendizaje político ni comprensión del tiempo histórico ni capacidad para enfrentar los grandes problemas que afectan a la población. Y eso sí que es un problema mayor, al que se puede y debe poner atajo, si no quiere que los fantasmas sigan acompañando lo que queda del período presidencial.