Un país como Chile demostró en el pasado que se puede avanzar mucho en la tarea de derrotar la pobreza y no puede conformarse con reducciones menores, con transferencias de recursos ocasionales por parte del Estado u otras fórmulas que no permiten pensar en el largo plazo.
Los resultados de la encuesta Casen 2022 han mostrado una disminución de la pobreza en Chile. Rápidamente han surgido algunas felicitaciones y autoalabanzas, reconocimientos tibios al gobierno anterior, satisfacción por las cifras e incluso algunas referencias ideológicas sobre la importancia del Estado y la incapacidad del mercado de resolver por sí mismo el problema. Si bien la disminución de la pobreza debe generar una común alegría, es necesario mirar el tema de fondo con más atención, entender los progresos junto con las limitaciones y observar qué está pasando en la sociedad que aprecia los resultados por las noticias.
La pobreza fue una característica de la vida nacional durante la etapa clásica de la democracia chilena, entre 1932 y 1973. Sus manifestaciones eran diversas y en ocasiones dramáticas: la vida en las poblaciones callampa, la falta de educación, la desnutrición que afectaba a una gran cantidad de niños (la mitad de los menores de 15 años, según algunos estudios) y, en general, las condiciones miserables que acompañaban la existencia de millones de compatriotas. Aunque las formas de medir eran diferentes, hay informes que señalan que en torno a 1970 la pobreza llegaba a cerca del 70% de la población, en tanto un cuarto se encontraba en la miseria. Esta última cifra la refrendó el Mapa de la Extrema Pobreza (1975), que se basaba principalmente en el Censo de la Población de 1970: 1.916.000 personas, esto es el 21% de la población, se encontraba en extrema pobreza.
Desde 1987 la pobreza comenzó a medirse según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (Casen), lo cual nos permite tener instrumentos comparables en el tiempo, aunque después se incorporara el concepto de pobreza multidimensional. Ese año la pobreza llegó al 45%, mostrando una estadística dura, pero necesaria de ser conocida y con la cual se podría trabajar hacia adelante, cualquiera fuera el gobierno de turno. Para 1990, año de la restauración de la democracia, la pobreza ya había disminuido a 38%, y el proceso continuaría en la misma dirección en los años siguientes, que se caracterizaron por una constante disminución de la cantidad y el porcentaje de personas viviendo en esas condiciones, hasta bordear el 10%. La razón principal para este éxito social fue el crecimiento económico que acompañó sistemáticamente a Chile desde 1984 en adelante, pero también las políticas públicas dirigidas específicamente a los sectores más vulnerables. Con el paso de los años la situación se ralentizó, en parte porque hay un sector de pobreza dura más difícil de superar, pero también porque el histórico crecimiento económico dio paso a la mediocridad que nos ha acompañado en los últimos lustros.
El problema de la pobreza es muy grave y de fondo, y contiene varias dimensiones. Una cuestión muy relevante ha sido el olvido del asunto durante muchos años. Otro aspecto radica en suponer que la pobreza será superada por acción del Estado o instituciones sociales o de beneficencia. También resulta relevante la politización de los debates relacionados, así como las discusiones de fondo sobre el futuro de Chile, de carácter ideológico, constituyente, impositivo o de políticas públicas, a lo que habría que agregar el incremento del gasto público, que muchas veces se queda pegado en la burocracia sin llegar a quienes más lo necesitan.
Me parece que es necesario hacer al menos tres consideraciones en relación a las noticias de la Encuesta Casen y la disminución de la pobreza entre 2020 y 2022. La primera se refiere a la necesidad de insistir sin ambigüedades en la urgencia e importancia del crecimiento económico, que fue el factor crucial de progreso de Chile, del mejoramiento de las condiciones de vida de la población y la disminución de la pobreza en las últimas décadas. Si no hay crecimiento económico habrá menos oportunidades laborales –con ingresos productivos y propios– y menos recursos para el Estado. El segundo tema es el contraste existente entre ciertas realidades sociales y los mejores resultados de la Encuesta. Si lo observamos desde este 2023, es notable constatar que son cada vez más las familias que viven en campamentos –así lo ha mencionado incluso el Presidente Gabriel Boric en sus mensajes presidenciales–, existe un creciente número de niños y jóvenes que abandona el sistema escolar, han aumentado las personas sin empleos formales y los resultados educacionales muestran un deterioro lamentable, especialmente en los sectores populares. En otras palabras, podríamos estar ante una dramática paradoja: habría menos pobres, pero están viviendo peor, ellos o los sectores medios que limitan con la pobreza.
El tercer factor es de carácter político y social, y radica en la necesidad de volver a fijar la lucha contra la pobreza como una prioridad nacional. Es verdad que Chile es un país complejo y lleno de matices, con dificultades en diversos ámbitos y urgencias que parecen estar distribuidas en áreas tan distintas como la enseñanza, la salud, las pensiones o el trabajo. No obstante, parece claro que a la hora de fijar prioridades, el Estado y la sociedad deben concentrarse especialmente en aquellos que viven más mal, para que vivan mejor; los recursos escasos deben concentrarse en los que han sufrido el círculo vicioso de la pobreza durante años o quizá décadas; es necesario apoyar a quienes se ven más afectados (en Chile la pobreza tiene rostro de mujer o de niño) y hay que generar esperanzas ciertas de desarrollo personal para quienes se van quedando atrás en el camino del progreso.
En el corto, mediano y largo plazo, el crecimiento económico es muy importante, así como su correlato exigible: el progreso social. En ese plano resulta crucial la creación de empleo, que permita a las personas ganarse la vida, servir a la sociedad y desarrollar una vocación. A ello se suma otro factor clave, como es la educación, que resulta fundamental no solo como factor de desarrollo personal, sino también para la obtención de mejores salarios. Finalmente, no podemos dejar de mencionar la importancia de la familia como factor de apoyo en las circunstancias difíciles, para sumar ingresos y para desarrollar un proyecto de vida.
Bien por los resultados que muestren números mejores, pero cuidado con la autocomplacencia. Un país como Chile demostró en el pasado que se puede avanzar mucho en la tarea de derrotar la pobreza y no puede conformarse con reducciones menores, con transferencias de recursos ocasionales por parte del Estado u otras fórmulas que no permiten pensar en el largo plazo. En otras palabras, es necesario pensar la pobreza en serio y asumirla como un gran desafío nacional, como corresponde.
Alejandro San Francisco. Director de Formación Instituto Res Publica.