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OPINIÓN

Alejandro San Francisco: La autodestrucción generacional

El duro choque con la realidad puede estar ofreciendo a los líderes del Frente Amplio una oportunidad muy notable para repensar el camino o para cometer un nuevo error.

La situación del Frente Amplio en general, y de Revolución Democrática en particular, merece un análisis serio y un estudio más completo: sobre su génesis, desarrollo, la llegada al poder y el ejercicio del mismo desde La Moneda.

Me parece que el Frente Amplio es el movimiento generacional más exitoso de los últimos treinta años. De partida, lograron conformar un proyecto político, algo que no solo es difícil, sino también poco habitual. Luego, reunieron una serie de dirigentes con relativo talento, liderazgo y popularidad, adquirida en el movimiento estudiantil y en las calles, luego reafirmado en el Congreso Nacional. Desarrollaron un estilo propio, iconoclasta, contestatario, odioso contra la derecha pero también contra la Concertación. Fueron arriesgados, irreverentes y convencieron a muchos que su propuesta de sociedad era tanto mejor de lo que había tenido Chile en las últimas décadas. Incluso, podríamos decir, parecían tener la varita mágica para transformar una educación mala –pero quizá no tanto– en otra gratuita y de calidad (en esto contaron con apoyo de otros sectores de izquierda y centroizquierda); para reducir la desigualdad sin crecimiento económico y para lograr transformaciones estructurales sin tener mayorías. Poco importaba: la utopía no requiere datos sino ilusiones, recela de las recetas porque prefiere los sueños, no gusta de las soluciones porque su riqueza está en las expectativas que genera.

Adicionalmente, el Frente Amplio pudo sumar diferentes aliados en el camino. En algún minuto la propia Concertación les abrió espacios para tener un acceso expedito a alguna diputación; ocuparon cargos en el gobierno de Michelle Bachelet II; lograron pactar con el Partido Comunista y recibieron cierto apoyo en la prensa. Como sabemos, también disfrutaban del liderazgo en diversas federaciones estudiantiles y tenían una importante capacidad de convocatoria, como demostraron tras el 18 de octubre de 2019, revolución que no fue gestada por los frenteamplistas, pero cuyas consecuencias compartieron y en buena medida disfrutaron. 

Por último –como corolario exitoso y desafiante–, el Frente Amplio llegó a La Moneda el 11 de marzo de 2022, acompañado del Partido Comunista y, de manera creciente, por el socialismo democrático, con todo lo que ello implica: subordinarse a un líder más joven, que proviene desde fuera de su mundo y que fue particularmente crítico con los gobiernos de la Concertación. Con un líder que dijo, fogoso y convencido, que Chile había sido la cuna del neoliberalismo y que sería también su tumba. El camino a la casa de gobierno vivió un momento clave en la jornada electoral del 19 de diciembre de 2021, cuando Gabriel Boric logró 4.620.890 votos (el 55,87% del total), lo que representaba una victoria clara y contundente. Desde entonces hasta el 11 de marzo, se desarrolló una verdadera “boricmanía” en Chile, como se apresuraron a replicar algunos medios, que solo registraban la emoción y respaldo que concitaba el joven gobernante, a quien acompañaban como ministros –en el comité político, por ejemplo– figuras jóvenes y bien evaluadas, como Izkia Siches, Giorgio Jackson y Camila Vallejo.  Hasta ahí todo parecía ir bien.

Sin embargo, a menos de un mes de iniciar la administración, comenzaron las primeras señales de decadencia y pérdida de apoyo ciudadano, como comenzó a reflejarse en distintas encuestas. La opinión pública castigó no solo la gestión del gobierno –particularmente a la ministra del Interior– sino también el trabajo de la Convención constituyente, que inició un declive persistente. Quizá el único momento de cambio del oficialismo se produjo tras el discurso del 1 de junio de 2022, cuando el presidente Boric recuperó apoyo en las encuestas (situación que se repetiría con el Mensaje del 1 de junio de 2023), pero luego se fue difuminando una vez más. En consecuencia, el 4 de septiembre la mayoría del pueblo dio un triunfo contundente al Rechazo a la propuesta constitucional de la Convención, con todo lo que ello implica y a solo seis meses de haber llegado el Frente Amplio a La Moneda. Los cambios posteriores de gabinete no han logrado alterar nada importante.

El problema de fondo no es solo la decadencia del apoyo popular, el fracaso constituyente o la derrota de las izquierdas en la elección del 7 de mayo para el Consejo constituyente. Todo eso es importante, pero no cierra el círculo. Me parece que hay otro aspecto –que el presidente Gabriel Boric alcanzó a advertir, cuando leyó a Iñigo Errejón durante el verano de 2022– que ha ido tomando cada vez más importancia y no sabemos cómo va a terminar. El intelectual y político español se refería en su libro Con todo (Planeta, 2021) a la hora fría de la revolución, cuando “ya no hay efervescencia revolucionaria” y las ideas, incluso las más audaces, “tienen que convertirse en políticas públicas, institucionalidad y vida cotidiana”. Ese es el momento decisivo: “los revolucionarios se prueban cuando son capaces de generar orden”, el orden nuevo prometido, pero orden al fin, con certezas, pues la prueba fundamental no radica en “asaltar el palacio”, sino “en garantizar que al día siguiente se recogen las basuras”. Dicho en chileno, garantizar que habrá empleo, educación, atención de salud, orden público, seguridad ciudadana y todas aquellas cosas que conforman la vida corriente de las personas que “no habitan” el ambiente revolucionario o el palacio de gobierno, pero que buscan lo mejor para sus familias y esperan –era que no– un futuro mejor.

Puede que ahí radique el corazón del problema gubernativo, tantas veces advertido y escasamente enfrentado. No es lo mismo la calle que La Moneda, la protesta que la propuesta, la condena fácil que la acción difícil, la descalificación del adversario que la autocrítica seria. A ello se suma un problema adicional, que ha sido la descalificación moral de algunos frenteamplistas de sus adversarios, sobre la base de ponerse en un pedestal de superioridad que siempre es difícil de sostener, especialmente cuando emergen problemas de intereses, recursos públicos e incluso eventual corrupción, como han afirmado recientemente algunas autoridades respecto de casos que involucran a funcionarios y a una diputada oficialista. Lo resume muy bien Carlos Ruiz, intelectual y académico que muchos han sindicado en el origen del proyecto generacional: “Se utilizan ciertos eslóganes que apuntan más bien a la moralina, entonces aquí es donde viene el problema, en la medida en que este golpe bota el único mástil que tenías que es el recurso moral y toda una industria simbólica que se construye alrededor del recurso moral como políticas de protección a las víctimas de abuso, por ejemplo, pero no como restauración de un nuevo modelo de sociedad o de cómo concebir un nuevo ciclo de modernización de la sociedad chilena. Como nada de eso está presente, el golpe es mucho más fuerte” (El Mercurio, 24 de junio de 2023).

Si se tratara solo de un problema de autodestrucción generacional la situación no sería tan grave: históricamente hay proyectos que nacen, logran mayorías, decrecen y mueren. El mayor drama es de carácter social y su principal afectado será la sociedad chilena, especialmente los más pobres y necesitados. A esta altura resulta bastante claro que, al terminar este gobierno, en Chile habrá más pobreza que 11 de marzo de 2022, también más familias viviendo en campamentos. La situación del virus sincicial y las muertes de niños sin camas muestra una de las caras más lamentables de la falta de previsión y competencia de algunas autoridades; los resultados educacionales nos comienzan a mostrar un ritmo que tendrá pérdidas irrecuperables (los eslóganes no resisten la realidad de la sala de clases). Y así podríamos mostrar otras cosas –en materia económica, por ejemplo– que ilustran que el resultado del fin de los treinta años se está convirtiendo en una década de duro aprendizaje, decadencia y mediocridad, al calor de la revolución de octubre y sus consecuencias. Además, es probable que el Estado, querido y admirado como factótum de todas las soluciones, termine más desprestigiado de lo que estaba al comenzar esta el gobierno del presidente Gabriel Boric, cuando su administración y la Convención prometían un futuro marcado por una presencia gravitante del Estado en las más diversas áreas de la vida social.

Una última reflexión. En política los momentos duros y las derrotas históricas pueden ofrecer revanchas. Arturo Alessandri tuvo que abandonar dos veces La Moneda y dos veces regresó a ella, donde se sentía como en su propia casa; el general Carlos Ibáñez abandonó el poder de manera lamentable en 1931 y volvió por elección popular en 1952; tras su muerte, el presidente Salvador Allende fue silenciado y hoy cuenta con gran adhesión, aunque su proyecto de transformación haya sido desechado. Y así se podrían mostrar otros casos en la historia. Sin perjuicio de ello, este proceso de autodestrucción generacional del Frente Amplio y de Revolución Democrática –por su gestión y por sus errores, por su forma de hacer política y por sus resultados– no significa la liquidación permanente del movimiento nacido al calor de las marchas estudiantiles. De hecho, la mayoría de sus dirigentes todavía son jóvenes y tienen décadas por delante. Sin embargo, están jugando con fuego, estirando la cuerda y arriesgando una nueva derrota, ya no solo electoral, sino también política e ideológica. El duro choque con la realidad les puede estar ofreciendo una oportunidad muy notable para repensar el camino o para cometer un nuevo error. 


Alejandro San Francisco: Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública