Nuevamente la realidad del Instituto Nacional se encuentra marcada por la violencia y movilizaciones estudiantiles. En esta ocasión el argumento o excusa es un petitorio que exige desde la contratación de nuevos docentes, la incorporación de alternativas veganas y vegetarianas en el almuerzo Junaeb hasta la derogación de la Ley Aula Segura. Un petitorio diverso, que como es costumbre, poco o nada tiene que ver con los objetivos propios de un establecimiento educacional y su comunidad educativa.
La Tercera informó que al finalizar su tercer mes académico, los estudiantes perdieron casi dos semanas de clases por causa de la violencia y la toma del colegio, recientemente suspendida por un amago de incendio. Es evidente que esta situación, que se arrastra por años, ha repercutido directamente en la visión que se tiene del Instituto Nacional: ha dejado de ser un modelo de excelencia a imitar, y perdido el prestigio del que gozó en la ciudadanía. Esta crítica y lamentable situación del Instituto Nacional nos debe mover con urgencia a considerar dos cosas.
Primero, debemos hacer una reflexión más profunda, más allá de petitorios o movilizaciones coyunturales, que nos permita volver a considerar para qué existe el Instituto Nacional hoy. En sus orígenes, Fray Camilo Henríquez señaló que el gran fin del Instituto era dotar a la naciente República de “ciudadanos que la dirijan, la defiendan, la hagan florecer y le den honor”. Durante la segunda mitad del siglo XX, la finalidad del establecimiento era dar a los sectores de ingresos medios más oportunidades para que hijos ingresaran a la universidad. Hoy somos testigos de otras prioridades: su novedoso carácter mixto o la integración de alumnos con menor puntaje que el mínimo de corte.
Sin embargo, para enfrentar los desafíos de la educación y la sociedad en el siglo XXI, se requiere un Instituto Nacional con una finalidad clara, para así disponer de los medios adecuados para su consecución. Esta reflexión está pendiente y sin ella la comunidad educativa camina sin rumbo cierto.
Con todo, no podemos olvidar que más allá de su aporte histórico, el Instituto Nacional sigue siendo un establecimiento educacional. Por eso debe recuperar un estándar razonable que le permita realizar clases con normalidad y avanzar en la formación de sus alumnos. Esto requiere enfrentar la violencia y a los violentos que tienen capturado el establecimiento y atemorizado a sus alumnos, profesores y directivos; recuperar la convivencia al interior de los diversos estamentos del colegio y preocuparse, como corresponde, de lo que pasa al interior de la sala de clases.
Solo abordando decididamente estos dos temas será posible volver a poner el foco en una educación de calidad y no solo en la continuidad de las movilizaciones.
Julio Isamit, director de Contenidos Instituto Res Publica, Académico Derecho USS
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