Entre el 29 de junio y el 11 de septiembre ocurrieron muchas cosas que convendrá tener a la vista a la hora de conocer e intentar comprender ese momento crucial de la historia de Chile.
Este jueves 29 de junio se cumplieron 50 años desde el llamado Tanquetazo, movimiento militar del regimiento Blindados 2, que intentó derrocar al gobierno del presidente Salvador Allende en medio de una aguda crisis económica y social. Desde ahí en adelante hubo muchos hitos que de alguna manera marcaron el término del régimen de la Constitución de 1925, hasta llegar a la mañana del 11 de septiembre de 1973.
Las reacciones del gobierno ese 29 de junio fueron de sorpresa y preocupación, aunque contó con el apoyo del ejército y pese a que durante semanas los propios dirigentes de izquierda venían insistiendo en la posibilidad de que estallara un golpe de Estado o una guerra civil en Chile. Esa noche, el presidente Allende salió a un balcón de La Moneda e hizo asomarse al general Carlos Prats, lo que nuevamente tendría una doble lectura.
Desde entonces en adelante los problemas se agudizaron y también las lecturas políticas del acontecimiento. ¿A qué poner atención en las próximas diez semanas? Sin perjuicio de que hubo muchas actividades e hitos relevantes, me parece que algunos resultan decisivos en el desenlace.
Primero, me parece esencial el cambio de juicio que se dio en diferentes ambientes, como si se hubiera superado una fase decisiva y el país no tuviera vuelta atrás. Lo dijo -casi como un análisis político- el senador Patricio Aylwin, en un dramático discurso en la Cámara Alta el 11 de julio, cuando señaló que “la mayoría de nuestros compatriotas ha perdido la fe en la solución democrática para la crisis que vive Chile”. Desde otro prisma lo declaró Miguel Enríquez en un acto en el Teatro Caupolicán, cuando sostuvo que se había terminado el ciclo de las “ilusiones reformistas” y de la “revolución sin costo social”, porque habían terminado por imponerse “las leyes de hierro de la lucha de clases”.
Segundo, que pese a ello, hubo un esfuerzo –debemos pensar sincero, aunque desde ambos sectores se acusarían de lo contrario– de buscar un acuerdo político entre el presidente Salvador Allende y el presidente del PDC, el propio Patricio Aylwin. Las dos reuniones que sostuvieron resultaron fallidas: la del 30 de julio y la del 17 de agosto, esta última propiciada por el cardenal arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez. No es claro qué se buscaba exactamente con este diálogo, pero sí parece obvio que la falta de resultados terminaría por cerrar una alternativa sobre una eventual resolución pacífica del conflicto político.
Un tercer aspecto relevante se refiere a la virtual paralización del país, producto de los paros de numerosos gremios y sectores productivos apoyados por grupos de oposición, que el gobierno y la izquierda en general calificaban de paros sediciosos. Pero también había paros que convocaba la CUT ¡para respaldar al gobierno!, lo que parecía un contrasentido, pero era una forma de explicar la falta de actividad en el país y de seguir en la lucha política en un momento de crisis. “En Chile nadie trabaja”, le dijo Aylwin a Allende el 17 de agosto, lo que no hacía sino constatar una situación tan delicada como peligrosa, símbolo de la anormalidad social de aquellos meses.
El cuarto tema es la creciente politización de las Fuerzas Armadas, que ya se había iniciado con la incorporación de algunos altos mandos al gabinete UP-generales de noviembre de 1972, que incluyó al general Carlos Prats como ministro del Interior. A fines de julio comenzó a funcionar el llamado Grupo de los 15, que integraban cinco generales del Ejército, cinco de la Fuerza Aérea y cinco almirantes de la Armada. Se reunían con habitualidad para debatir los temas más diversos, incluidos los políticos y los económico-sociales, y llevarían sus planteamientos incluso al gobierno. Con el tiempo pasarían de la deliberación militar a la preparación de un eventual golpe de Estado. Paralelamente, tanto ellos como el PDC y finalmente el gobierno de Allende pensaría que una posible solución pasaría por la integración de los uniformados al gabinete, aunque con diferencias sobre el modo exacto que debía adoptar la fórmula ministerial.
Quinto, y relacionado con el tema anterior, fue el cambio que propició el presidente Allende el 9 de agosto de 1973, en lo que se denominó el gabinete de seguridad nacional, denominación dramática, pero que sin duda ilustraba bien el momento que vivía Chile. A juicio del gobernante era la última oportunidad para detener la subversión y enfrentar la grave situación que vivía el país. “De estos cuatro sables penden los destinos”, señaló una viñeta del diario El Mercurio el 12 de agosto, refiriéndose a la importancia de las Fuerzas Armadas y Carabineros. A los pocos días renunció el ministro de Transportes César Ruiz Danyau, comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, marcando un temprano fracaso de esta “última oportunidad”.
Como sexto aspecto, debemos mencionar la crucial declaración de la Cámara de Diputados sobre el Grave Quebrantamiento del Orden Constitucional y Legal de la República, dominada por la Democracia Cristiana y el Partido Nacional. La mayoría de los diputados acusaron al gobierno de violar la Constitución en el principio de separación de poderes y el respeto a los derechos y garantías de las personas, por el objetivo de conquistar el poder total y destruir la democracia en Chile. El presidente Allende, sin ambigüedades, consideró que la Declaración de la Cámara era un llamado “al golpe de Estado”.
Finalmente, me parece que es necesario mencionar la renuncia del general Carlos Prats a la Comandancia en Jefe del Ejército. Esta decisión tuvo un doble efecto: por una parte, el gobierno perdía a su principal sostén dentro de las Fuerzas Armadas; por otra, en su reemplazo ingresó el general Augusto Pinochet, de quien no se sabía su posición, pero que terminaría encabezando la jornada del 11 de septiembre. En la misma línea se puede inscribir el cambio de comandante en jefe de la Fuerza Aérea, cuando el general César Ruiz Danyau fue sucedido por el general Gustavo Leigh.
Como se ve, entre el 29 de junio y el 11 de septiembre ocurrieron muchas cosas –todas estas y otras más– que convendrá tener a la vista a la hora de conocer e intentar comprender ese momento crucial de la historia de Chile.